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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONGREGACIÓN DE LOS MARIANOS DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Jueves 1 de julio de 1999

 

Amadísimos hermanos:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a todos los que participáis en el capítulo general de los padres marianos, y agradezco a vuestro superior general las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Envío un saludo particular a los padres marianos llamados a desempeñar el ministerio episcopal: al cardenal Vincentas Sladkevicius, en Kaunas (Lituania); a Juozas Zemaitis, en Vilkaviski (Lituania); a Jan Olszansksi, en Kamieniec (Ucrania); a Jan Pawel Lenga (Kazajstán), y a todos vuestros hermanos marianos, en cualquier parte del mundo donde se encuentren, y especialmente a los enfermos y a los que sufren.

En la vida de una congregación, el capítulo general constituye una ocasión intensa de comunión fraterna, en la que, según las palabras de san Basilio, «la energía del Espíritu que está en uno pasa al mismo tiempo a todos». Este encuentro ha sido anticipado, en cierto sentido, por mi visita del pasado 8 de junio al santuario mariano de Lichen. Durante los pocos minutos que pude pasar con vuestros hermanos, noté que había jóvenes y ancianos, y supe que los padres procedían de diversas partes del mundo. Era una imagen edificante de comunión fraterna. El compromiso de consolidar y profundizar esta comunión era uno de los objetivos que vuestra congregación se había propuesto para el sexenio que está a punto de terminar.

Queridos hermanos, proseguid por este camino. Esforzaos constantemente por animar y profundizar la vida fraterna en las provincias, en las viceprovincias, en los vicariatos y en las casas. Tened ante vuestros ojos el ejemplo de los primeros cristianos, que acudían con frecuencia a escuchar la enseñanza de los Apóstoles y a orar en común, participaban en la Eucaristía, y compartían los bienes de la naturaleza y de la gracia (cf. Vita consecrata, 45).

2. Acabamos de celebrar la fiesta de san Pedro y san Pablo. Jesús llamó a san Pedro a ser fundamento de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, permitió que él, experimentando su propia fragilidad, comprendiera que la gracia de Dios es mucho más fuerte que las debilidades humanas. También san Pablo, en el camino de Damasco, se transformó de perseguidor de los cristianos en apóstol de los gentiles.

¿Cómo no pensar que, junto a Jesús, el apóstol Pedro se encontró con la santísima Virgen? Hubo un día, sobre todo, que Pedro y los Apóstoles vivieron intensamente en compañía de María: el día de Pentecostés, cuando nació la Iglesia. Ciertamente, la efusión de los dones del Espíritu colmó entonces de modo particular el corazón de María, Madre de Cristo, convirtiéndola también en la Madre de la Iglesia.

Queridos padres marianos, es muy significativo que vuestra congregación, la primera fundada por un polaco, tenga un carácter marcadamente mariano, al estar vinculada a la Inmaculada. En el siglo XVII, cuando empezó a vislumbrarse la crisis del entonces potente Estado polaco, el padre Stanislaw Papczynski buscó apoyo en la Inmaculada. Ésta es la orientación que os ha dejado: en cualquier dificultad, recurrid a la ayuda de la Inmaculada. Al recomendaros eso, no hacía más que aceptar la invitación de Jesús mismo, quien, en la cruz, señaló a María como madre al apóstol Juan.

Ojalá que tengáis siempre una gran confianza en la santísima Virgen María, como el padre Papczynski os enseñó con su ejemplo. Recurrid a ella con fervor, especialmente cuando se trate de afrontar graves peligros o momentos de crisis.

3. El refundador de vuestra congregación, Jorge Matulaitis-Matulewicz, a quien tuve la alegría de proclamar beato hace doce años, había comprendido perfectamente el profundo vínculo que une a la Madre de Jesús con la Iglesia. Entre los doce «principios de solidez» de la congregación renovada, puso en primer lugar la recomendación de «mantener una relación fuerte e inflexible con la Iglesia y con su cabeza, el Obispo de Roma, y con toda la jerarquía católica. (...) Por la Iglesia y en la Iglesia, pertenecer a Dios y a nuestro Señor Jesucristo, para que él sea el centro pleno de nuestra vida» (La idea guía y el espíritu de la congregación, 55).

