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VIAJE APOSTÓLICO A UCRANIA
(23-27 DE JUNIO DE 2001)

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II*

Aeropuerto de Boryspil, Kiev
Sábado 23 de junio de 2001

 

Señor presidente;
ilustres autoridades civiles y miembros del Cuerpo diplomático;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Durante mucho tiempo he anhelado esta visita y he orado intensamente para que pudiera llevarse a cabo. Por fin, con íntima emoción y alegría, he podido besar esta amada tierra de Ucrania. Doy gracias a Dios por el don que hoy se me concede.

La historia ha conservado los nombres de dos Pontífices romanos que, en el pasado lejano, llegaron hasta estos lugares:  san Clemente I, al final del siglo primero, y san Martín I, a mediados del séptimo. Fueron deportados a Crimea, donde murieron mártires. En cambio, su actual sucesor llega a vosotros en un marco de acogida festiva, con el deseo de acudir como peregrino a los célebres templos de Kiev, cuna de la cultura cristiana de todo el Oriente europeo.

Vengo a vosotros, queridos ciudadanos de Ucrania, como amigo de vuestra noble nación. Vengo como hermano en la fe a abrazar a numerosos cristianos que, en medio de las tribulaciones más duras, han perseverado en su adhesión fiel a Cristo.

Vengo impulsado por el amor, para expresar a todos los hijos de esta tierra, a los ucranios de cualquier pertenencia cultural y religiosa, mi estima y mi amistad cordial.

2. Te saludo, Ucrania, testigo valiente y tenaz de adhesión a los valores de la fe. ¡Cuánto has sufrido para reivindicar, en momentos difíciles, la libertad de profesarla!

Me vienen a la memoria las palabras del apóstol san Andrés, el cual, según la tradición, dijo que vio resplandecer sobre las colinas de Kiev la gloria de Dios. Es lo que aconteció, algunos siglos después, con el bautismo del príncipe Vladimiro y de su pueblo.

Pero la visión que tuvo el Apóstol no sólo atañe a vuestro pasado; se proyecta también sobre el futuro del país. En efecto, con los ojos del corazón me parece ver cómo se difunde en vuestra tierra bendita una nueva luz:  la que brota de la renovada confirmación de la opción hecha en el lejano año 988, cuando Cristo fue acogido aquí como "camino, verdad y vida" (cf. Jn 14, 6).

3. Si hoy tengo la alegría de estar aquí entre vosotros, lo debo a la invitación que me hicieron usted, señor presidente Leonid Kuchma, y todos vosotros, venerados hermanos en el episcopado de las dos tradiciones, oriental y occidental. Os agradezco sinceramente este gesto de amabilidad, que me ha permitido pisar por primera vez como Sucesor del apóstol Pedro la tierra de este país.

Le expreso mi agradecimiento ante todo a usted, señor presidente, por la cordial acogida y las amables palabras que me acaba de dirigir también en nombre de todos sus compatriotas. A través de usted quisiera saludar a toda la población ucraniana, congratulándome por la independencia reconquistada y dando gracias a Dios porque se logró sin derramamiento de sangre. Me brota del corazón un deseo:  que la nación ucraniana prosiga por este camino de paz gracias a la contribución concorde de los diversos grupos étnicos, culturales y religiosos. Sin la paz no es posible una prosperidad común y duradera.

4. Mi agradecimiento se extiende ahora a vosotros, venerados hermanos en el episcopado de la Iglesia greco-católica y de la Iglesia católica romana. He conservado en mi corazón vuestras repetidas invitaciones a visitar Ucrania y me alegro ahora de poder finalmente responder a ellas.

Pienso con alegría anticipada en las varias ocasiones que tendremos en los próximos días de reunirnos para orar a Cristo, nuestro Señor. Ya desde ahora saludo afectuosamente a vuestros fieles.

¡Qué carga tan enorme de sufrimientos habéis debido soportar en los años pasados! Pero ahora estáis reaccionando con entusiasmo y os reorganizáis buscando luz y consuelo en vuestro glorioso pasado. Tenéis la intención de proseguir con valentía en el compromiso de difundir el Evangelio, luz de verdad y amor para todo ser humano. ¡Ánimo! Es un propósito que os honra, y ciertamente el Señor os concederá la gracia para cumplirlo.

5. Peregrino de paz y fraternidad, espero ser acogido con amistad también por aquellos que, aunque no pertenezcan a la Iglesia católica, tienen el corazón abierto al diálogo y a la cooperación. Deseo asegurarles que no he venido con propósitos de proselitismo, sino para dar testimonio de Cristo juntamente con todos los cristianos de cada Iglesia y comunidad eclesial, y para invitar a todos los hijos e hijas de esta noble tierra a dirigir la mirada hacia Aquel que dio su vida para la salvación del mundo.

