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VIAJE APOSTÓLICO A UCRANIA
(23-27 DE JUNIO DE 2001)

ENCUENTRO CON LOS OBISPOS CATÓLICOS DE UCRANIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Nunciatura Apostólica de Kiev
Domingo 24 de junio de 2001

 

Venerados hermanos en el episcopado: 

1. Os saludo y abrazo a todos en el Señor. Es para mí motivo de gran alegría encontrarme con vosotros en vuestra amada tierra, escucharos y reflexionar con vosotros sobre el camino de comunión y sobre el prometedor esfuerzo de evangelización que se está realizando en vuestras comunidades eclesiales. Desde hace diez años, es decir, desde que vuestro país recuperó su independencia después del final de la dictadura comunista, vuestras comunidades se han vuelto a organizar con vistas a una acción pastoral más eficaz y contemplan con esperanza el futuro. Para ellas pido una renovada efusión de gracias de parte de Aquel que, según una eficaz expresión del siervo de Dios Papa Pablo VI, es "animador y santificador de la Iglesia, su aliento divino, el viento de sus velas, su principio unificador, su fuente interior de luz y de energía, su apoyo y su consolador, su manatial de carismas y de cantos, su paz y su gozo, su prenda y preludio de vida bienaventurada y eterna" (Pablo VI, Catequesis en la audiencia general del miércoles 29 de noviembre de 1972:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de diciembre de 1972, p. 3).

2. La alegría de este encuentro se intensificará en los próximos días, cuando participemos juntos en la solemne beatificación de algunos hermanos vuestros, que desempeñaron el ministerio episcopal en condiciones de suma precariedad. Les rendiremos el homenaje de nuestra gratitud por haber conservado intacto con su sacrificio el patrimonio de la fe cristiana entre los fieles de sus Iglesias. Al elevarlos al honor de los altares, quisiera extender nuestro recuerdo agradecido a otros pastores que también pagaron un precio muy elevado por su fidelidad a Cristo y su decisión de permanecer unidos al Sucesor de Pedro.

¡Cómo no recordar, entre ellos, al siervo de Dios metropolita Andrey Septyckyj! Mi venerado predecesor el Papa Pío XII dijo que su noble vida se quebró "no tanto por su avanzada edad, cuanto por los sufrimientos de su alma de pastor, herido juntamente con su grey" (AAS 44 [1955] 877). Recuerdo asimismo al cardenal Josyf Slipyj, primer rector de la Academia teológica greco-católica de Lvov, felizmente reabierta recientemente. Este heroico confesor de la fe sufrió el rigor de la cárcel durante dieciocho años.

Están aún entre nosotros sacerdotes y obispos que soportaron la cárcel y la persecución. Mientras os abrazo conmovido, amadísimos hermanos, doy gloria a Dios por vuestro testimonio fiel, que me alienta a desempeñar con una entrega cada vez más valiente mi servicio a la Iglesia universal. Hago mías las palabras que soléis repetir en la liturgia de san Juan Crisóstomo:  "Entreguémonos nosotros mismos, uno al otro, y nuestra existencia entera a Cristo, nuestro Dios". Esta es la lección de los mártires y los confesores de la fe. Esta es la lección que debemos aprender y vivir también nosotros, pastores de la grey que Dios nos ha confiado.

3. Es verdad que conservar y transmitir el patrimonio de la fe es compromiso de toda la Iglesia. Sin embargo, compete a los pastores la ardua tarea de ser guías seguros, maestros clarividentes y testigos ejemplares para el pueblo cristiano. A esta responsabilidad específica nuestra se refiere el tema que el Sínodo de los obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana afrontará este año:  "La persona y la responsabilidad del obispo". Permitidme que, al respecto, os ofrezca con espíritu de servicio fraterno algunas reflexiones personales a lo largo de este encuentro, en el que estáis reunidos tanto obispos orientales como latinos.

