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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A DIFERENTES GRUPOS DE PEREGRINOS JUBILARES


Sábado 30 de diciembre de 2000

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Os acojo con gran alegría, en esta audiencia especial, la última del año 2000. Junto con vosotros, quisiera dar gracias al Señor por los innumerables beneficios que nos ha concedido durante los meses pasados.

Entre los grupos provenientes de Italia, me alegra acoger y saludar, en primer lugar, a los fieles de la archidiócesis de Monreale, guiados por el arzobispo monseñor Pio Vittorio Vigo. Queridos hermanos, para vosotros se trata de la última peregrinación de un año durante el cual, a partir del 27 de diciembre de 1999, los peregrinos de vuestra comunidad diocesana han acudido en gran número a las basílicas romanas. Estoy seguro de que la visita a las tumbas de los Apóstoles, así como las demás iniciativas jubilares organizadas en el ámbito local, promoverán la deseada renovación espiritual y apostólica en el entramado social de vuestra tierra.

Saludo también a los numerosos grupos parroquiales presentes y, en especial, a los de San Tamaro en Grumo Nevano, San Miguel Arcángel de Bottegone en Pistoya, San Andrés en Cantalicio y Cristo Rey en Pisticci. Aprovecho de buen grado esta ocasión para desear a cada parroquia un sereno y fructífero año pastoral.

2. Me dirijo ahora a la numerosa representación de las organizaciones de voluntariado, que trabajan en el ámbito de la protección civil y han venido a Roma para celebrar su jubileo. Saludo con deferencia a las autoridades presentes, comenzando por el ministro de Interior, a quien agradezco las cordiales palabras que acaba de dirigirme. Doy las gracias, de igual modo, a los dos representantes de los voluntarios, que han interpretado vuestros sentimientos comunes. Amadísimos voluntarios, también os agradezco vuestros dones:  la pala, antigua y nueva herramienta de trabajo, y el casco de los bomberos, siempre presentes cuando hay que salvar alguna vida.

Vosotros constituís una de las expresiones más recientes y maduras de la larga tradición de solidaridad arraigada en la generosidad y en el altruismo del pueblo italiano. En vuestras asociaciones confluyen creyentes y no creyentes, animados por el deseo común de socorrer a quien necesita ayuda. Las nobles finalidades y propósitos de vuestros organismos han recibido recientemente un justo reconocimiento en apropiadas normas legislativas, que han contribuido a la formación de una identidad nacional del voluntariado de la protección civil, atenta a las necesidades primordiales de la persona y del bien común.

Hoy vuestras organizaciones, tanto de carácter nacional como local, cuentan con cerca de un millón trescientos mil miembros en Italia, en más de tres mil organizaciones. Estas, que van asumiendo cada vez más el papel de custodios naturales del territorio, han escrito durante estos años páginas estupendas de generosa solidaridad, y representan en la realidad contemporánea un prometedor signo de esperanza.

¡Cómo no recordar, por ejemplo, las intervenciones en favor de los damnificados por el aluvión de la región de Versilia, de los afectados por el terremoto de Umbría y Las Marcas, de las víctimas de la riada de Sarno, de Piamonte y del Valle de Aosta! Y ¡cómo no mirar con admiración a los miles de voluntarios que han participado en misiones humanitarias en Bosnia-Herzegovina, Albania y Kosovo, o en operaciones de socorro en favor de las poblaciones turcas, afectadas por el reciente seísmo, y de las francesas de la región de Dordoña! En esas ocasiones, la colaboración de los voluntarios con las fuerzas institucionales no sólo alivió las consecuencias de graves tragedias, sino que también contribuyó a suscitar entre la gente un impulso más fuerte de solidaridad.

Vuestra presencia hoy en Roma para celebrar el jubileo expresa claramente vuestro compromiso de proseguir la noble acción que distingue a las asociaciones de voluntariado de la protección civil.

Queridos hermanos, seguid testimoniando con vuestra obra benemérita el primado del ser sobre el tener, típico de toda visión religiosa del hombre y del mundo. De este modo, contribuiréis a poner las bases de la civilización del amor. Dondequiera que insidias y peligros atenten contra la tranquilidad y la paz, y humillen y aíslen al hombre, sed centinelas vigilantes e iconos vivos del buen Samaritano.

La Virgen María, que, al saber que a su prima Isabel le hace falta ayuda, se dirige "con prontitud" a donde hay necesidad (cf. Lc 1, 39), sea vuestro modelo y vuestro apoyo.

3. Os saludo ahora a vosotros, amadísimos participantes en la peregrinación organizada por la Federación nacional de colegios de obstetras. Vuestra visita se armoniza muy bien con el tiempo navideño, en el que se recuerda un nacimiento extraordinario que ha cambiado el destino de la humanidad. Mi saludo se extiende a los directivos de los diferentes colegios locales que forman vuestra Federación, esparcida por todo el territorio italiano, a los agentes que colaboran con vosotros en el ejercicio de vuestra profesión, y a vuestros familiares, que se han unido a vuestro gesto de fe con ocasión del jubileo.

En el siglo XX se ha producido un asombroso progreso médico y científico en la conservación y mejora de la vida del hombre. Es un don por el que debemos dar gracias a Dios y a quienes se han aplicado al estudio de los procesos reguladores de la existencia humana. Y, sin embargo, no podemos negar que durante los decenios pasados muchas personas han tenido una mentalidad contraria a la vida, especialmente cuando se encuentra en situaciones de máxima precariedad y es incapaz de defenderse. A pesar de que la conciencia no deja de indicar el valor de la vida como sagrado e intangible, se puede decir que sufre en muchos casos como un eclipse, también a consecuencia del apoyo jurídico concedido por la ley a prácticas objetivamente contrarias a la vida. A pesar de ello, la Iglesia, en nombre de la verdad, sigue alzando su voz ante las decisiones que se oponen a la voluntad de Dios, inscrita en la naturaleza misma del ser humano.

