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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN NACIONAL ESLOVACA

 Martes 15 de febrero de 2000

 

Venerados hermanos en el episcopado;
estimados representantes de las demás confesiones cristianas;
señor presidente de la República eslovaca;
amadísimos peregrinos eslovacos:
 

1. Con gran alegría os doy la bienvenida y os agradezco la visita que habéis querido hacerme con ocasión de vuestra peregrinación nacional. Dirijo mi saludo fraterno al señor cardenal Ján Chryzostom Korec, obispo de Nitra, y a monseñor Rudolf Baláz, presidente de la Conferencia episcopal eslovaca, a quien agradezco las significativas y cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, a los demás prelados, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas y a los fieles presentes.

Os saludo a vosotros, distinguidos representantes y delegados de la Iglesia evangélica y de las demás confesiones cristianas presentes en Eslovaquia. También saludo y doy las gracias de modo particular al señor presidente de la República eslovaca, que ha querido honrarme con esta visita y dirigirme unas significativas palabras de saludo.

Por medio de vosotros, queridos peregrinos, quisiera saludar con afecto y dar las gracias sobre todo a la población entera de Eslovaquia. En efecto, siguen vivos en mi corazón los recuerdos del viaje apostólico que la Providencia me concedió realizar a vuestra amada tierra en 1995, y no puedo olvidar la acogida que me dispensasteis durante aquellos días ricos en encuentros y experiencias espirituales. En especial, vuelvo con la mente al santuario de Sastin, donde, bajo la mirada de María, la Virgen de los Dolores, los católicos eslovacos, que la han elegido como patrona y protectora, le renovaron su consagración, afirmando que vuestra nación considera la fe cristiana como uno de los rasgos fundamentales de su identidad.

Gracias por esta visita, que se inscribe en el gran jubileo del año 2000, durante el cual la Iglesia entera, meditando en el misterio de amor revelado en la encarnación del Verbo, se siente rodeada por la ternura del Padre celestial, que sale al encuentro de cada uno de sus hijos e hijas para darles a todos la paz y la salvación.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, los propósitos de renovar vuestro compromiso cristiano, que expresasteis hace cinco años durante mi peregrinación a Eslovaquia, obtienen ante la tumba del apóstol Pedro un fuerte apoyo por los frutos de la redención, que la Iglesia dispensa con particular generosidad en este Año de gracia y misericordia. Fortalecidos con esos dones, queréis renovar aquí vuestra fe en Cristo, el "Hijo de Dios vivo", y reafirmar vuestra decisión de seguir su modelo de vida, que es exigente, pero que da la paz y la salvación.

El Evangelio constituye la valiosa herencia que vuestro pueblo ha recibido desde hace muchos siglos. Los largos años de dura opresión comunista no la han destruido, aunque las dificultades fueron verdaderamente grandes. Ahora es el tiempo del renacimiento espiritual; es la hora de la primavera de la esperanza, después del invierno del ateísmo militante. También ahora afrontáis pruebas y dificultades, pero la constante vuelta a los manantiales evangélicos es fuente segura de recuperación humana y religiosa. Sed fieles a Cristo. Sed fieles a su Evangelio de salvación, capaz de renovar al hombre y a la sociedad. La fe vivida integralmente exige un testimonio coherente en los diversos ámbitos en los que se desarrolla la historia humana, personal y comunitaria.

En este momento particularmente significativo para la historia de fe de vuestro pueblo, deseo dirigiros a vosotros, y a cuantos en la amada nación eslovaca comparten el honor y la alegría de ser creyentes, la invitación a ser testigos valientes de Cristo en la familia, en el lugar de trabajo y en la sociedad. En efecto, no sería posible conservar la identidad cristiana de un pueblo si en los ámbitos más importantes de su vida faltara un testimonio coherente y valiente, capaz de superar los peligros siempre presentes de las componendas, del hedonismo y del secularismo.

3. En el centro del camino de renovación espiritual y civil, que el jubileo propone a los hombres de nuestro tiempo, está el encuentro con Cristo. Él es la Puerta santa que nos introduce en la vida nueva del reino del Padre, mediante la luz de su palabra y la ayuda eficaz de su gracia.

La palabra de Dios, que la Iglesia proclama y presenta a nuestra meditación, nos guía en nuestro camino diario, ofreciéndonos los criterios para juzgar según la verdad los acontecimientos sociales y las acciones personales, y abriendo a nuestro compromiso perspectivas siempre nuevas de santidad y auténtica civilización. El jubileo nos exhorta a escuchar con atención y disponibilidad la palabra divina, creciendo en la fidelidad a Cristo y a su inmutable mensaje de salvación. El jubileo llama e invita apremiantemente a todos los creyentes a encontrarse con el único Señor y Redentor del hombre, Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado. Él nos llama a superar las divisiones y a caminar con decisión hacia la unidad de la fe por medio de la gracia del Espíritu Santo.

Queremos elevar a Dios nuestra oración con renovado fervor para que durante este año de misericordia conceda a todos los cristianos la gracia de secundar con generosidad la acción del Espíritu Santo, a fin de que se presenten a la humanidad en la profunda sintonía de la caridad, preludio de la perfecta unidad de la fe.

4. Cristo acude en ayuda del hombre con su palabra y también con la gracia de los sacramentos, comenzando por el bautismo, en el que se renace "de agua y de Espíritu" (Jn 3, 5). Él alimenta esta nueva vida sobre todo con el don de su cuerpo y de su sangre en la Eucaristía, banquete divino en el que, como dice el Apóstol, sólo se puede participar si se forma "un solo cuerpo" (1 Co 10, 17)

En la Eucaristía Cristo alimenta y fortalece al creyente, para que pueda vivir según el Evangelio. Al acercarse a la mesa eucarística, el discípulo del Señor aprende a realizar opciones conscientes y responsables, para vivir dignamente en presencia de Dios, Padre bueno y misericordioso, que lee en lo más íntimo de la conciencia y juzga con verdad el comportamiento de cada uno. El fiel, alimentándose del "Pan partido", aprende a considerar al otro como prójimo y hermano al que debe respetar y acoger, y se compromete en la construcción paciente y activa de la comunidad, valor que hay que perseguir a pesar de los límites y las desilusiones.

¿No es éste el modelo de comunidad cristiana que nos presentan los Hechos de los Apóstoles, cuando afirman que los creyentes "acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones"? (Hch 2, 42). Sólo los cristianos unidos entre sí de modo tal que sean "uno"  pueden  dar  un  testimonio plenamente creíble ante el mundo (cf. Jn 17, 21). La unidad sigue siendo hoy el camino privilegiado de la evangelización.

5. Amadísimos hermanos y hermanas de Eslovaquia, con quienes hoy tengo la alegría de encontrarme, os deseo de corazón que volváis a vuestros hogares afianzados en vuestro propósito de seguir el Evangelio y testimoniarlo valientemente. Ruego al Señor que también este encuentro os ayude a formar, con renovado compromiso y bajo la guía sabia de vuestros pastores, comunidades vivas e intrépidas, siempre dispuestas a proclamar a los hombres de nuestro tiempo la verdad que libera y salva.

Encomiendo a todo el pueblo eslovaco, al que tengo un cariño particular, a la protección celestial de la Virgen de los Dolores, la Madre buena y solícita, que vela con amor por vuestra tierra. Que María santísima os ayude a vivir fructuosamente la gracia del gran jubileo y a acoger diariamente con corazón humilde y fiel al Salvador.

Con estos sentimientos, invoco sobre cada uno de vosotros y sobre la entera nación eslovaca la abundancia de las bendiciones divinas.

 



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