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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CAMERÚN EN VISITA «AD LIMINA»

Martes 1 de junio de 1999

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra particularmente acogeros, obispos de la Iglesia católica en Camerún, mientras realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, que refuerza cada vez más el vínculo que os une a la Iglesia universal. Recibís así la alegría y la valentía para vivir de modo renovado vuestro ministerio episcopal. La visita ad limina es, asimismo, el momento en que venís a reuniros con el Sucesor de Pedro y sus colaboradores, a fin de encontrar en ellos el apoyo necesario para vuestra misión pastoral.

Agradezco cordialmente al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor André Wouking, obispo de Bafoussam, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Expresan a grandes rasgos las preocupaciones y las esperanzas actuales de la Iglesia en Camerún.

Por medio de vosotros, me dirijo a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis. Transmitidles el recuerdo entrañable del Papa y la seguridad de su oración para que crezcan en la fe en Cristo y en la caridad al prójimo. A todos los camerunenses, cuyo espíritu de acogida y generosidad experimenté durante mis dos viajes a vuestro país, transmitidles, además, mi saludo cordial.

2. Durante los últimos años, la Iglesia católica en vuestro país ha dado prueba de una notable vitalidad apostólica, que se ha traducido sobre todo en la creación de varias nuevas diócesis y de una nueva provincia eclesiástica. Saludo particularmente a los obispos que vienen por primera vez a realizar su visita ad limina. En medio del pueblo que se os ha encomendado, sed auténticos servidores de Cristo y de su Iglesia. Conservo un grato recuerdo de mi viaje a Yaundé, con ocasión de la clausura del Sínodo africano, y deseo vivamente que la exhortación apostólica Ecclesia in Africa sea para cada uno de vosotros la carta de su propio compromiso pastoral y misionero.

Hoy las comunidades cristianas necesitan pastores que sean hombres de fe, humildes e intrépidos, capaces de discernir, con una actitud de acogida y diálogo con todos, los signos de la venida del reino de Dios y de trabajar por su difusión. En situaciones humanas a menudo difíciles, marcadas principalmente por la crisis económica y la pobreza de numerosos sectores de la población, deben ser sembradores de esperanza. Con sus palabras claras y verdaderas, sin ningún tipo de trabas, han de ser para los católicos, y también para los hombres de buena voluntad, guías seguros en la búsqueda de la verdad.

Como afirma el concilio Vaticano II, la tarea de enseñar es esencial en la misión episcopal. Los obispos, en comunión con el Romano Pontífice, son «los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo. Ellos predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica, y la iluminan con la luz del Espíritu Santo. Sacando del tesoro de la Revelación lo nuevo y lo viejo, hacen que dé frutos y con su vigilancia alejan los errores que amenazan a su rebaño» (Lumen gentium, 25). Al ser verdaderos educadores de los fieles de Cristo, les permitís ahondar su fe, especialmente ayudándoles a no separarla de su vida e inculcándoles un sentido profundo de la oración cristiana. Enseñadles a ponerse fielmente a la escucha del Evangelio, para darle la primacía en su existencia. De este modo, aprenderán a percibir mejor y a evitar las prácticas que están en contradicción con la fe cristiana y que les impiden vivir plenamente la gracia de su bautismo.

3. En la misión de hacer nacer y formar al pueblo de Dios, vuestros sacerdotes desempeñan un papel particular. Los saludo cordialmente y los exhorto a ser siempre y en todas las situaciones ministros creíbles y generosos de Cristo y de su Iglesia, teniendo cuidado de desarrollar incesantemente la comunión con vosotros. En la sociedad actual, la fidelidad a los compromisos asumidos el día de la ordenación encuentra numerosos obstáculos; también son muchas las dificultades que impiden considerar el sacerdocio como un servicio a Dios, a la Iglesia y al mundo. ¡Que vuestros sacerdotes no se desalienten! Que encuentren en vosotros hermanos atentos a sus dificultades y dispuestos a acogerlos, darles confianza, ayudarles en el discernimiento evangélico y sostenerlos de verdad en sus esfuerzos por lograr una mayor santidad de vida, que es la forma más eminente de testimonio entre los fieles.

