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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE LA SANTA CRUZ


 Sala Clementina
Sábado 29 de mayo de 1999

 

Ilustres autoridades académicas y profesores;
amable personal técnico-administrativo;
amadísimos estudiantes:

1. Me alegra acogeros con ocasión del decimoquinto año de vida del Ateneo de la Santa Cruz, que desde el 15 de julio del año pasado ha obtenido el título de universidad pontificia. ¡Gracias por vuestra visita! Con gran cordialidad os saludo a cada uno, queridos profesores, jóvenes universitarios y personal administrativo y técnico. Agradezco en particular al gran canciller, monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, las palabras que ha querido dirigirme amablemente en nombre de todos.

Vuestra universidad, nacida gracias al celo apostólico del beato Josemaría Escrivá, se propone investigar y promover la verdad con honradez intelectual y respeto a la Revelación. Como tal, se siente al servicio de la Iglesia, llamada en nuestro tiempo a un esfuerzo misionero más valiente, en la perspectiva del tercer milenio.

2. Noto con aprecio que vuestra universidad, respondiendo a una precisa necesidad del mundo contemporáneo, es decir, la de impulsar, con competencia profesional y sentido eclesial, al sector de la opinión pública y de los medios modernos de comunicación social a tener una comprensión cada vez más adecuada de la riqueza que brota de la vida de la Iglesia, ha proyectado la facultad de Comunicación social institucional, con la finalidad de formar de modo específico a personas que colaboren con los obispos, con las Conferencias episcopales y con otras instituciones eclesiales en la transmisión de una correcta información sobre la Iglesia mediante los medios de comunicación social. Se trata de una iniciativa que tiene en cuenta las actuales exigencias de la comunicación. Deseo de corazón que vuestro esfuerzo favorezca la difusión y la inculturación del Evangelio, buena nueva de liberación auténtica, en todos los sectores de la vida social y civil.

Quisiera, asimismo, recordar la integración en vuestra universidad del Instituto superior de ciencias religiosas en el Apolinar, creado hace unos años con gran clarividencia por el cardenal Pietro Palazzini. Con su peculiar metodología a distancia, vuestra universidad ofrece la oportunidad de una formación académica y eclesial a los encargados de la enseñanza de la religión en la escuela, de la catequesis en las parroquias y de las diversas modalidades de apostolado.

3. El emblema de vuestra universidad reproduce un dibujo del beato Josemaría Escrivá y recuerda el sentido de vuestro trabajo. Su elemento central es una cruz griega, cuyos brazos terminan en puntas de flecha. Así, parece que la cruz está como en tensión hacia todas las direcciones, dispuesta a abrazar a la humanidad y al mundo entero. Al lado de la cruz se hallan las palabras Iesus Christus, Deus Homo. ¡Qué síntesis tan significativa de la orientación de la actividad didáctica y de la investigación! La cruz es la revelación suprema del misterio del Verbo encarnado, perfectus Deus, perfectus homo (cf. símbolo Quicumque). En su amor infalible, Cristo crucificado revela, de modo conmovedor, la infinita misericordia del Padre para con los hombres de todos los tiempos.

La sabiduría de la cruz es luz que ilumina el sentido de la existencia humana. Con razón, san Agustín se refiere a la cruz como a la cátedra del Maestro divino: «Lignum illud ubi erant fixa membra morientis, etiam cathedra fuit magistri docentis» (In Ioann. Ev. 119, 2: CCL 36, 658). Desde esa cátedra recibimos la sublime lección del amor que Dios nos tiene. Los límites de la ciencia quedan paradójicamente superados por la fe en el Hombre-Dios clavado en la cruz y resucitado por el Padre. Nosotros no debemos separarnos de esta cátedra. Como solía repetir el beato Josemaría Escrivá, sólo así encontraremos «lux in cruce, gaudium in cruce, requies in cruce»: la luz, la alegría y la paz que brotan del designio salvífico. Sólo cuando permitimos que el Espíritu Santo nos sumerja en el misterio de Cristo, el pensamiento teológico se ilumina con la sabiduría y llega a comprender plenamente el sentido de la cruz, itinerario de salvación para el hombre y de purificación para el corazón y la mente.

4. En este tiempo, en el que constatamos a veces la dispersión del saber y una general desconfianza en la capacidad de la razón de alcanzar la verdad, recientemente consideré oportuno publicar la encíclica Fides et ratio, un texto que deben profundizar de modo particular quienes trabajan en las facultades de ciencias eclesiásticas. Esta encíclica, al igual que la Veritatis splendor, de la que es continuación, representa una orientación fecunda para el trabajo de cuantos se dedican al estudio de la teología, las ciencias sagradas y la filosofía. En Cristo, Dios y hombre, resplandece la perfecta armonía entre naturaleza y gracia. Este maravilloso equilibrio ha producido a lo largo de los siglos muchísimos frutos de conocimiento. Los diversos saberes específicos necesitan aún la luz de la teología, acompañada por una filosofía sapiencial de alcance auténticamente metafísico.

La contemplación de la unión de lo humano y lo divino en Cristo, en particular en Cristo crucificado, os ayudará seguramente a integrar las diversas categorías del conocimiento, a cultivar la interdisciplinariedad y a abriros a la verdad total. En esta tarea también os servirá de valioso guía santo Tomás de Aquino, en cuya reflexión «la exigencia de la razón y la fuerza de la fe han encontrado la síntesis más alta que el pensamiento haya alcanzado jamás, ya que supo defender la radical novedad aportada por la Revelación sin menospreciar nunca el camino propio de la razón» (Fides et ratio, 78).

5. Queridos hermanos, os animo a proseguir el compromiso asumido de profundización doctrinal, vivificado por el anhelo constante de santidad. Quiera Dios que cuantos frecuentan vuestra universidad cuenten con vuestra ayuda para afrontar los desafíos que la cultura y la sociedad actual plantean a la fe, y para ser apóstoles de la nueva evangelización, dóciles al Espíritu Santo y fieles al magisterio de la Iglesia.

María, Sede de la sabiduría, os proteja siempre y sea el puerto seguro para cuantos dedican su vida a la búsqueda de la verdad.

Con estos sentimientos, os bendigo de todo corazón.

 



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