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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO:
«DE LA REDUCCIÓN DE LA DEUDA A LA DISMINUCIÓN DE LA POBREZA»

 

A mi venerado hermano
Arzobispo François Xavier
NGUYÊN VAN THUÂN
Presidente del Consejo pontificio Justicia y paz

Me alegra particularmente dirigirle este mensaje a usted y a los participantes en el seminario sobre el tema: «De la reducción de la deuda a la disminución de la pobreza», que el Consejo pontificio Justicia y paz está realizando actualmente en colaboración con otras organizaciones católicas.
Desde hace muchos años el Consejo pontificio Justicia y paz está en la vanguardia de la lucha para afrontar la cuestión de los efectos de la pesada carga que la deuda externa produce para la vida de los habitantes de los países más pobres. Haciéndose eco del llamamiento que realicé en mi carta apostólica Tertio millennio adveniente, la preparación y la celebración del gran jubileo del año 2000 ha sido para muchas personas, tanto cristianas como miembros de otras tradiciones religiosas, ocasión para renovar sus esfuerzos por encontrar una solución definitiva a este problema (cf. n. 51).

Además de dar las gracias a todos los que han escuchado mis llamamientos, deseo animarlos a asegurar que los esfuerzos y la buena voluntad mostrados en este Año jubilar sigan dando fruto en el futuro. No podemos permitir que el cansancio o la inercia debiliten nuestro compromiso cuando está en juego la vida de los más pobres.

Los fundamentos de la tradición jubilar eran esencialmente religiosos. El jubileo era una ocasión para recordar a toda la comunidad que «sólo a Dios, como creador, correspondía el "dominium altum", esto es, el señorío sobre todo lo creado, y en particular sobre la tierra» (Tertio millennio adveniente, 13). Hoy esta tradición atrae nuestra atención sobre el hecho de que sólo somos administradores de las riquezas de la creación, que en el designio de Dios son un bien común que todos han de compartir. Todos los que viven en nuestro mundo interdependiente pueden comprender y apreciar esta visión.

Nuestro mundo cada vez más globalizado requiere también una mayor solidaridad. La reducción de la deuda es parte de un esfuerzo más amplio por establecer nuevas relaciones entre los pueblos y crear un verdadero sentido de solidaridad y comunión entre todos los hijos de Dios, entre todas las personas. A pesar del gran progreso científico, el escándalo de la gran pobreza sigue muy difundido en el mundo. La conciencia de las posibilidades que el progreso científico moderno ofrece hace que esa pobreza tan generalizada sea más escandalosa aún, especialmente cuando va acompañada, como sucede a menudo, por el consumismo desenfrenado y la ostentación de la riqueza.

Espero que el Consejo pontificio Justicia y paz intensifique sus esfuerzos para que le escuchen en los debates sobre los modos de asegurar que la reducción de la deuda se convierta en un instrumento eficaz en la lucha contra la pobreza en el mundo actual. Pido al Consejo pontificio que siga trabajando en colaboración estrecha con todos los que en las comunidades científicas y de desarrollo, así como en las organizaciones internacionales, se esfuerzan por garantizar que el espíritu de cooperación suscitado por la experiencia del jubileo siga desarrollándose en el futuro. Por eso, es importante que las iniciativas encaminadas a la reducción de la deuda emprendidas por las naciones más ricas y las instituciones internacionales den fruto lo más pronto posible, para permitir que los países más pobres se conviertan en protagonistas de los esfuerzos por combatir la pobreza y alcancen los beneficios del progreso económico y social para sus pueblos.

Vuestro seminario es también un reconocimiento de que el progreso en la lucha contra la pobreza en los países en vías de desarrollo requiere los esfuerzos concertados de todos los sectores de la sociedad. En mi carta encíclica Centesimus annus me referí a la necesidad de fomentar la «subjetividad de la sociedad» (n. 46), una sociedad que permita a todas las personas ser sujetos activos, poniendo los talentos que Dios les ha dado al servicio de la comunidad.

Las instituciones de la Iglesia católica, como muestra la amplia participación en vuestro seminario, aportan de buen grado la experiencia de su servicio a los más pobres para luchar contra la pobreza. Lo hacen con sumo respeto a las tradiciones y valores positivos, así como a las culturas de los pueblos a los que sirven.

Jesucristo vino a "proclamar la buena nueva a los pobres" (Lc 4, 18). Que él sea vuestro apoyo y vuestra inspiración durante estos días en que renováis, a la luz del gran jubileo, vuestro compromiso especial en favor de todos los pobres y marginados. Encomendándolo a la protección de María, Mater pauperum, le imparto cordialmente mi bendición apostólica.

Vaticano, 3 de diciembre de 2000

JUAN PABLO II

 



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