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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS CAPITULARES FRANCISCANAS
DE LA PENITENCIA Y DE LA CARIDAD CRISTIANA


 Lunes, 15 de noviembre de 1999

 

Queridas hermanas: 

Con afecto en el Señor os saludo, religiosas Franciscanas de la Penitencia y de la Caridad Cristiana, con ocasión de vuestro capítulo general. Saludo cordialmente, en particular, a la madre Cristina Pecoraro, vuestra superiora general, y a las religiosas que participan en el capítulo. Os aseguro a todas mi cercanía en la oración durante estos días en que tratáis de discernir, con oración y reflexión, el camino más adecuado para afrontar los desafíos actuales, confiando en el poder de la gracia de Dios para crear un futuro de esperanza y renovar todas las cosas en Cristo.

El tema que habéis elegido para vuestro capítulo, "Apoyadas en Dios", refleja vuestro compromiso de construir sobre la rica herencia espiritual de vuestra fundadora, la madre Magdalena Daemen, que inspiró el testimonio de consagración religiosa y de compromiso misionero de generaciones de hermanas en Holanda, Alemania, Polonia, Indonesia, Brasil y Estados Unidos. La fecundidad de ese carisma fundacional sigue siendo evidente hoy en las misiones más recientes de vuestra congregación en Tanzania, Libia, México, Guatemala, Irian Jaya (Indonesia) y Timor oriental y occidental. No podemos menos de ver, en el corazón de este notable "movimiento" espiritual y apostólico, a la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien la madre Magdalena conoció y amó ya desde sus primeros años. Cristo es quien os ha elegido a cada una de vosotras (cf. Jn 15, 16) y os ha enviado, con la fuerza del Espíritu Santo, para que deis fruto y hagáis crecer su reino. Toda misión tiene su última fuente en el movimiento de la gracia de Dios en nuestro corazón; todo apostolado se inspira y se funda, en última instancia, en la llamada de Cristo a ser sus discípulos.

Por esta razón, os animo, como auténticas hijas de san Francisco, a promover en cada aspecto de la vida de vuestra congregación el empeño de conversión, penitencia, oración intensa y contemplación como base para vuestra presencia y misión en el mundo. "Apoyadas en Dios", sed canales de su paz en un mundo a menudo trágicamente afligido por conflictos, divisiones e injusticias.

Vuestro capítulo tiene lugar, de modo muy significativo, en vísperas de la celebración por  parte de la Iglesia del gran jubileo, que debe darle "una conciencia nueva de la misión salvífica recibida de Cristo" (Tertio millennio adveniente, 21). De hecho, un momento significativo del capítulo general será una peregrinación a Greccio, localidad donde san Francisco proclamó el misterio de la encarnación de Cristo en toda su sencillez y resplandeciente belleza. Ojalá que la luz de Cristo y la alegría del gran jubileo infundan en vuestro corazón la esperanza durante estos días de discernimiento y decisiones, y susciten en todas las religiosas Franciscanas de la Penitencia y de la Caridad Cristiana un renovado compromiso en favor de la misión de la congregación. Ojalá que, mientras os esforzáis por responder a las necesidades de las numerosas personas que encontráis en vuestros diferentes apostolados, irradiéis como san Francisco la "paz de Dios que supera todo conocimiento" (Flp 4, 7) e invita al corazón humano, en medio del rumor y de las distracciones del mundo, a conocer y amar a Jesucristo y a vivir en la justicia y la paz, como hijos amados por Dios. Al ser congregación internacional, vuestro testimonio de caridad fraterna y respeto a los demás, vuestro compromiso en favor de la justicia, la promoción de los derechos del hombre y de su dignidad humana, la educación y la asistencia sanitaria, pueden ser un fuerte signo de la presencia del reino universal de Cristo y de su infinita gracia reconciliadora. De un modo muy especial, vuestras hermanas ancianas, que representan un recurso tan rico en espiritualidad y sabiduría en medio de vosotras, pueden ser un ejemplo y, con sus oraciones y sacrificios, una fuente de inmensa gracia y fecundidad espiritual en el cumplimiento de la misión de la congregación en esta generación.

Queridas hermanas, sabemos que "la misión refuerza la vida consagrada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, y estimula su fidelidad" (Vita consecrata, 78). Mientras vuestro capítulo general se esfuerza por fomentar en la vida de cada hermana y de toda la congregación una fidelidad plena al carisma fundacional y una unión cada vez más profunda de mente y corazón con la Iglesia universal, pido a Dios que todas experimentéis la renovación interior que es fundamento y garantía de fecundidad en el apostolado. Invocando sobre vosotras la luz y la fuerza del Espíritu Santo, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en nuestro Señor Jesucristo.



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