La mentalidad actual siente la tentación de considerar al hijo a veces como un derecho y a veces como un peligro. Por el contrario, el hijo es siempre un don de Dios, y de él recibe inmediatamente el derecho a existir. Así pues, sólo Dios es señor de su existencia. Consciente de ello, la Iglesia no se cansa de confesar con las palabras del antiguo sabio de Israel:  oh Dios, "tú tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte" (Sb 16, 13).

A vosotras, amadísimas obstetras, que habéis elegido como profesión sostener con vuestros cuidados la vida naciente, os corresponde la ardua misión de ser en todas las circunstancias promotoras solícitas de este bien fundamental del ser humano. Que os guíe la fe, para que sepáis anunciar por doquier el evangelio de la vida.

María, la Madre del Señor, a quien contemplamos con José junto a la cuna del Hijo de Dios, sostenga vuestra obra al servicio de la vida.

4. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en especial a un grupo de la Unión apostólica del clero, a los miembros de la Comunidad apostólica San Francisco Javier y a los laicos que colaboran con ellos, a un grupo del Centro de estudios religiosos de París, y a un grupo de fieles de las diócesis de Tulle y Châlons. El tiempo de Navidad nos invita a acoger con alegría a Jesús de Nazaret, verdadero Dios y hombre perfecto. Que vuestra peregrinación jubilar reavive vuestra fe y renueve en vosotros el deseo de comprometeros a seguir a Cristo, que "en sí mismo dio muerte a la enemistad" (Ef 2, 16). A todos imparto de corazón la bendición apostólica.
 

aludo con afecto a los peregrinos y visitantes de lengua inglesa que habéis venido a Roma en estos últimos días del gran jubileo. Ojalá que la experiencia de cruzar la Puerta santa, que es Cristo, os confirme en la fe y en la santidad de vida. Que la gracia del jubileo impulse a todos los cristianos a hacer que Jesús, nuestro Salvador, sea más conocido y amado. Él es nuestra esperanza verdadera. Él es la verdadera riqueza del mundo. Invoco cordialmente sobre vosotros y vuestras familias la alegría y la paz que los ángeles anunciaron en Belén. Dios esté con todos vosotros.

Saludo con cordialidad a todos los fieles procedentes de los países de lengua alemana aquí presentes. Doy la bienvenida de modo particular a los peregrinos de Alemania y Suiza. Ojalá que vuestra peregrinación a Roma durante el Año santo os permita conocer mejor a Cristo, la Puerta para la vida eterna. Que la luz de la Navidad resplandezca en el nuevo año y os muestre el camino hacia el tercer milenio. Con este deseo, os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a la peregrinación de los responsables de algunas comunidades de San Egidio en África, en particular a los grupos procedentes de Mozambique, Cabo Verde y Angola. También en estas fiestas navideñas os invito a acoger con júbilo y paz al Niño Jesús, para comprender cuánto nos ama Dios y cuán felices seremos si le correspondemos con fe, esperanza y amor. A todos deseo un feliz año nuevo e imparto de corazón mi bendición.

Saludo de corazón a los peregrinos holandeses y belgas. El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros, para que todos recibamos la paz interior. Demos testimonio de esta paz a todos los hombres de buena voluntad. Os imparto de corazón la bendición apostólica. ¡Alabado sea Jesucristo!

Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. El tiempo alegre de Navidad, que en cierto sentido concluye el año del gran jubileo, nos acerca de modo especial a los misterios que han constituido el centro de las experiencias jubilares. Cuando nos reunimos en torno al pesebre, que representa la gruta de Belén, se reaviva en nuestra conciencia la verdad de que "Dios amó tanto al mundo, que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). A esta verdad nos hemos referido durante todo el año, dando gracias a Dios por el inmenso don de su amor. Conscientes de que no siempre hemos sido capaces de responder plenamente a este amor, hemos pedido perdón por nuestra infidelidad, y, confiando en la misericordia de Dios, hemos hecho propósitos para el nuevo milenio. Sabiendo que no somos capaces de cumplirlos con nuestras solas fuerzas, hemos pedido al Hijo de Dios la luz y la fuerza del Espíritu Santo para crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad, y llegar a ser cada vez más testigos de la redención.

Hoy, una vez más, quiero dar gracias a Dios con vosotros por este tiempo de gracia, y desearos a vosotros, y a vuestros familiares, que los frutos de este año perduren en vuestro corazón y enriquezcan el nuevo siglo y el nuevo milenio. Dios os bendiga.

5. La audiencia de hoy se ha enriquecido sobre todo con la presencia significativa de muchos laicos y jóvenes. Quisiera saludar en particular al Comité nacional italiano Amigos de San Roque, así como a los miembros de prestigiosas academias italianas que han acudido aquí y a los jóvenes miembros de la Obra de Don Orione, que han venido a Roma para vivir juntos una "Nochevieja alternativa", según la fórmula experimentada ya desde hace algunos años. Gracias, queridos amigos, por vuestra presencia.

Os deseo a todos que iniciéis el nuevo año en la luz y en la paz de Cristo Salvador, y os bendigo de corazón.

 



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