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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE JAPÓN EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 31 de marzo de 2001

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Alegrándome por la "inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3, 8), os doy la bienvenida a vosotros, obispos de Japón, con ocasión de vuestra vista ad limina Apostolorum, una verdadera peregrinación en espíritu de comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro. Por medio de vosotros, saludo a toda la familia de Dios que habita en vuestro país, "dando gracias cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio" (Flp 1, 3-5).

En el año del gran jubileo, toda la Iglesia agradeció a Dios las infinitas gracias derramadas en los dos mil años desde el nacimiento del Salvador; y al saludaros a vosotros, no puedo por menos de alabar al Señor por la herencia de fe cristiana que ha florecido en Japón desde el día en que san Francisco Javier desembarcó por primera vez en vuestras costas. Los primeros misioneros enseñaron a los cristianos de Japón una profunda reverencia a la majestad de Dios, una gran estima por la Redención, un ferviente amor al Salvador crucificado y un decidido rechazo del pecado. Recurrieron al sentido innato de vuestro pueblo acerca de la caducidad de las cosas terrenas y a su falta de miedo ante la muerte, despertando en él un amor por las cosas del cielo y por la eternidad que en él se encuentra. Por consiguiente, los primeros siglos del cristianismo en Japón quedaron indeleblemente marcados por la valentía y la constancia de vuestros mártires. Su testimonio heroico no sólo adorna vuestro pasado con el esplendor del Señor crucificado, sino que también indica el camino de la vocación y del compromiso presente y futuro de los cristianos japoneses.

2. En la carta apostólica Novo millennio ineunte reflexioné sobre la historia de la pesca milagrosa que encontramos en el evangelio según san Lucas (cf. Lc 5, 1-11). Duc in altum! Estas palabras han resonado en mi mente al recordar la gracia del gran jubileo y al pensar en el futuro, del que el jubileo fue una excelente preparación. No sólo en Japón, sino también en otras muchas partes del mundo, los pastores pueden sentirse como Pedro cuando Jesús le ordenó que echara sus redes al mar para pescar. Ponemos todo nuestro empeño en pescar; pero a veces comprobamos que hemos pescado poco o nada y que, al menos por ahora, no hay nada que pescar. Pero Jesús dice:  Echad vuestras redes. La fe nos asegura que el Señor conoce nuestro mundo mejor que nosotros, que ve en las aguas profundas del alma y de la cultura de los hombres que estáis llamados a evangelizar.

La historia demuestra que tiempos que parecen particularmente difíciles para el anuncio de Jesucristo y hostiles a su Evangelio pueden ser incluso los más fecundos. De hecho, hay muchos signos de una generalizada exigencia de espiritualidad (cf. Novo millennio ineunte, 33).

Cristo nos llama a "una apasionante tarea de renovación pastoral" (ib., 29). Con creatividad y audacia debemos tratar de proponer al mundo actual el programa del Evangelio, que vale para toda época, y a todos los que nos escuchen hemos de presentarles la figura infinitamente atractiva del Señor Jesús y la verdad de su Evangelio, "fuerza de Dios para la salvación" (Rm 1, 16).

3. La inculturación necesaria de la fe en el marco de la sociedad japonesa no puede ser el resultado de un plan o de una teoría preconcebidos, sino que debe nacer de la experiencia vivida de todo el pueblo de Dios mediante un diálogo continuo de salvación con la sociedad en la que vive. Al dirigir este diálogo, los pastores de la Iglesia en Asia tienen que cumplir un deber muy delicado e importante, que la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos afrontó ampliamente, ofreciendo orientaciones que recogí en la exhortación apostólica Ecclesia in Asia.

Los estrechos vínculos existentes entre religión, cultura y sociedad hacen particularmente difícil para los seguidores de las grandes religiones de Asia estar abiertos al misterio de la Encarnación y concebir a Jesús como el único Salvador.

