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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS FRANCISCANAS DE SAN ANTONIO
EN EL CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN

 

A la reverenda madre
MARÍA GORETTI MANZO
Superiora general de la congregación
de las religiosas Franciscanas de San Antonio

1. Con filial devoción usted, junto con las religiosas capitulares, ha manifestado el deseo de encontrarse con el Sucesor de Pedro durante el capítulo general de esa familia religiosa, que se celebra en coincidencia con el centenario de la fundación del instituto. A la vez que os agradezco el afecto que manifiesta vuestra presencia, la saludo a usted, reverenda madre, y al consejo general que le ayuda; saludo a las capitulares que han venido y envío, por medio de vosotras, la expresión de mi aprecio paterno a todas las religiosas Franciscanas de San Antonio dedicadas a trabajar por el Señor en diversas partes del mundo. Amadísimas hermanas, os animo a seguir generosamente "sirviendo a los hermanos más necesitados, viviendo en pobreza, sencillez, humildad, caridad, sacrificio, oración y alegría, según el ideal de san Francisco de Asís", como dice vuestra Regla.

Conmemorando el primer siglo del nacimiento de vuestra familia religiosa, ¿cómo no elevar sentimientos de gratitud a Dios que, por medio de su Espíritu, os ha llamado en la humildad a seguir a Cristo, pobre, casto y obediente? Este aniversario especial es ocasión propicia para renovar vuestro testimonio de amor y fidelidad al Señor y a la Iglesia, reafirmando vuestra adhesión sincera y total a vuestro carisma.

2. Habéis nacido para servir a los pobres y a los necesitados. Cristo mismo es quien se hace presente y os pide ser acogido en el que llama a vuestra puerta solicitando ayuda, apoyo y consuelo en las tribulaciones. Así solía presentar vuestro apostolado la fundadora, madre Miradio Bonifacio, que falleció hace 65 años. ¡Cuántas veces recurría a Jesús invocando con confianza su santo nombre! Se puede decir que el nombre de Jesús se convirtió en fuente inagotable de la caridad y del bien que realizó.

Os indicó también dónde encontrar a Cristo y obtener luz y apoyo para poder responder a las necesidades de vuestros hermanos. En el misterio de la Eucaristía se esconde el manantial del amor. Por tanto, seguid aprovechando la adoración eucarística como fuente de todo impulso y compromiso apostólico y misionero. Trabajad para gloria de Dios sirviendo a los más pobres y abandonados. Que la Eucaristía sea la fuente que os alimenta y sostiene y a la que, por lo mismo, acudís diariamente. San Francisco, en cuyo carisma os inspiráis, recuerda que nada "poseemos y vemos corporalmente en este mundo del mismo Altísimo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras mediante las cuales hemos sido creados y redimidos de la muerte a la vida" (Fuentes franciscanas, 207/a).

Además del amor al santísimo Sacramento del altar, vuestra venerable fundadora quiso dejaros otra consigna peculiar:  la confianza incondicional en la Providencia divina. Esperaba de Dios todo apoyo para realizar los proyectos de caridad que el Espíritu suscitaba en su corazón. De Jesús, Redentor de la humanidad, imitaba ese estilo de atención concreta a la persona y a todas sus exigencias, que caracterizaban su actividad apostólica. En efecto, se esforzaba por trabajar para gloria del Señor, mediante una existencia vivida en un amor total a Cristo y a su Iglesia y en la entrega sin reservas al servicio de sus hermanos.

3. Amadísimas Franciscanas de San Antonio, recorred sin cesar y fielmente el camino iniciado por vuestra fundadora. La Iglesia cuenta también con vuestra contribución para anunciar a Cristo a los hombres de nuestro tiempo. "La vida de la Iglesia —escribí en la exhortación apostólica Vita consecrata— y la sociedad misma tienen necesidad de personas capaces de entregarse totalmente a Dios y a los demás por amor de Dios. La Iglesia no puede renunciar absolutamente a la vida consagrada, porque expresa de manera elocuente su íntima esencia esponsal" (n. 105).

Encarnad en vosotras las bienaventuranzas evangélicas con alegría, sencillez y caridad, con actitud de abandono confiado al amor providente y misericordioso de Dios, según el ideal de san Francisco de Asís. Esto es lo que espera de vosotras el pueblo cristiano, para que le ayudéis a crecer en la adhesión incondicional a su divino Maestro y Pastor.

Manteneos siempre unidas por la comunión fraterna, sostenidas por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5). Sensibles al mandato del Señor, que envía a los discípulos a proclamar el Evangelio a todas las gentes, también vosotras cultivad un profundo celo misionero. Sed por doquier testigos del amor misericordioso de Dios.

Contemplad a la Virgen inmaculada, a la que encomiendo de nuevo vuestra familia religiosa y sus objetivos propios. Que María, a quien vuestra fundadora se dirigía con humilde y filial devoción, sostenga con su poderosa intercesión vuestro apostolado. Os protejan también los santos Francisco y Antonio, así como la ilustre multitud de amigos de Dios que han florecido en el árbol de los franciscanos.

Os acompañe también mi deseo de paz y bien, confirmado por una especial bendición apostólica.

Castelgandolfo, 20 de agosto de 2001

JUAN PABLO II



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