Ante todo quisiera dar gracias a Dios, juntamente con vosotros, primeros responsables de vuestras Iglesias, por el testimonio que dan los católicos en esta tierra, donde la Iglesia presenta su realidad divina y humana, enriquecida por el genio de la cultura ucraniana. Aquí la Iglesia respira con sus dos pulmones:  la tradición oriental y la occidental. Aquí se encuentran en diálogo fraterno tanto los que acuden a las fuentes de la espiritualidad bizantina como los que se alimentan de la espiritualidad latina. Aquí se confrontan y se enriquecen mutuamente el sentido profundo del misterio, que domina la sagrada liturgia de las Iglesias de Oriente, y la mística esencialidad del rito latino.

Vivir la pertenencia a la única Iglesia, respetando las diversas tradiciones rituales, os brinda la gran oportunidad de hacer realidad un significativo "laboratorio eclesial" en el que es posible construir la unidad en la diversidad. Este es el camino más adecuado para responder a los numerosos y complejos desafíos pastorales del momento presente. Tanto a vosotros, miembros del Sínodo de los obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana, como a vosotros, obispos de la Conferencia episcopal ucraniana, os invito a dar vuestra contribución a esa investigación, en íntima y activa cooperación. Anunciad con corazón unánime el Evangelio de Cristo, superando cualquier tentación de división y enfrentamiento. La única "competición" que ha de existir entre vosotros, queridos hermanos en el episcopado, ha de ser la de estimaros mutuamente cada vez más (cf. Rm 12, 10) y tender a la santidad.

Cuidad la comunión entre vosotros y con los presbíteros en un clima de afecto, de atención y de diálogo respetuoso y fraterno. De la calidad de estas relaciones depende en gran parte la eficacia de la obra de evangelización.

4. En estos diez años, vuestras Iglesias han gozado de un extraordinario florecimiento de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Eso plantea la exigencia de una solicitud particular por la formación espiritual, intelectual y pastoral de los que han sido llamados al sacerdocio y a la vida consagrada. En primer lugar, es preciso garantizar a los futuros presbíteros una profunda espiritualidad, una rigurosa preparación filosófica y teológica, y una sólida capacitación para la vida pastoral, fundada en los valores perennes de la tradición católica, pero atenta a los signos de los tiempos. Una condición necesaria para lograr esos objetivos es la presencia, en los seminarios y en los institutos de formación, de educadores valientes y profesores especializados, que garanticen una sólida formación intelectual y espiritual en los sacerdotes del mañana. Análoga solicitud se ha de mostrar por la formación de los miembros de los institutos de vida consagrada, especialmente los femeninos.

Otro objetivo fundamental que han de tener vuestras Iglesias es una catequesis capilar, competente y actualizada, dirigida a los adultos y a las nuevas generaciones. A este respecto, servirá de gran ayuda el Catecismo de la Iglesia católica, que constituye un instrumento providencial para la presentación orgánica y sistemática de la fe católica tanto a los que están cerca como a los que están alejados. Sin embargo, conviene recordar que la instrucción catequística es solamente uno de los elementos del itinerario más vasto de la iniciación cristiana, que prevé, juntamente con el anuncio de las verdades de fe, la educación en la oración personal y litúrgica, la experiencia de la comunión fraterna y la formación en el servicio eclesial. Sólo una formación cristiana integral puede llevar a la consecución del fin específico de la catequesis, que "consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades", para que el discípulo del Señor pueda aprender "a pensar mejor como él, a juzgar como él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos y a esperar como él nos invita a ello" (Catechesi tradendae, 20).

5. En estos últimos años, caracterizados también en Ucrania por rápidos y profundos cambios sociales, la familia está viviendo una fuerte crisis, como lo demuestran los numerosos divorcios y la difundida práctica del aborto. Por tanto, la familia ha de ser una de vuestras prioridades pastorales. En particular, preocupaos por educar a las familias cristianas en una fuerte experiencia de Dios y en la plena conciencia del proyecto del Creador sobre el matrimonio, para que, renovando el tejido espiritual de su convivencia, puedan contribuir a aumentar la calidad de toda la sociedad civil.

