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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


Viernes 9 de noviembre de 2001

 

Querido cardenal Arinze;
hermanos y hermanas en el Señor:
 

1. Me complace mucho saludaros a todos vosotros, que participáis en la asamblea  plenaria del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso:  "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1 Co 1, 3).

Vuestra asamblea está reflexionando en el progreso del diálogo interreligioso en un tiempo en que toda la humanidad se siente aún conmovida por los acontecimientos del pasado 11 de septiembre. Se ha dicho que estamos asistiendo a un verdadero conflicto de religiones. Pero, como he referido en numerosas ocasiones, esto sería falsificar la religión misma. Los creyentes saben que, lejos de hacer el mal, están obligados a hacer el bien, a trabajar para aliviar los sufrimientos humanos y construir juntos un mundo justo y armonioso.

2. Aunque es imperativo para la comunidad internacional fomentar buenas relaciones entre los pueblos que pertenecen a diferentes tradiciones étnicas y religiosas, es más urgente aún para los mismos creyentes favorecer relaciones caracterizadas por la apertura y la confianza, e impulsar el interés común por el bienestar de toda la familia humana.

En mi carta apostólica Novo millennio ineunte escribí:  "En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo (interreligioso) es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz" (n. 55). Sabemos, y lo experimentamos cada día, qué difícil es alcanzar este objetivo. De hecho, nos damos cuenta de que la paz no llegará como resultado de nuestros esfuerzos; no es algo que el mundo puede dar. Es un don del Señor. Y para recibirlo, tenemos que preparar nuestro corazón. Cuando surgen conflictos, la paz sólo puede llegar a través de un proceso de reconciliación, y esto requiere humildad y generosidad.

3. Por parte de la Santa Sede vuestro Consejo —desde su institución por obra de mi predecesor el Papa Pablo VI como Secretariado para los no cristianos— tiene la tarea especial de promover el diálogo interreligioso. A través de los años el Consejo ha contribuido materialmente a favorecer contactos con representantes de las diversas religiones, con creciente espíritu de comprensión y cooperación, espíritu que se manifestó claramente, por ejemplo, durante la asamblea interreligiosa que se celebró aquí, en el Vaticano, en vísperas del gran jubileo. En la ceremonia de clausura de esa asamblea recordé que una tarea vital que tenemos ante nosotros es mostrar cómo las creencias religiosas inspiran la paz, animan la solidaridad, promueven la justicia y sostienen la libertad (cf. Discurso a la Asamblea interreligiosa, en plaza de San Pedro, 28 de octubre de 1999).

4. Hago estas breves observaciones teniendo presente el tema elegido por vuestra asamblea plenaria:  La espiritualidad del diálogo. Habéis decidido reflexionar en la inspiración espiritual que debe sostener a los que están comprometidos en el diálogo interreligioso. Cuando los cristianos consideramos la naturaleza de Dios, como fue revelada en las Escrituras y, sobre todo, en Jesucristo, comprendemos que la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es el perfecto y eminente modelo de diálogo entre los seres humanos. La Revelación nos enseña que Dios ha estado siempre en diálogo con la humanidad, diálogo que anima el Antiguo Testamento y alcanza su punto culminante al llegar la plenitud de los tiempos, cuando Dios habla directamente por medio de su Hijo (cf. Hb 1, 2). Por consiguiente, en el diálogo interreligioso debemos recordar la exhortación de san Pablo:  "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Flp 2, 5). El Apóstol subraya a continuación la humildad de Jesús, su kénosis. En la medida en que, como Cristo, nos despojemos de nosotros mismos, seremos verdaderamente capaces de abrir nuestro corazón a los demás y caminar junto con ellos como peregrinos hacia el destino que Dios nos ha preparado.

5. Esta referencia a la kénosis del Hijo de Dios sirve para recordarnos que el diálogo no siempre es fácil, ni está exento de sufrimiento. Incomprensiones y prejuicios pueden surgir en el camino hacia el acuerdo común, y puede rechazarse la mano tendida en signo de amistad. Una verdadera espiritualidad del diálogo debe tener en cuenta estas situaciones y proporcionar la motivación para perseverar, incluso frente a la oposición o cuando los resultados parecen ser escasos. Se necesitará siempre una gran paciencia para que lleguen los frutos, pero a su debido tiempo (cf. Sal 1, 3); cuando los que siembran con lágrimas, cosechen entre cantares (cf. Sal 126, 5).

Al mismo tiempo, los contactos con los seguidores de las otras religiones es a menudo fuente de gran alegría y aliento. Nos llevan a descubrir cómo Dios está actuando en la mente y en el corazón de los hombres y, en realidad, en sus ritos y costumbres. Lo que Dios ha sembrado a lo largo de este camino puede purificarse y perfeccionarse a través del diálogo (cf. Lumen gentium, 17). Por tanto, la espiritualidad del diálogo buscará atentamente discernir las obras del Espíritu Santo y dará gracias por los frutos de amor, alegría y paz que produce el Espíritu.

6. Que María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia interceda por todos vosotros y que nuestro Padre celestial os colme de su sabiduría y fuerza para proseguir, y animar a otros a proseguir, por este auténtico camino de diálogo. Con gratitud, os imparto de corazón mi bendición apostólica.

 



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