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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA LIGA INTERNACIONAL DE HUMANISTAS


Viernes 9 de febrero de 2001

 

Amables señores:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, y os dirijo a cada uno mi cordial saludo. Con vuestra presencia en Roma queréis dar testimonio de los sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de la población de Bosnia-Herzegovina, particularmente del drama de los prófugos y los exiliados, que hasta ahora no ha alcanzado una solución satisfactoria a luz de los Acuerdos de Washington y Dayton. Vuestra visita me brinda la ocasión de renovar a esas queridas poblaciones la seguridad de mi cercanía espiritual.

Vivimos en una época en la que se advierten cada vez con más evidencia las consecuencias del fenómeno de la globalización. No son únicamente consecuencias negativas. En efecto, el fenómeno supone una mayor cercanía y un mejor conocimiento entre los hombres de todas las partes del mundo, y esto abre el camino a posibles acuerdos para una distribución más solidaria de los recursos. Sin embargo, muy a menudo esto no sucede. Así, surgen problemas que interpelan la conciencia de todos y cada uno, invitándolos a una toma de posición. Para responder a este tipo de problemas "humanos" habéis querido crear vuestra "Liga internacional". Os proponéis trabajar para promover la construcción de un mundo más justo y más humano.

2. La Iglesia, hoy como ayer, está cerca de cuantos se ponen al servicio de la causa del hombre. A este propósito, el concilio Vaticano II recuerda que "no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón" de los discípulos de Cristo (Gaudium et spes, 1).

La atención de la Iglesia al hombre es parte integrante de su misión. El hombre es el camino de la Iglesia, precisamente porque la salvación realizada por Jesucristo, Hijo de Dios que quiso ser también Hijo del hombre, alcanza a cada persona en su totalidad. La acción social de la comunidad eclesial se desarrolla de muchos modos y abarca múltiples iniciativas. La Iglesia ha constituido diversas instituciones para aliviar las necesidades de la humanidad. Es amplia igualmente su colaboración con todos los hombres de buena voluntad que se preocupan por el bien común. Se trata de una colaboración que atañe a vastos campos de acción y concierne al respeto del hombre, de su dignidad y de sus derechos inalienables, a su promoción material, moral y espiritual, y al fomento de la calidad de su vida.

3. Con este espíritu la Iglesia actúa en las diferentes partes del mundo, así como en Bosnia-Herzegovina, tierra que amo particularmente. Conozco muy bien los problemas sociales, políticos y económicos que las poblaciones locales afrontan en este período. Durante los años del reciente conflicto armado, la Santa Sede estuvo continuamente presente para promover la paz. También ahora sigue comprometiéndose en diversas iniciativas en favor de la justicia y de la paz.

El período más difícil para Bosnia-Herzegovina ha pasado, pero el sufrimiento de la gente continúa, especialmente en el drama de los prófugos y los exiliados. Decenas de miles de personas de la región de Banja Luka, de Bosanska Posavina y de otras partes del país aún esperan volver a sus hogares. No podemos olvidar este drama. Al contrario, debemos promover una solidaridad efectiva, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Es preciso, ante todo, corregir las injusticias existentes, escuchando las legítimas expectativas de quienes las padecen directamente y reclaman el respeto de sus derechos inalienables. Esta es la base para construir un futuro de esperanza en la sociedad multiétnica, multicultural y multirreligiosa, que caracteriza a Bosnia-Herzegovina.

4. Ruego a Dios que, gracias al compromiso de todos, terminen cuanto antes en Bosnia-Herzegovina los sufrimientos causados por el reciente conflicto armado y se ofrezca a cada uno iguales oportunidades, garantizando al mismo tiempo la libertad de religión plena e incondicional. Hace falta apoyo y comprensión:  apoyo, para superar los actuales problemas sociales, políticos y económicos; comprensión, para encontrar las soluciones que respondan mejor a las legítimas expectativas de los tres pueblos que constituyen el país.

Amables señores, estoy seguro de que esta importante obra de construcción de un futuro de paz contará con vuestra colaboración activa. Os exhorto a un generoso esfuerzo por promover, junto con las autoridades civiles y religiosas, el bien de las poblaciones de Bosnia-Herzegovina.

Encomiendo vuestros propósitos a la intercesión de la santísima Virgen María, que conoce los sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de esas poblaciones, y os imparto con afecto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.

 



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