Con este espíritu saludo cordialmente ante todo a los queridos hermanos en el episcopado, a los monjes, sacerdotes y fieles ortodoxos, que constituyen la mayoría de los ciudadanos del país. Recuerdo complacido que en el decurso de la historia las relaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Kiev han conocido períodos luminosos:  al evocarlos, nos sentimos estimulados a esperar un futuro de entendimiento cada vez mayor en el camino hacia la comunión plena.

Por desgracia, ha habido también períodos tristes, en los cuales el icono del amor de Cristo ha sido ofuscado:  postrados ante el Señor común, reconocemos nuestras culpas. Mientras pedimos perdón por los errores cometidos en el pasado antiguo y reciente, aseguramos a nuestra vez el perdón por las injusticias sufridas. El anhelo más intenso que brota del corazón es que los errores de otro tiempo no se repitan en el futuro. Estamos llamados a ser testigos de Cristo, y a serlo juntos. El recuerdo del pasado no debe frenar hoy el camino hacia un conocimiento recíproco, que favorezca la fraternidad y la colaboración.

El mundo está cambiando rápidamente:  lo que ayer resultaba inimaginable, hoy parece al alcance de la mano. Cristo nos exhorta a todos a reavivar en el corazón el sentimiento del amor fraterno. Apoyándonos en el amor, podremos, con la ayuda de Dios, transformar el mundo.

6. Mi saludo se extiende, por último, a todos los demás ciudadanos de Ucrania. A pesar de la diversidad de las pertenencias religiosas y culturales, amadísimos ucranios, existe un elemento que os une a todos:  la participación en las mismas vicisitudes históricas, en las esperanzas y en las frustraciones que han conllevado.

A lo largo de los siglos, el pueblo ucraniano ha sufrido pruebas durísimas y agotadoras. ¡Cómo no recordar, limitándonos al ámbito del siglo que acaba de concluir, el azote de las dos guerras mundiales, las repetidas carestías, las desastrosas calamidades naturales, eventos tristísimos que han dejado tras de sí millones de muertos! En particular, bajo la opresión de regímenes totalitarios como el comunista  y  el nazi, el pueblo corrió el riesgo de perder su identidad nacional, cultural y religiosa, y vio diezmada su élite intelectual, custodia del patrimonio civil y religioso de la nación.

Por último, se produjo la explosión radioactiva de Chernobyl, con sus dramáticas y crueles consecuencias para el ambiente y la vida de tantos seres humanos. Pero fue precisamente entonces cuando más decididamente se inició la recuperación. Aquel acontecimiento apocalíptico, por el que vuestro país decidió renunciar a las armas nucleares, impulsó también a los ciudadanos a un despertar enérgico, estimulándolos a emprender el camino de una valiente renovación.

Es difícil explicar con dinámicas simplemente humanas los cambios históricos de los dos últimos decenios. Pero, cualquiera que sea la interpretación que se quiera dar, es cierto que de estas experiencias brotó una nueva esperanza. Es importante no defraudar las expectativas que laten en el corazón de tantos, sobre todo entre los jóvenes. Ahora, con la aportación de todos, es urgente promover en las ciudades y en las aldeas de Ucrania el florecimiento de un humanismo nuevo y auténtico. Es el sueño que vuestro gran poeta Taras Shevchenko expresó en un famoso texto:  "Ya no estarán los enemigos; estarán los hijos, estará la  madre, estará  la  gente  en la tierra".

7. Amadísimos ucranios, os abrazo a todos, desde Donetz a Lvov, desde Kharkov a Odessa y Simferopol. La palabra Ucrania entraña una llamada a la grandeza de vuestra patria que, con su historia, testimonia su vocación singular de confín y puerta entre Oriente y Occidente. En el decurso de los siglos, este país ha sido encrucijada privilegiada de culturas diversas, punto de encuentro entre las riquezas espirituales de Oriente y Occidente.

Hay en Ucrania una evidente vocación europea, subrayada también por las raíces cristianas de vuestra cultura. Mi deseo es que estas raíces fortalezcan vuestra unidad nacional, asegurando a las reformas que estáis llevando a cabo la savia vital de valores auténticos y comunes. Ojalá que esta tierra siga cumpliendo su noble misión, con el sano orgullo que manifestó el poeta recién citado, cuando escribió:  "No hay en el mundo otra Ucrania; no hay otro Dniéper". ¡Pueblo que habitas esta tierra, no lo olvides!

Con estos pensamientos en la mente, doy los primeros pasos de una visita ardientemente anhelada y hoy felizmente iniciada. Amadísimos habitantes de Ucrania, que Dios os bendiga y proteja siempre a vuestra amada patria.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 26, p.10 (p.338).

 



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