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PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO


Sábado 6 de marzo de 1999

 

Os doy las gracias cordialmente a todos vosotros, que habéis participado en el rezo del santo rosario, en este primer sábado de marzo, mes dedicado a san José, esposo de María santísima y patrono de la Iglesia universal. Saludo a los grupos de fieles procedentes de Tívoli, Castelfranco de Sopra, Foggia y Nápoles; al movimiento por la vida de Cervia, al «Club de Leones» de Andria, a los voluntarios, colaboradores y muchachos del instituto «Casal del Marmo» de Roma, y a los niños de la escuela «Santa Dorotea» de Montecchio Emilia, junto con sus padres y profesores.

Dirijo un saludo particular a los jóvenes universitarios: a los presentes y a cuantos se han unido a nosotros por medio de Radio Vaticano. Amadísimos universitarios, os saludo con afecto. Hemos meditado en el misterio del amor de Dios Padre, cuyo primer testigo es María, y hemos invocado para todos los universitarios del mundo el don de la reconciliación y de la misericordia. Esta tarde he tenido la alegría de compartir con vosotros el comienzo de la peregrinación de la cruz en vuestras universidades. Reconoced en la cruz el signo más elocuente de la misericordia del Señor, capaz de suscitar en todas las comunidades académicas un renovado impulso hacia Aquel que es fundamento y certeza de todo itinerario de investigación intelectual.

Se han unido a nosotros en la oración vuestros compañeros de las universidades de Buenos Aires, Nueva York, Czêstochowa y Santiago de Compostela. Esta iniciativa ya nos proyecta hacia la Jornada mundial de la juventud y el encuentro mundial de los profesores universitarios del año 2000. Preparaos, queridos universitarios de Roma, para acoger a vuestros coetáneos que llegarán de todas las partes del mundo. Con la ayuda de María, sed apóstoles en el mundo universitario.

Saludo con afecto a los universitarios de Buenos Aires. Doy las gracias a monseñor Raúl Rossi y a las autoridades académicas. Queridos jóvenes: vosotros tenéis la misión de animar vuestras comunidades universitarias en vista del gran jubileo, que quiere ser ocasión para una profunda renovación espiritual y cultural. Confío en vuestra colaboración para el buen desarrollo de la Jornada mundial de la juventud del año 2000. Espero que muchos de vosotros podáis vivirla en Roma.

Dirijo un afectuoso saludo a los estudiantes de la «Columbia University» de Nueva York, reunidos en la iglesia de Nuestra Señora con monseñor Anthony Mestice. Me recordáis mi reciente y feliz visita a Estados Unidos. Os renuevo mi confianza y os animo en vuestros esfuerzos por ser buenos cristianos en vuestra cultura. La cercanía del gran jubileo os impulse a ser cada vez más fieles a Cristo, y testigos más activos del Evangelio en el mundo actual.

Con particular emoción saludo a los universitarios de Czêstochowa y demás centros, reunidos en oración en el santuario de Jasna Góra, en torno a monseñor Stanislaw Nowak. La voz de vuestra oración ha despertado muchos recuerdos en mi corazón. Aprecio el empeño con que colaboráis en la pastoral universitaria. Esto nos permite confiar en que el crecimiento cultural de nuestra patria esté siempre enraizado en la plurisecular tradición cristiana. Os pido que encomendéis a la Reina de Jasna Góra el camino jubilar de todos los universitarios del mundo y, de modo particular, la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Roma el próximo año. Dios os bendiga.

Mi saludo se dirige, finalmente, a los universitarios de Santiago de Compostela, reunidos en la catedral guiados por monseñor Julián Barrio. Os agradezco el entusiasmo con el que habéis querido participar en este encuentro, ofreciendo en directo vuestro testimonio en el marco del Año jubilar compostelano. Aseguro mi oración para que éste sea un acontecimiento de gracia para tantos universitarios que participarán el próximo mes de agosto en el encuentro europeo de jóvenes. Confío mucho en vuestro empeño por animar los ambientes universitarios, de modo que puedan prepararse adecuadamente al gran jubileo.

Al término de nuestro encuentro, me alegra impartiros a todos la bendición apostólica.

 



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