A cada uno de vuestros sacerdotes les reafirmo con fuerza la urgencia de progresar en una vida espiritual sólida y marcada profundamente por un dinamismo misionero que los haga crecer en su configuración con Cristo y participar en su caridad pastoral. Recuerden que «el contenido esencial de la caridad pastoral es la entrega total de sí mismo, la entrega total a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen» (Pastores dabo vobis, 23).

Los sacerdotes deben expresar esta entrega total de sí mismos particularmente mediante el celibato, que es una gracia del Señor que todos deben esforzarse por vivir. En efecto, la práctica de la continencia perfecta y perpetua por el Reino «es signo y al mismo tiempo estímulo de la caridad pastoral y fuente privilegiada de fecundidad espiritual en el mundo» (Presbyterorum ordinis, 16). Delante de los hombres, es también un testimonio de su consagración total a la misión que se les ha encomendado y un signo vivo del mundo futuro ya presente por la fe y la caridad (cf. ib.).

Invito a cada uno de vuestros sacerdotes a dar a la formación permanente el lugar privilegiado que le corresponde en su existencia sacerdotal. Es una exigencia fundamental, en cualquier edad y en cualquier condición de vida, para mantener su ser y su obrar según el espíritu de Cristo, buen Pastor. Dado que incluye las dimensiones humana, intelectual, espiritual y pastoral de la existencia, es una ayuda valiosa para lograr y sostener la unidad interior de los sacerdotes. Los animo también a colaborar entre sí y a encontrar, cuando sea necesario, formas de vida común y de participación, gracias a las cuales puedan profundizar la fraternidad sacerdotal, que es una expresión de la unidad del presbiterio en torno a su obispo.

Me consta que prestáis atención a las vocaciones sacerdotales y a la formación básica de los futuros pastores de vuestras diócesis. En los seminarios, la formación humana, intelectual y pastoral de los candidatos al sacerdocio constituye un fundamento importante y necesario de la preparación para el ministerio. Sin embargo, es sumamente importante desarrollar una formación espiritual que los introduzca en la comunión profunda con Cristo; con actitud de confianza filial en el Padre y de obediencia al Espíritu, permanecerán firmemente unidos a la Iglesia y fieles a su ministerio. Ojalá que los formadores, a quienes agradezco su servicio generoso, se preocupen siempre por preparar pastores sólidos desde el punto de vista humano y espiritual.

4. Es apreciable la participación de los religiosos y las religiosas en la vida de la Iglesia en vuestro país. Junto con vosotros, doy gracias al Señor por las generaciones de hombres y mujeres, procedentes de otros continentes, que han llevado el evangelio de Cristo a vuestra tierra y que desde hace más de un siglo contribuyen con valentía y desinterés, a costa de grandes sacrificios, al establecimiento de una Iglesia autóctona. Hoy, su presencia manifiesta la universalidad de la Iglesia y es una llamada a la coparticipación de los recursos humanos entre las Iglesias particulares. Los apoyo en su servicio pastoral a vuestras comunidades y en su celo por toda la población, particularmente con sus obras de asistencia sanitaria y social, así como con su actividad de educación y promoción humana, que son signos del amor de Dios a los más necesitados. Deseo de igual modo que los institutos de vida consagrada fundados en vuestras regiones se desarrollen plenamente y sean, a su vez, misioneros más allá de las fronteras de su país.

Por otra parte, para expresar el pleno arraigo del Evangelio, es de desear que la vida contemplativa, ya presente en algunas de vuestras diócesis, se difunda más ampliamente, dando un testimonio único del amor de la Iglesia al Señor y contribuyendo con una misteriosa fecundidad apostólica al crecimiento del pueblo de Dios (cf. Vita consecrata, 8).

5. Para que la Iglesia pueda implantarse y desarrollarse, los catequistas desempeñan un papel decisivo en la comunidad cristiana. Les agradezco vivamente su compromiso misionero, asumido en condiciones a menudo difíciles. Una preparación doctrinal y pedagógica profunda, una constante renovación espiritual y apostólica, y la necesidad de procurarles condiciones dignas de vida, son exigencias que deben estar entre las preocupaciones principales de los obispos y de los sacerdotes que los acompañan (cf. Redemptoris missio, 73). En efecto, dentro de las comunidades, tienen la responsabilidad de ser testigos auténticos del Evangelio con una vida personal y familiar ejemplar, que dará mayor fuerza a su enseñanza. A cada uno de ellos le deseo que tome cada vez mayor conciencia de las exigencias de su vocación y de la confianza que la Iglesia tiene puesta en él, para el bien de la comunidad cristiana.

