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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL PRIMER SÍNODO DIOCESANO
DE LA IGLESIA ORDINARIATO MILITAR DE ITALIA


Jueves 6 de mayo de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con vivo placer doy la bienvenida a cada uno de los miembros de las Fuerzas armadas italianas, que habéis venido a visitarme en gran número, al término del primer Sínodo de la Iglesia ordinariato militar. Saludo con afecto a vuestro pastor, monseñor Giuseppe Mani, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Saludo así mismo a los Ordinarios castrenses de otras naciones, que han compartido con vosotros este momento de profunda comunión. También saludo cordialmente a los representantes de las diversas confesiones religiosas, que trabajan en la asistencia espiritual a los militares y han querido contribuir con su presencia a vuestros trabajos sinodales.

Deseo agradecer al señor ministro de Defensa, a los honorables subsecretarios y a los jefes de Estado mayor su significativa participación en un acontecimiento tan importante de la Iglesia ordinariato militar. Por último, me complace saludar con afecto a los capellanes y a las religiosas, que ofrecen su valioso apoyo moral y espiritual a cuantos prestan un servicio tan fundamental para la comunidad nacional. También expreso mis mejores deseos de paz y bien en el Señor resucitado a todos los que, de diferentes modos, colaboran con las Fuerzas armadas.

2. La asistencia espiritual a los militares italianos, ya desde la unidad de Italia, ha constituido un constante compromiso para la Iglesia que, a través de la acción generosa de muchos sacerdotes, se ha preocupado por acompañar, con la palabra de Dios y los sacramentos, a cuantos estaban dedicados al servicio de la patria. Esta presencia se difundió y organizó mucho más después del primer conflicto mundial, cuando la Santa Sede, de acuerdo con las autoridades del Estado italiano, aseguró la asistencia espiritual a las Fuerzas armadas, constituyendo el vicariato castrense para Italia con un Ordinario militar.

Los capellanes han desempeñado un papel espiritual y humano insustituible, compartiendo la vida y los problemas de los militares y ofreciendo a todos la luz del Evangelio y la gracia divina. En esta actividad se han distinguido espléndidas figuras de sacerdotes, que han honrado a la Iglesia y a las Fuerzas armadas.

Entres éstos, me agrada recordar al beato Secondo Pollo, sacerdote celoso y apreciado educador de los jóvenes, que terminó su vida terrena a los 33 años, el 26 de diciembre de 1941, en el frente de Montenegro, alcanzado por una ráfaga de ametralladora mientras ayudaba a sus alpinos heridos en una emboscada. A él, inmolado en la violencia de la guerra en la misma región balcánica donde nuevamente resuena un trágico fragor de armas, le pedimos que obtenga a esa atormentada tierra el don de una paz duradera, que respete los derechos de todos los pueblos.

3. El impulso providencial a la correcta actualización que dio el concilio ecuménico Vaticano II, gracias a la acción sabia y generosa de los Ordinarios castrenses y los capellanes, fue acogido prontamente por el pueblo cristiano militar, suscitando una nueva conciencia de Iglesia y un compromiso renovado, sobre todo entre los fieles laicos. Así, se ha pasado de un «servicio de Iglesia», prestado a los militares, a una «Iglesia de servicio», reunida entre cuantos están llamados en el mundo militar a ejercer su sacerdocio bautismal trabajando por la convivencia pacífica entre los hombres, en unión con aquellos que, con el sacrificio de su vida, han dado el testimonio supremo de amor.

Con la constitución apostólica Spirituali militum curae, de 1986, quise impulsar ese camino prometedor, configurando la Iglesia ordinariato militar como Iglesia particular, territorial y personal, cuyo mismo nombre expresa su naturaleza teológica, su estructura organizativa y su índole específica. Forman parte de ella los militares bautizados, sus familiares y parientes, así como los colaboradores que viven en la misma casa, y cuantos son contratados por ley al servicio de las Fuerzas armadas o están vinculados a ellas.