Amó a la Iglesia, y os dejó este amor como herencia. Durante su obra de renovación de la congregación de los marianos, anotó en su diario espiritual: «Quiera Dios que un único y gran pensamiento nos inflame: trabajar por la Iglesia, soportar por ella fatigas y sufrimientos; ocuparnos de las cosas de la Iglesia hasta el punto de que sus sufrimientos, sus preocupaciones y sus heridas se conviertan en sufrimientos, preocupaciones y heridas de nuestro corazón» (Diario espiritual, 27 de octubre de 1910).

4. Confiando en la ayuda de la santísima Virgen María, os disponéis a participar generosamente en la nueva evangelización, que exige a los consagrados plena conciencia del sentido teológico de los desafíos de nuestro tiempo (cf. Vita consecrata, 81). Con actitud de adhesión fiel al magisterio de la Iglesia, seguid cultivando vuestras múltiples actividades en Polonia, en los demás países europeos, en América y en Australia. Os animo a perseverar, y bendigo las escuelas, las editoras, las parroquias, las casas de retiro, los santuarios, las obras de misericordia, los servicios para los inmigrantes y las demás instituciones de beneficencia que dirigís.

Pienso, en particular, en el trabajo de vuestra familia religiosa en Lituania, Letonia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, y os expreso mi complacencia por cuanto hacéis en la República checa y en Eslovaquia, así como por la actividad que habéis desarrollado durante cinco años en Estonia. Muchos de vuestros hermanos pagaron con su vida, o con años en los campos de concentración, su entrega a la causa del Evangelio. El compromiso de continuar y consolidar vuestra difícil pero importante presencia debe constituir hoy una de vuestras prioridades apostólicas.

Que el Señor colme de frutos espirituales particularmente vuestra actividad en África, especialmente en la atormentada Ruanda, y, en el futuro próximo, en Camerún, lo mismo que en otras zonas de frontera, como Alaska, u otras regiones con poco clero. Ayudar a las Iglesias dramáticamente privadas de sacerdotes y estar presentes en las situaciones difíciles de diferentes lugares de la tierra responde plenamente a vuestro carisma. Vuestro beato refundador os trazó precisamente este camino: debéis ir «a donde la Iglesia se encuentre en mayor dificultad, (...) a donde Cristo sea menos conocido, o incluso odiado» (La idea guía y el espíritu de la congregación, 18).

5. Queridos padres marianos, que vuestro compromiso en favor del apostolado de la Misericordia divina y vuestros esfuerzos pastorales vayan acompañados siempre por el testimonio del servicio a los pobres: «Servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica y estímulo de conversión permanente para la vida consagrada» (Vita consecrata, 82). Por eso estáis llamados a poner en marcha valientes iniciativas en respuesta a los signos de los tiempos, siguiendo las huellas de vuestro fundador y de vuestro refundador. En particular, sed fieles a vuestro carisma, adaptando sus formas, cuando sea necesario, a las nuevas situaciones, con plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial.

Vuestro capítulo, acogiendo las recomendaciones de la exhortación apostólica Vita consecrata (cf. n. 68), se prepara para aprobar la Ratio formationis, elaborada durante estos seis años por toda la congregación. La formación es muy importante para el futuro de la congregación. Que Dios os ayude y os proteja constantemente durante los trabajos de vuestro capítulo y en la elección del nuevo gobierno general.

Por mi parte, os aseguro mi constante recuerdo en la oración e, invocando la asistencia celestial de María Inmaculada sobre vuestro camino hacia el tercer milenio, os imparto de corazón a todos mi bendición.

 



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