A la evangelización de la familia va unida la pastoral juvenil. Los modelos de vida hedonistas y materialistas presentados por muchos medios de comunicación social, la crisis de valores que afecta a la familia, el espejismo de una vida fácil que excluye el sacrificio, los problemas del desempleo y la inseguridad del futuro a menudo engendran en los jóvenes una gran desorientación, haciéndolos disponibles a propuestas de vida efímeras y sin valores, o a preocupantes formas de evasión. Es necesario invertir energías y medios en su formación humana y cristiana.

En la perspectiva de una eficaz obra de formación de las nuevas generaciones, me alegra saber que tenéis intención de crear un "Instituto de ciencias sociales", en el que se brinde un profundo conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. La iniciativa es muy oportuna. Por eso, de buen grado la apoyo y la bendigo.

6. Venerados hermanos, ante vosotros se abre un período importante, del que dependerá la "calidad" de la presencia de la Iglesia en tierra ucraniana en el próximo milenio. Durante la persecución comunista la Iglesia greco-católica y la latino-católica mantuvieron relaciones ejemplares, que constituyeron la sólida premisa del sucesivo florecimiento eclesial. Aprovechando esa experiencia, hoy es necesario colaborar más y mejor para realizar la exigente tarea de la nueva evangelización. Vuestras Iglesias, como ya sucedió felizmente en diversas situaciones pastorales, deben encontrar formas articuladas de entendimiento y ayuda recíproca en el campo de la catequesis, de los centros de educación católica, de la presencia en los medios de comunicación social, así como en el vasto y complejo campo de la promoción humana. Por doquier los católicos han de presentarse concordes, dispuestos al diálogo y al servicio mutuo.

El Sínodo de la Iglesia greco-católica ucraniana abarca a muchos fieles que están en la diáspora y esto plantea nuevos desafíos pastorales. Para afrontarlos, es necesario, una vez más, estar unidos. Una unidad operante, en primer lugar, entre los obispos y los sacerdotes, a la luz de la enseñanza del concilio Vaticano II, que invita a los obispos a considerar a los sacerdotes como "hermanos y amigos" (Presbyterorum ordinis, 7). Esa unidad deberá implicar luego a las personas de vida consagrada y a los laicos comprometidos, para el bien espiritual de todo el Cuerpo místico de Cristo.

7. Esta fuerte experiencia de comunión dentro de la Iglesia católica estimulará, ciertamente, formas adecuadas de colaboración fraterna con los hermanos ortodoxos, para responder juntos a la búsqueda de verdad y de felicidad del hombre contemporáneo, que sólo Jesucristo puede satisfacer plenamente. Por tanto, el diálogo ecuménico no puede por menos de constituir para los creyentes y las Iglesias que están en Ucrania una prioridad ineludible. La división de los cristianos en diferentes confesiones representa uno de los mayores desafíos de nuestros días. Es largo el camino que hemos de recorrer para llegar a la plena reconciliación y a la comunión también visible entre los discípulos de Cristo, pero la experiencia del pasado ayuda a mirar al futuro con confianza.

La sed de unidad se ha intensificado después del concilio Vaticano II, y hoy crece en todos los cristianos la conciencia de la necesidad de un entendimiento valiente y una colaboración más estrecha. Yo, Sucesor de Pedro, os aliento hoy y os exhorto, amadísimos hermanos en el episcopado, a proseguir por este camino y aseguro el apoyo de la Sede apostólica a vuestros esfuerzos generosos. El Papa está con vosotros en vuestro compromiso diario al servicio de los fieles y os acompaña con su oración. Con estos sentimientos en el corazón, encomiendo vuestras personas, vuestras Iglesias, los proyectos y las esperanzas del pueblo de Dios que está en Ucrania a la celestial Madre de Dios, y de corazón os bendigo.

 



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