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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE RUSIA EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 9 de febrero de 2001

 

Venerados hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os doy a cada uno un afectuoso saludo y mi más cordial bienvenida. Con esta visita se renuevan los estrechos vínculos de unidad y comunión que os unen a vosotros y a las comunidades que se os han confiado con el Sucesor de Pedro.

Agradezco a monseñor Tadeusz Kondrusiewicz las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. A través de vosotros quiero enviar mi afectuoso saludo a vuestras respectivas comunidades, asegurándoles mi constante benevolencia y mi recuerdo diario en la oración.

Este encuentro tiene lugar pocas semanas después de la clausura de la Puerta santa, mientras aún sigue vivo el recuerdo del gran jubileo, tiempo en el que ha descendido con abundancia la misericordia divina sobre la Iglesia y el mundo. Los frutos de ese extraordinario acontecimiento son perceptibles y constituyen un gran estímulo para intensificar los esfuerzos por el reino de Dios.

Vivificados por el espíritu del gran jubileo, también vosotros, amadísimos hermanos en el episcopado, reanudáis vuestro camino en medio de las pruebas del mundo y los consuelos de Dios, manteniendo firme el compromiso de una evangelización capilar y de una edificación constante del sensus Ecclesiae. Ojalá que en esta vasta acción pastoral podáis contar con la colaboración de los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos, así como con el prometedor grupo de jóvenes que se preparan para el ministerio presbiteral.

2. Son aún muy profundas las huellas que han dejado setenta años de ateísmo militante, pero no deben desanimaros en el ejercicio de vuestro ministerio. Que la certeza de que Cristo os ha llamado a anunciar el Evangelio en un tiempo difícil os impulse a una labor más intrépida de catequización de cuantos la Providencia os ha confiado. Conozco los esfuerzos que estáis realizando para hacer accesibles, traduciéndolos a vuestra lengua, los libros litúrgicos, las enseñanzas del Magisterio, el material catequístico y los manuales de oración. Deseo alentaros a proseguir por este camino, puesto que sobre la base de un conocimiento convencido y orante de los misterios de Dios se consolida una adhesión más profunda y generosa a la vida de gracia.

La vasta misión evangelizadora que estáis organizando exige en primer lugar que procuréis formar sacerdotes santos y celosos en su apostolado. A este propósito, ya estáis tratando de preparar formadores y profesores que, nacidos en Rusia, sepan comprender a fondo la mentalidad y la herencia del gran pueblo al que pertenecen y, al mismo tiempo, sean capaces de encontrar en el conocimiento de las Escrituras y de los antiguos Padres  la  valoración más plena y auténtica del genio de su cultura propia.

Es necesario, además, comprometer a los jóvenes en la tarea de la nueva evangelización, identificando las diversas vocaciones que Dios confía a cuantos han sido marcados con el carácter del bautismo. El fundamento imprescindible de todo es, obviamente, la oración confiada al Dueño de la mies, para que él envíe a su mies obreros según su corazón, santos y generosos.

3. La vocación nace de Dios, pero crece en una familia y se sostiene en una comunidad cristiana fervorosa y fiel. ¿Quién no conoce la desolación espiritual y moral que ha dejado como herencia el siglo que acaba de terminar? ¿Quién no está al corriente de las dificultades que las familias, especialmente las jóvenes, tienen que afrontar aún hoy? Sed para ellas un apoyo válido y alentador. Caminad a su lado, como sus guías seguros; ayudadles con la oración, abridles los tesoros de la misericordia divina y partid para ellas el pan de la verdad de Cristo. Vosotros, pastores diocesanos, estáis llamados a realizar esta vasta acción apostólica con la ayuda de los que Dios ha puesto a vuestro lado:  sacerdotes, personas consagradas y colaboradores laicos. Cultivad entre vosotros un espíritu de entendimiento cordial y de apoyo recíproco, respetando el carisma de cada uno y armonizando los diferentes métodos de evangelización.

Aunque las dificultades de la vida diaria sean inevitables, podréis superarlas siempre con la ayuda del Señor, manteniendo el camino real del diálogo de la caridad. De este modo, ponéis vuestros dones individuales al servicio del bien de todo el Cuerpo de Cristo.

4. El diálogo respetuoso se convierte también en metodología paciente, gracias a la cual es posible relacionarse con los demás bautizados que viven en Rusia. Buscad lo que favorece la comprensión recíproca y, cuando sea posible, la colaboración:  esta es una regla concreta del diálogo ecuménico que promovía el beato Juan XXIII, el cual solía repetir que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Por eso, no hay que desalentarse frente a las dificultades, y ni siquiera frente a los fracasos del camino ecuménico; más bien, sostenidos por la oración, hay que seguir avanzando con empeño en la construcción de la unidad plena entre los discípulos de Cristo. Con la confianza puesta en Dios, con caridad y constancia se puede contribuir a apresurar la realización del apremiante deseo del divino Maestro:  "Que sean uno, (...) para que el mundo crea" (Jn 17, 21).

Venerados hermanos en el episcopado, el Obispo de Roma está cerca de vosotros y con gran afecto os anima a proseguir esta importante obra espiritual que Dios os ha confiado. Que vuestro signo distintivo sea la caridad, que es vínculo de perfección. Animados por esta virtud fundamental, sabréis encontrar, como ya estáis haciendo, formas de ayuda para los pobres y los necesitados que llaman a la puerta de vuestro corazón. Imitando al buen samaritano del evangelio, serviréis a Cristo mismo que se presenta ante vosotros en los vestidos desgarrados, en los rostros suplicantes y en el cuerpo llagado de los pobres y los abandonados. Esta es una obra inmediata y comprensible de evangelización.

Al mismo tiempo que os encomiendo a la protección de María, Madre de Dios, venerada con tierno afecto en todo el territorio en el que desempeñáis vuestra tarea apostólica, invoco sobre vosotros la abundancia de las gracias celestiales y os bendigo de todo corazón.

 



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