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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS SEÑORITAS CONSAGRADAS DEL INSTITUTO
SECULAR DE LAS MISIONERAS DEL AMOR INFINITO


Viernes 4 de septiembre de 1998

 

Amadísimas Misioneras del Amor Infinito:

1. Os doy la bienvenida a este encuentro, que habéis deseado con ocasión del 50 aniversario de la fundación de vuestro instituto secular. A cada una dirijo mi cordial saludo, con un pensamiento especial de afecto fraternal para monseñor Luigi Bettazzi, que os acompaña. Con razón ha querido estar presente hoy con vosotras, en calidad de obispo de la Iglesia particular en la que tuvo lugar la fundación, es decir, de la diócesis de Ivrea. En efecto, en esa tierra, fecundada a inicios de este siglo por el testimonio de la sierva de Dios madre Luisa Margarita Claret de la Touche, surgió la Obra del Amor Infinito, en cuyo seno nació vuestra familia. Después de conseguir el reconocimiento diocesano, en 1972, el instituto fue aprobado por mí para toda la Iglesia. De hecho, ahora se halla presente en varias partes del mundo.

La actitud fundamental con que estáis celebrando este aniversario es, ciertamente, la de acción de gracias, y me complace asociarme a ella.

2. Amadísimas hermanas, estamos viviendo un año dedicado íntegramente al Espíritu Santo. Pues bien, esta coincidencia, es decir, el hecho de que celebréis el 50 aniversario del instituto en el año del Espíritu Santo, ¿no constituye un nuevo y especial motivo de gratitud? En efecto, solamente gracias al Espíritu y en el Espíritu podemos decir «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16), afirmación que constituye el inagotable núcleo originario de vuestra espiritualidad. ¿Quién revela a los hombres esta verdad evangélica fundamental, síntesis de todo el credo cristiano, sino Aquel que «sondea las profundidades de Dios» (1 Co 2, 10) y recuerda a los discípulos todo lo que Cristo enseñó (cf. Jn 14, 26)?

«Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios "existe" como don. El Espíritu Santo es, pues, la expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es Persona-amor. Es Persona-don» (Dominum et vivificantem, 10).

3. La Iglesia existe y ha sido enviada al mundo para anunciar esta verdad, principio de salvación y de esperanza para todos los hombres: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). El mensaje cristiano del amor, tal como Cristo lo reveló y transmitió a la Iglesia, no puede ser anunciado si no es con la forma del testimonio. Toda la Iglesia, en la totalidad y variedad de sus miembros, está comprometida en esta labor de evangelización, cuyo principal agente es el Espíritu Santo (cf. Tertio millennio adveniente, 45).

Él, «admirable artífice de la variedad de los carismas, ha suscitado en nuestro tiempo nuevas formas de vida consagrada, como queriendo corresponder, según un providencial designio, a las nuevas necesidades que la Iglesia encuentra hoy al realizar su misión en el mundo. Pienso, en primer lugar, en los institutos seculares» (Vita consecrata, 10), en cuyo ámbito el Señor os ha llamado a vivir también a vosotras, queridas hermanas.

Así pues, sed «levadura de sabiduría y testigos de gracia» dentro de la vida eclesial, profesional y social, mediante vuestra «síntesis específica de secularidad y consagración» que «introduce en la sociedad las energías nuevas del reino de Cristo» (ib.). Os aliento también a proseguir el valioso servicio que prestáis a los sacerdotes mediante la oración y la colaboración.

Contemplando la sublime figura de María santísima, en la que todo estado de vida en la Iglesia reconoce su modelo perfecto, podemos ver también los rasgos de la secularidad evangélica femenina. El Espíritu Santo, que lleva a la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13), os guíe a cada una de vosotras y a todo el instituto tras las huellas de la Virgen, para que lleguéis a ser, cada vez más y cada vez mejor, misioneras del amor infinito de Dios.

Os acompañe en este camino la bendición apostólica, que os imparto de corazón.

 



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