6. El compromiso de los laicos en la vida de la Iglesia y de la sociedad es una dimensión esencial de su vocación bautismal. El misterio de comunión que une a los cristianos entre sí y con su Señor los compromete a edificar comunidades unidas, donde cada uno tenga su lugar, sin distinción de origen ni de situación social; comunidades abiertas y generosas, que acepten compartir con todos las gracias recibidas. En efecto, «la dignidad cristiana, fuente de la igualdad de todos los miembros de la Iglesia, garantiza y promueve el espíritu de comunión y de fraternidad y, al mismo tiempo, se convierte en el secreto y la fuerza del dinamismo apostólico y misionero de los fieles laicos» (Christifideles laici, 17). Así, podrá crecer la Iglesia, familia de Dios.

Por lo demás, los laicos tienen la misión de manifestar su fe en la vida social y en el servicio a la colectividad. Gracias a su influencia y su compromiso, contribuyen a transformar las mentalidades y las estructuras, para que sean más fieles a los designios de Dios sobre la familia humana. Con esta finalidad, han de recibir una formación que les ayude a llevar una vida cristiana armoniosa y a vivir las implicaciones sociales del Evangelio. Una iniciación seria en la doctrina social de la Iglesia les permitirá dar una contribución eficaz al desarrollo solidario de la nación, al que todos pueden asociarse y en el que todos pueden participar activamente. La búsqueda del bien común implica también el deber de luchar con vigor contra todas las formas de corrupción, despilfarro o malversación de lo que pertenece a toda la colectividad en beneficio de unos pocos.

7. La educación de los jóvenes debería ser la preocupación principal de todos. En efecto, como observó el concilio Vaticano II, «la verdadera educación persigue la formación de la persona humana en orden a su fin último y, al mismo tiempo, al bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas obligaciones participará una vez llegado a adulto» (Gravissimum educationis, 1). Como parte de su misión, la Iglesia debe hacer que la educación moral y religiosa sea accesible a todos los que la deseen. Por eso, las escuelas católicas desempeñan un papel especial. A pesar de las dificultades que afrontan hoy en vuestro país, están llamadas a cumplir su misión con un espíritu de apertura a todos, sin distinción de origen, condición social o religión. Otra consideración importante es la formación humana, cultural y religiosa de los educadores, ya que esta formación asegurará que se transmitan los valores. El testimonio de vida de cada uno es de por sí un elemento esencial de la verdad que enseñan las escuelas católicas.

8. En la sociedad contemporánea, el matrimonio y la familia son objeto de amenazas que tienden a destruirlos o por lo menos a deformarlos, poniendo así en peligro el equilibrio mismo de la sociedad. Por esta razón, es urgente reforzar una catequesis que ponga de relieve la grandeza y la dignidad del amor conyugal en el designio de Dios, así como las exigencias que derivan de él. Los fieles deben tomar cada vez mayor conciencia de que, con el sacramento del matrimonio, reciben una gracia particular destinada a perfeccionar su amor y fortificar la unidad y la indisolubilidad del matrimonio. Por esta gracia, cuya fuente es Cristo, se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal mediante la acogida y la educación de los hijos (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1641).

Me alegra el testimonio de fidelidad y dinamismo que da un gran número de hogares cristianos felices, convirtiéndose así, en su ambiente, en ejemplos vivos de familias unidas, abiertas a los demás y solidarias en medio de las dificultades. Por eso, junto con vuestros sacerdotes y con los animadores de la pastoral familiar de vuestras diócesis, os exhorto a proseguir vigorosamente el esfuerzo que habéis realizado para ayudar a los cristianos, particularmente a los jóvenes, a que acepten los valores de la vida matrimonial y familiar, así como para acompañarlos en su preparación al matrimonio cristiano y, después, en su vida de esposos y padres. Por otra parte, toda la comunidad eclesial tiene la responsabilidad de promover la evangelización de la familia, llamada a ser cada vez más una comunidad de vida y amor, «reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa» (Familiaris consortio, 17).