Por eso, el anuncio de Cristo requiere un esfuerzo esmerado y prolongado para traducir exactamente las verdades de fe en categorías más fácilmente accesibles a la sensibilidad asiática y a la mentalidad de vuestro pueblo. El desafío consiste en presentar el "rostro asiático de Jesús" en perfecta armonía con toda la tradición mística, filosófica y teológica de la Iglesia.

La buena nueva del amor de Dios manifestado en Jesucristo es una buena nueva para todos, porque atañe al significado de nuestra existencia humana y de nuestro destino. Como afirma un conocido texto del concilio Vaticano II:  "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22). En un tiempo en el que reina gran confusión acerca del significado de la vida y muchos buscan una luz que ilumine las numerosas cuestiones existenciales y morales que los turban, la verdad sobre nuestra condición humana es la base esencial para construir una cultura y una sociedad dignas de la imagen de Dios inherente a cada hombre y a cada mujer.

Cuando se realiza un esfuerzo para fomentar el progreso y la prosperidad sin hacer referencia a Dios, causando daños incalculables a la dignidad de la persona humana, la Iglesia tiene el deber de recordar a los hombres lo que es esencial:  la verdad, la bondad, la justicia y el respeto a todos. Presentar esta realidad es una forma fundamental de solidaridad con nuestros hermanos los hombres. Proclamarla a la sociedad es una forma excelente de caridad pastoral.

4. Para responder a la aspiración del espíritu humano, confiamos plenamente en la gracia de Dios, pero reconocemos también la necesidad de un programa pastoral esmerado y confiado (cf. Novo millennio ineunte, 29). Los desafíos que debe afrontar vuestro ministerio pastoral son numerosos y complejos. Ahora, gracias a Dios, se reconoce plenamente en vuestro país el derecho a la libertad religiosa y el tiempo de la persecución ha pasado. Pero han aparecido otras formas de presión que dificultan la fe y comprometen vuestro ministerio. Algunos de estos desafíos los afronta la Iglesia en todos los países desarrollados, y otros son específicos de vuestro país.

Como sucede a menudo, la riqueza conlleva una serie de problemas, cuya raíz se encuentra en el corazón humano. Mientras algunos disfrutan de los beneficios del progreso material, otros quedan excluidos y son condenados a nuevas formas de pobreza, a veces particularmente degradantes. Cuando reina una mentalidad consumista, la gente vive con la preocupación de "tener", en perjuicio del "ser". La armonía del espíritu se rompe, y el resultado es la insatisfacción y la incapacidad de entablar relaciones interpersonales y asumir un compromiso generoso de amor y de servicio a los demás.

¡Cuántas personas, incluso entre los ricos, sienten la tentación de la desesperación por la falta de sentido en su vida, por el miedo al abandono en la ancianidad o a la enfermedad, por la marginación o por la discriminación social! Algunos de los modos como la gente busca consuelo son sumamente contraproducentes y destructivos para las personas y para la sociedad:  pensamos en primer lugar en la violencia, las drogas y el suicidio.

Sin embargo, como pastores de almas, sois plenamente conscientes de la verdad que san Pablo recordó a los Romanos:  "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20). Vuestra confianza en la gracia de Dios os da la esperanza y la fuerza para afrontar los desafíos que tenéis ante vosotros, y la verdadera caridad pastoral os impulsa a concentrar todas las energías de las comunidades confiadas a vuestro cuidado pastoral en un grande y generoso esfuerzo por hacer que el Evangelio influya de modo más visible y más eficaz en la situación en que vivís.

5. En el clima de oración que reina en vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles quizá será más fácil reafirmar que el objetivo  de  toda programación y actividad pastoral es la santidad, según el modelo de las bienaventuranzas (cf. Novo millennio ineunte, 31). Como subraya el capítulo quinto de la Lumen gentium, la llamada a la santidad, aunque se dirige de modo específico a los obispos, a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas, es una llamada universal.

Hay diferentes ministerios y diversas funciones en la Iglesia, pero esto no significa que algunos estén llamados a la santidad y otros no. Todo el que ha sido bautizado ha sido injertado en la santidad de Dios y, por tanto, "sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial" (Novo millennio ineunte, 31).

