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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 EN EL V CENTENARIO DE LA PEREGRINACIÓN 
DE LA VIRGEN MORENA DE NÁPOLES
 

 

Al venerado hermano 
Señor cardenal 
MICHELE GIORDANO 
Arzobispo de Nápoles 

He sabido con alegría que, durante el Año jubilar, esa archidiócesis quiere recordar una importante efeméride, relacionada con un hecho histórico y una realidad viva y querida para el pueblo napolitano. Se trata de la celebración del V centenario de la piadosa peregrinación de un grupo numeroso de devotos que, desde Nápoles, se dirigió a Roma llevando el icono de la Virgen morena. Ese acontecimiento es el origen de la difundida práctica de los miércoles del Carmen, manifestación de devoción mariana en la que, como en otras expresiones análogas de fe popular, se puede vislumbrar un reflejo de la bondad materna de María santísima.  

Esta significativa circunstancia me trae a la mente y al corazón el recuerdo del homenaje que tuve la alegría de rendir a ese icono con ocasión de la visita que realicé a la ciudad y a la archidiócesis de Nápoles hace casi diez años. Con viva emoción me dirijo a usted, venerado hermano, y a la amada comunidad diocesana partenopea, expresándoos mis mejores deseos de un generoso y fructífero camino eclesial, constantemente bajo la protección solícita y materna de la santísima Virgen María.

Mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, con ocasión del primer centenario de la solemne coronación de la imagen de la Virgen morena, escribió: "El pueblo de Dios ama con inmenso amor a la Madre de su Señor, estrella de su firmamento, puerto de su peregrinación" (Carta al cardenal Corrado Ursi, 4 de julio de 1975: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de agosto de 1975, p. 3). En nuestra peregrinación terrena María es la columna bíblica de fuego que nos ilumina, es la estrella que nos orienta hacia la patria celestial y el puerto seguro en el que encontramos consuelo y refugio. Guiados por ella, los creyentes avanzan con confianza, conscientes de su dulce presencia, que los guía constantemente hacia Cristo. En efecto, a través de la Madre encontramos a su Hijo Jesús y, fortalecidos con su apoyo, no nos asustan las dificultades, sino que nos sentimos siempre dispuestos a responder generosamente a la acción del Espíritu Santo.

Así la Iglesia avanza entre las pruebas del mundo y las consolaciones de Dios hacia la plenitud del Reino en su fase escatológica. Este camino se recorre mediante una comunión cada vez más íntima con Dios y con los hermanos; por eso, "de modo especial en nuestra época, está marcado por el signo del ecumenismo" (Redemptoris Mater, 29). María, Madre de la Iglesia, Madre de la unidad, de la esperanza y del amor, camina con nosotros. Nos impulsa a una comunión cada vez más íntima con la santísima Trinidad; nos anima, acogiendo la palabra de Dios, a ser constructores de unidad y de paz con todos nuestros hermanos, a comulgar con cuantos profesamos la misma fe en Cristo. "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5), dijo María a los sirvientes en las bodas de Caná. Esa misma consigna nos la repite hoy a nosotros, invitándonos a seguir el ejemplo de su Hijo que, como testamento, ha dejado a sus discípulos el mandamiento del amor y de la unidad. 

Exhorto de corazón a la amada comunidad eclesial de Nápoles a avanzar sin cesar, confortada por la intercesión materna de la Virgen, en este esfuerzo de renovación espiritual y de búsqueda incesante de unidad y comunión. 

Expreso este deseo, en una conmemoración tan importante, volviendo con la memoria a mi visita pastoral de hace casi diez años. Me postro espiritualmente, como entonces, ante la Virgen morena, en la plaza del Plebiscito, y le repito: "Protege, oh Madre, la ciudad de Nápoles. Guía a tus hijos por el camino de la justicia y de la fraternidad. Refuérzales la fe. Hazlos testigos valientes del Evangelio y denodados constructores de la paz" (Ángelus del 11 de noviembre de 1990: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de noviembre de 1990, p. 1).

María santísima, dirige tu benigna mirada de Madre hacia el pueblo napolitano y haz que experimente siempre la fuerza de tu intercesión. Sé Madre dulce y misericordiosa. Vela por todos y cada uno en particular.

Con estos sentimientos, al tiempo que le aseguro mi participación espiritual mediante la oración en las celebraciones del V centenario, le imparto con afecto a usted, venerado hermano, al clero, a los religiosos, a las religiosas y a toda la comunidad cristiana partenopea, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 29 de junio de 2000

JUAN PABLO II



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