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COMUNICADO COMÚN
DEL PAPA JUAN PABLO II Y DEL CATHOLICÓS KAREKIN II

 

Su Santidad el Papa Juan Pablo II, Obispo de Roma, y Su Santidad Karekin II, patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, dan gracias al Señor y Salvador Jesucristo, por permitirles encontrarse con ocasión del jubileo del año 2000 y en vísperas del XVII centenario de la proclamación del cristianismo como religión de Estado de Armenia.

También dan gracias en el Espíritu Santo porque las relaciones fraternas entre la Santa Sede de Roma y la Sede de Echmiadzin se han desarrollado y profundizado cada vez más durante los últimos años. Este progreso se manifiesta en este encuentro personal y, de modo particular, en el don de una reliquia de san Gregorio el Iluminador, el santo misionero que convirtió al rey de Armenia (año 301) e inició la línea de los Catholicoi de la Iglesia armenia. Este encuentro se basa en los encuentros anteriores entre el Papa Pablo VI y el Catholicós Vasken I (1970) y en los dos encuentros entre el Papa Juan Pablo II y el Catholicós Karekin I (1996 y 1999). Ahora el Papa Juan Pablo II y el Catholicós Karekin II esperan con ilusión encontrarse en Armenia. En esta ocasión, desean hacer la siguiente declaración: 

Confesamos juntos nuestra fe en Dios trino y en el único Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación. Creemos también en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. En efecto, la Iglesia, como cuerpo de Cristo, es una y única. Esta es nuestra fe común, basada en las enseñanzas de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Reconocemos, asimismo, que tanto la Iglesia católica como la Iglesia armenia tienen verdaderos sacramentos, sobre todo, por la sucesión apostólica de los obispos, el sacerdocio y la Eucaristía. Seguimos orando por la comunión plena y visible entre nosotros. La celebración litúrgica que presidimos juntos, el signo de paz que intercambiamos y la bendición que impartimos juntos en nombre de nuestro Señor Jesucristo, testimonian que somos hermanos en el episcopado. Juntos somos responsables de lo que constituye nuestra misión común:  enseñar la fe apostólica y testimoniar el amor de Cristo a todos los seres humanos, especialmente a los que viven en circunstancias difíciles.

La Iglesia católica y la Iglesia armenia comparten una larga historia de respeto mutuo, considerando complementarias, más que opuestas, sus diversas tradiciones teológicas, litúrgicas y canónicas. También hoy tenemos mucho que recibir unos de otros. Para la Iglesia armenia, los vastos recursos del saber católico pueden convertirse en un tesoro y en una fuente de inspiración gracias al intercambio de estudiosos y estudiantes, a las traducciones comunes, a las iniciativas académicas y a las diferentes formas de diálogo teológico. Del mismo modo, para la Iglesia católica, la fe inquebrantable y paciente de una nación martirizada como Armenia puede transformarse en una fuente de fuerza espiritual, en especial a través de la oración común. Deseamos vivamente que se incrementen y se intensifiquen estas numerosas formas de intercambio mutuo y de acercamiento entre nosotros.

Al inicio del tercer milenio, miramos al pasado y al futuro. Por lo que atañe al pasado, damos gracias a Dios por las abundantes bendiciones que hemos recibido de su infinita bondad, por el santo testimonio de numerosos santos y mártires, y por la herencia espiritual y cultural que nos legaron nuestros antepasados. Sin embargo, tanto la Iglesia católica como la Iglesia armenia han vivido muchas veces períodos oscuros y difíciles. La fe cristiana fue atacada por ideologías ateas y materialistas; el testimonio cristiano fue combatido por regímenes totalitarios y violentos; el amor cristiano fue sofocado por el individualismo y la búsqueda de intereses personales. Los jefes de las naciones ya no temían a Dios, ni sentían vergüenza ante la humanidad. En el siglo XX hemos sido víctimas de una gran violencia. El genocidio armenio, a comienzos del siglo, fue el preludio de los horrores que seguirían. Dos guerras mundiales, un sinfín de conflictos regionales y campañas de exterminio organizadas deliberadamente segaron la vida de millones de fieles. Con todo, sin disminuir el horror de esos hechos y de sus consecuencias, pueden ser una especie de desafío divino, si los cristianos, al responder, están convencidos de que deben unirse, con una amistad más profunda, por la causa de la verdad y del amor cristianos.

Miramos al futuro con esperanza y confianza. En esta coyuntura histórica, los cristianos vemos nuevos horizontes para nosotros y para el mundo. Tanto en Oriente como en Occidente, después de haber experimentado las consecuencias nefastas de regímenes y estilos de vida ateos, muchas personas aspiran a conocer la verdad y el camino que lleva a la salvación. Juntos, guiados por la caridad y el respeto a la libertad, procuramos colmar su deseo, para llevarlos a las fuentes de la auténtica vida y de la felicidad verdadera. Invocamos la intercesión de los apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Tadeo y san Bartolomé, de san Gregorio el Iluminador y de todos los santos pastores de la Iglesia católica y de la Iglesia armenia, y rogamos al Señor que guíe a nuestras comunidades para que, con una sola voz, demos testimonio del Señor y proclamemos la verdad de la salvación. Pedimos también que en todos los lugares del mundo donde conviven miembros de la Iglesia armenia y de la Iglesia católica, todos los ministros ordenados, los religiosos y los fieles "se ayuden mutuamente a llevar sus cargas y a cumplir así la ley de Cristo" (cf. Ga 6, 2).

Que se apoyen y asistan unos a otros, respetando plenamente su identidad y sus tradiciones eclesiales, y evitando prevalecer unos sobre otros:  "Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe" (Ga 6, 10).

Por último, imploramos la intercesión de la santa Madre de Dios por la paz. El Señor conceda sabiduría a los jefes de las naciones, para que la justicia y la paz reinen en todo el mundo. En estos días, en particular, imploramos la paz para Oriente Medio. Que todos los hijos de Abraham acrecienten su respeto mutuo y encuentren modos adecuados para vivir juntos pacíficamente en esa parte sagrada del mundo.

Roma, 9 de noviembre de 2000

 

KAREKINI II

IOANNES PAULUS II

 



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