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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL FINAL DE UN CONCIERTO ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN LUCCHINI DE BRESCIA

 Palacio pontificio de Castelgandolfo
Domingo, 12 de septiembre de 1999

 

1. Al concluir esta sugestiva velada musical, me alegra dirigiros un cordial saludo a todos vosotros, amables señores y señoras, que habéis participado en el concierto organizado por la fundación Lucchini de Brescia. Saludo ante todo al presidente, dr. Luigi Lucchini, y le agradezco las corteses palabras que me acaba de dirigir.

Expreso mi aprecio al joven pianista Daniele Alberti, que ha tocado con entusiasmo y gran maestría.

Con motivo del 150° aniversario de la muerte del compositor y pianista polaco Federico Chopin, vuestra fundación ha programado una serie de conciertos en algunas localidades relacionadas con la vida del gran músico.

Doy gracias a los organizadores por haber querido que la primera de esas iniciativas se realizara precisamente aquí, en Castelgandolfo. Ojalá que vuestra benemérita fundación contribuya, con sus múltiples actividades, a difundir los valores humanos y espirituales que constituyen la base indispensable del progreso moral, civil y económico de toda la colectividad.

2. De Chopin, considerado uno de los mayores músicos del romanticismo europeo, hemos escuchado algunos Nocturnos, en los que se manifiesta, de forma nítida e impresionante, la finura interior del gran maestro, que sabía abstraerse del mundo exterior para sumergirse en el espíritu humano, delineando sus rasgos más finos y ocultos con un lenguaje musical muy expresivo. En la siguiente pieza, Fantasía-Impromptu en Do sostenido menor y en los valses hemos podido admirar la original inspiración y la elevada vena poética del autor. Al final nos habéis ofrecido algunas Polonesas:  páginas musicales en las que Chopin, utilizando motivos escuchados desde niño, evoca su patria lejana e inolvidable.

Escuchando la magistral interpretación de Daniele Alberti, reflexionaba en que también este concierto constituye un testimonio significativo de la unidad cultural y espiritual de Europa, a la que la tradición cristiana ha dado a lo largo de los siglos, y sigue dando en la actualidad, una contribución fundamental.

Al renovar, también en nombre de los presentes, nuestra viva gratitud tanto a los organizadores de la velada como al virtuoso pianista, os expreso mis mejores deseos de que las iniciativas puestas en marcha por la fundación Lucchini, con motivo del aniversario de la muerte de Chopin, constituyan una oportunidad privilegiada para favorecer la comprensión entre las personas y los pueblos.

Con estos sentimientos, invoco sobre cada uno de vosotros, y sobre vuestras respectivas familias, la constante protección del Señor, y de todo corazón os imparto a todos la bendición apostólica.

 



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