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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE GUINEA

Viernes 25 de agosto de 2000

 

Querido hermano en el episcopado;
queridos amigos de Guinea:

Me alegra acogeros mientras realizáis vuestra peregrinación jubilar a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, antes de ir a Tierra Santa, a los lugares donde, hace dos mil años, el Hijo de Dios se hizo hombre, encarnándose en el seno de la Virgen María.

El itinerario de la peregrinación que emprendéis evoca el camino personal del creyente siguiendo las huellas del Redentor. ¡Ojalá que estos días privilegiados os permitan avanzar por el camino de la santidad cristiana gracias a una profunda preparación interior y a la conversión del corazón! En efecto, al venir aquí como peregrinos, os habéis comprometido de manera significativa a avanzar con una fidelidad renovada por la senda que conduce a Cristo, a un encuentro personal con él, para vivir cada vez más de acuerdo con su Evangelio.

Cruzar el umbral de la Puerta santa, que representa a la persona de Cristo, se convierte en el signo del paso que todo cristiano está llamado a efectuar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia. El creyente, al confesar que Jesús es el Señor y reafirmar su fe para vivir la vida nueva que se le ha dado, manifiesta también que Cristo lo hace entrar más profundamente en la Iglesia y participar plenamente en su misión.

Queridos amigos, os invito a hacer de vuestra peregrinación jubilar un tiempo de renovación espiritual, para poner efectivamente a Cristo en el centro de vuestra vida. Al volver a vuestro país, sed, con toda vuestra existencia, testigos ardientes y generosos del amor personal y único que el Señor siente por todo hombre. Cumpliendo vuestras responsabilidades en la sociedad y en la Iglesia, en colaboración con los hombres y las mujeres de buena voluntad, trabajad sin cesar para construir un mundo digno del hombre y digno de Dios, promoviendo la justicia y la solidaridad.

Sed artífices de paz y fraternidad. Seguid las huellas de Cristo, que os llama a una vida nueva.

Encomendando vuestras personas y vuestra peregrinación a la protección materna de la Virgen María, le pido que os obtenga de su Hijo la abundancia de la gracia y de la misericordia. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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