En cierto sentido, la santidad del clero y de los religiosos se entiende como un servicio a los laicos, permitiéndoles avanzar cada vez más por el camino de la santidad, para que realicen su vocación bautismal. Un laicado animado por las virtudes cristianas en grado heroico no es una novedad en la historia de la Iglesia en Japón. En la lista de vuestros mártires figuran numerosos nombres de laicos y, cuando durante largos períodos persistían las dificultades, fueron los laicos quienes transmitieron una fe ardiente a las generaciones sucesivas. La verdad es que pastores santos suscitarán laicos santos, y de entre estos últimos surgirán las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa que la Iglesia necesita en todo tiempo y lugar. Debemos recordar este concepto de complementariedad y colaboración, para que la relación entre el clero y el laicado refleje cada vez más la comunión (koinonía), que es la auténtica naturaleza de la Iglesia.

6. Uno de los principales objetivos de vuestra programación pastoral, en unión con vuestros colaboradores, ha de consistir en ayudar a las comunidades cristianas de Japón a convertirse cada vez más en "auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el "arrebato" del corazón" (ib., 33). Esta oración es algo más que consuelo y fuerza en la vida del discípulo:  es también la fuente de la evangelización. De una oración y contemplación más profundas brotará la "nueva evangelización".

Se requiere una renovación específica de la actividad y de la metodología pastorales en las parroquias y en las comunidades que se están transformando debido a la influencia de los inmigrantes, muchos de los cuales son católicos. En la mayoría de los casos, esos hermanos y hermanas en la fe afrontan con muy pocos recursos la dificultad de adaptarse a una situación nueva. A menudo no cuentan con amigos, tienen la desventaja de la lengua y se ven marginados culturalmente, con consecuencias negativas para las oportunidades de trabajo, la educación de sus hijos e incluso los servicios necesarios, como la sanidad y la protección legal. Muchos no están bien instruidos en la fe, y tienen gran necesidad de apoyo, tanto espiritual como material. Hay que hacer todo lo posible para satisfacer sus legítimas necesidades y lograr que se sientan acogidos en la comunidad católica. La Iglesia no puede por menos de oponerse a todas las formas de discriminación y de injusticia, trabajando con determinación en favor de quienes son explotados o no pueden hacer oír su voz.

Una "nueva evangelización" en Japón significará también una apertura ponderada pero generosa a las comunidades y a los movimientos que el Espíritu Santo está suscitando en la Iglesia como fruto especial del concilio Vaticano II. A menudo en esos grupos las personas, especialmente los jóvenes, hallan el fervor espiritual y la experiencia de la comunidad que los lleva al encuentro personal con Cristo y los convierte, a su vez, en misioneros del nuevo milenio. Es evidente que esas comunidades y esos movimientos deben trabajar en unión con los obispos y los sacerdotes, y en plena armonía con la vida pastoral de las Iglesias locales. La tarea del obispo consiste en "examinarlo todo y quedarse con lo bueno" (cf. 1 Ts 5, 21).

7. Queridos hermanos en el episcopado, la buena semilla ya ha sido plantada en la fértil tierra de Japón (cf. Lc 8, 15). La obra de san Francisco Javier y de los primeros misioneros, que ha producido tanto fruto en el pasado, seguirá dando abundantes frutos mientras se conserve y venere su memoria. El testimonio de los mártires japoneses no dejará de manifestar "la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Co 4, 6). La fidelidad heroica de esos cristianos japoneses, que en secreto han conservado su fe a lo largo de los siglos a pesar de las persecuciones y de la escasez de sacerdotes, es seguramente una garantía de que el encuentro fructífero entre la fe y la cultura japonesa puede realizarse en lo más profundo de la mente y del corazón.

Encomendándoos a vosotros, y a los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos de Japón, a María, "Madre de la nueva creación y Madre de Asia" (Ecclesia in Asia, 51), os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en su Hijo divino.

 



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