9. Vuestras diócesis ya han realizado importantes esfuerzos para inculturar la fe cristiana, principalmente en los campos de la liturgia y la catequesis. La manera de vivir la fe está impregnada siempre de la cultura de su propio ambiente. También puede afirmarse que «el desafío de la inculturación en África es hacer que los discípulos de Cristo puedan asimilar cada vez mejor el mensaje evangélico, permaneciendo fieles a todos los valores africanos auténticos» (Ecclesia in Africa, 78). Esta tarea es un deber diario que hay que cumplir con perseverancia, para lograr que todos acojan el Evangelio en lo más íntimo de su ser y dejen que produzca frutos abundantes.

Camerún es una tierra de encuentro, en la que hay diferentes culturas. El anuncio del Evangelio a cada una de ellas exige también que los cristianos estén dispuestos a llevarles la verdad revelada por Dios mediante su Hijo, que vino para compartir nuestra humanidad. Eso no impide que las culturas conserven su identidad propia, y tampoco crea divisiones en su seno, puesto que la fe cristiana favorece en ellas lo que está abierto a la acogida de la verdad plena. Asimismo, invita a respetar su diversidad, viendo en ellas un signo de la abundancia de los dones que Dios ha dado a cada pueblo.

Desde este punto de vista, la realización de una auténtica pastoral del mundo de la cultura es decisiva para el anuncio del Evangelio en la sociedad. En una época que experimenta frecuentemente la pérdida del sentido de los valores morales y la inquietud ante el futuro, la Iglesia tiene la misión de manifestar la fecundidad de la fe en la evolución de las culturas. En particular, esforzaos por anunciar el Evangelio en los ambientes culturales, universitarios e intelectuales de vuestro país, a fin de que en ellos pueda ser una fuente de renovación y crecimiento espiritual para el bien de todos.

10. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente, expresé el deseo de que el tercer año de preparación para el gran jubileo del año 2000, dedicado a Dios Padre, permita una profundización del diálogo interreligioso, según las orientaciones de la declaración conciliar Nostra aetate (cf. n. 53). En vuestro país, las relaciones con las demás tradiciones religiosas son generalmente pacíficas. Conviene, pues, aprovechar este tiempo favorable para que entre los católicos y los que no comparten su fe, particularmente los creyentes del islam, crezca un espíritu realmente fraterno y respetuoso, que les permita trabajar juntos al servicio del desarrollo integral y de la justicia. Ojalá que este espíritu de convivencia anime también las relaciones con los seguidores de la religión tradicional africana. En efecto, «la luz de Cristo trae una vida nueva y abre el corazón de las personas. Animados por el amor que viene de Dios, los cristianos tratan a todos sus hermanos y hermanas con auténtica estima y amistad» (Discurso en Yaundé, 15 de septiembre de 1995, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de septiembre de 1995, p. 8). Con este espíritu, resulta más evidente aún que el reconocimiento efectivo por parte de todos del derecho a la libertad religiosa, que es el fundamento de los demás derechos de la persona humana, no puede menos de favorecer la construcción de una nación solidaria y fraterna, y contribuir al mantenimiento de la paz y la concordia entre todas las comunidades que la componen.

11. Queridos hermanos en el episcopado, al término de este encuentro, deseo vivamente invitar a los jóvenes camerunenses a no desalentarse ante el futuro, recordándoles la exhortación que he dirigido frecuentemente a los jóvenes de África: preocupaos del desarrollo de vuestra nación, amad la cultura de vuestro pueblo y trabajad para vivificarla, siendo fieles a vuestra herencia cultural, perfeccionando vuestro espíritu científico y técnico, y sobre todo dando testimonio de vuestra fe cristiana (cf. Ecclesia in Africa, 115). Y vosotros, adultos, ayudadles a ocupar su lugar en la vida de la nación y de la Iglesia.

Ahora que se acerca la celebración del gran jubileo del año 2000, exhorto a todos los fieles de Camerún, unidos a sus obispos en la fe y en la caridad, a hacer que este tiempo de gracia sea un tiempo de intensa renovación espiritual y de vigoroso compromiso misionero, para que el amor de Dios Padre, manifestado en su Hijo Jesús, en la comunión del Espíritu Santo, se anuncie a toda la humanidad.

Encomiendo a cada una de vuestras diócesis y a toda vuestra nación a la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de los hombres, para que os guíe por los caminos que conducen a su Hijo divino. De todo corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.

 



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