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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS
PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)


Jueves 24 de junio de 1999

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la «Reunión de las Obras
para la ayuda a las Iglesias orientales»:

1.Me alegra daros una cordial bienvenida, con ocasión de la reunión para coordinar las ayudas a los cristianos de las Iglesias de Oriente.

Saludo con afecto al cardenal Achille Silvestrini, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales y presidente de la ROACO, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo al secretario, al subsecretario y a los colaboradores del dicasterio para las Iglesias orientales, así como a los responsables de las organizaciones y a todos vosotros.

Vuestras reuniones semestrales, que empezaron en 1968, se han estructurado cada vez más y, al aumentar el número de sus participantes y su coordinación, muestran ahora una mayor eficacia práctica. Sé que, durante estos últimos años, habéis dedicado atención especial al método para desarrollar vuestra actividad, en estrecha colaboración con las Iglesias orientales católicas, a las que queréis prestar vuestro servicio. Así, vuestra ayuda resulta valiosa para el Papa, a quien permitís ejercer, de modo más eficaz, el ministerio de presidir «en la caridad universal».

Queridos responsables de las organizaciones, os agradezco a todos la labor que realizáis bajo la guía de la Congregación para las Iglesias orientales. Con vuestro esfuerzo, aliviáis situaciones de necesidad, animáis iniciativas socio-pastorales, socorréis a países divididos por conflictos y ayudáis a muchas personas afectadas por la pobreza y por diversas formas de marginación.

2. Vosotros, en particular, sostenéis a las comunidades católicas orientales en su obra de evangelización. Ante la inminencia del gran jubileo, los creyentes están llamados a vivir de modo más intenso su fe, conscientes de ser «como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios» (Gaudium et spes, 40).

Además del testimonio de fe, no puede faltar el servicio de la caridad: el anuncio del evangelio de la esperanza exige el evangelio de la caridad. Entre los signos del itinerario jubilar está la «puerta santa». La indicación de la puerta es una llamada a la responsabilidad de todo creyente a cruzar el umbral de la misericordia (cf. Incarnationis mysterium, 8). «Puerta» y «umbral» son signos de la caridad que «nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación» y crea «una nueva cultura de solidaridad y cooperación (...), en la que todos (...) asuman su responsabilidad en un modelo de economía al servicio de cada persona» (ib., 12).

Gracias a vuestra entrega generosa a las necesidades de vuestros hermanos de las Iglesias orientales, toda la comunidad eclesial cumple su misión pastoral universal. La creación de una corresponsabilidad concreta contribuye a superar la tentación de particularismos egoístas y hace que se sientan unidos por un mismo y gran destino pueblos diferentes, en los que el Evangelio ha engendrado la confianza y la esperanza en una nueva humanidad.

3. Con el jubileo, estarán en el centro de la atención eclesial Jerusalén, Nazaret y Belén, y toda la Tierra santa, donde el Hijo de Dios tomó nuestra carne de la Virgen María. Sé que ya os interesáis de modo particular por los lugares santos y seguís los anhelos y preocupaciones de las comunidades cristianas locales. Os invito, sobre todo, a responder a las expectativas de los jóvenes y a ayudar a las familias cristianas a no perder la esperanza de tener una vivienda y trabajo, aun en medio de las dificultades socioeconómicas y de una situación ambiental precaria.

La Iglesia universal, también con la tradicional colecta destinada a Tierra santa, manifiesta su solicitud por los hermanos que viven en los santos lugares de la Redención. Al recomendaros vivamente ese acto de amor hacia los cristianos de aquellas regiones, estoy seguro de que los pastores y fieles de las Iglesias católicas orientales y de la comunidad latina de Tierra santa acogerán con gratitud vuestro esfuerzo por enviarles las ayudas provenientes de todo el mundo católico.

El clero y los fieles manifiestan su disponibilidad a trabajar juntos y a programar intervenciones y planes pastorales, según prioridades reconocidas de evangelización, caridad y compromiso educativo. Es muy importante la formación de laicos cristianos maduros y responsables, que den un testimonio valiente de su fe. Durante la gozosa celebración jubilar, los numerosos peregrinos que visiten los santos lugares de la fe no sólo tendrán la oportunidad de compartir momentos de oración y comunión, sino también de conocer las obras que habéis promovido para contribuir a la catequesis, la animación pastoral y la acción caritativa.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, os expreso mi complacencia por la solicitud con que acogéis las peticiones que os llegan. Por mi medio os manifiestan su gratitud esas comunidades que, mediante el servicio de la Congregación para las Iglesias orientales y de la ROACO, se sienten apoyadas en sus esfuerzos por renovar su valiente compromiso apostólico.

La Madre de Dios, María santísima, que «vivió plenamente su maternidad desde el día de la concepción virginal, culminándola en el Calvario al pie de la cruz» (ib., 14), os confirme en vuestros propósitos y siga «indicando a todos el camino que conduce al Hijo» (ib.).

Con estos deseos, os imparto de corazón una especial bendición apostólica, que extiendo con gusto a las comunidades eclesiales a las que pertenecéis, a las organizaciones que representáis y a las iniciativas por las que trabajáis incesantemente.

 



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