Con este encuentro concluye el primer Sínodo de vuestra Iglesia particular, celebrado precisamente en vísperas del gran jubileo del año 2000. Durante estos tres años de oración y reflexión, bajo la guía de vuestro pastor, habéis tenido la oportunidad de releer a la luz de la palabra de Dios el plan que el Señor tiene para vuestra comunidad eclesial, cuya identidad de pueblo de Dios reunido entre los militares en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo habéis profundizado. Por tanto, os habéis interrogado sobre cómo anunciar el Evangelio en el ámbito de la vida militar actual.

¡Cuántas nuevas perspectivas de evangelización y servicio se abren ante la Iglesia ordinariato militar en el umbral del nuevo milenio cristiano!

4. En las sociedades democráticas está arraigando cada vez más la convicción de que las Fuerzas armadas están llamadas a ser instrumento de paz y concordia entre los pueblos y de apoyo a los más débiles. A este propósito, ¡cómo no recordar las numerosas misiones durante las cuales los militares han estado en primera línea para prestar su generosa ayuda a las poblaciones civiles damnificadas por calamidades naturales o tragedias humanitarias! ¡Cómo no pensar con admiración en los peligros y sacrificios que afrontan cuantos realizan una obra de pacificación en los países devastados por absurdas guerras civiles! Con estas intervenciones, los militares actúan cada vez más como defensores de los valores inalienables del hombre, como la vida, la libertad, el derecho y la justicia. Esta concepción de la vida militar, en sintonía con el mensaje evangélico, abre a la Iglesia ordinariato militar muchas oportunidades pastorales. En vuestro ministerio, todos los años os encontráis con la mayor parte de la juventud, llamada a realizar durante algunos meses el servicio militar. Se trata de una peculiaridad, por la que vuestra Iglesia se presenta como una familia con muchos hijos jóvenes, y os permite entrar en contacto con el mundo juvenil, con sus esperanzas y sus desilusiones.

Las expectativas y las problemáticas juveniles, así como los desafíos que éstas constituyen para vuestra Iglesia ordinariato militar, han sido tratadas ampliamente en la asamblea sinodal. Al expresaros mi aprecio por el trabajo realizado, deseo exhortaros a mirar con confianza el mundo de los jóvenes, conscientes de que toda palabra, todo gesto de atención concreta y todo esfuerzo por abrir su corazón a Cristo, producirá abundantes y generosos frutos de bien en su espíritu.

Os invito, asimismo, a esforzaros por ser en medio de ellos testigos, antes que maestros, e iconos vivos de los valores que anunciáis. Sed para ellos guías espirituales seguros y sostenedlos todos los días con vuestra oración y vuestro ejemplo.

5. Como vuestro arzobispo ha recordado al comienzo, el mundo militar, tanto en el pasado como en la actualidad, se presenta a menudo como un vehículo de evangelización y un lugar privilegiado para alcanzar la cima de la santidad: pienso en el centurión del evangelio, en los primeros soldados mártires y en cuantos a lo largo de la historia, sirviendo a un soberano terreno, han aprendido a convertirse en soldados y testigos del único Señor, Jesucristo.

Mi pensamiento va, en particular, al siervo de Dios, sargento de carabineros Salvo D'Acquisto, quien, en circunstancias muy difíciles, supo testimoniar con la entrega de la vida su fidelidad a Cristo y a sus hermanos. Este espléndido batallón de creyentes y santos os alienta a proseguir vuestro apostolado. Expreso mis mejores deseos de que la celebración del primer Sínodo suscite en vosotros entusiasmo y creatividad para que, en las Fuerzas armadas, seáis cada vez más levadura de esperanza y de salvación.

Con estos deseos, al mismo tiempo que invoco la protección materna de María, Reina de la paz, imparto de corazón a la Iglesia ordinariato militar, a su pastor y a cada uno de vosotros, una especial bendición apostólica.

 



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