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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL IV ENCUENTRO NACIONAL ITALIANO
DE PROFESORES UNIVERSITARIOS CATÓLICOS

 

Ilustres profesores universitarios: 

1. Ha pasado más de un año desde el encuentro que tuvimos con ocasión del jubileo, pero no ha disminuido el impulso que recibisteis en aquellos días singularmente valiosos.

Fue la ocasión para un encuentro personal con Jesús, nuestro Señor, que es ante todo nuestro único Maestro. Él es la fuente viva, el centro de irradiación, el alimento que en la Palabra y la Eucaristía se convierte en intensa experiencia interior.

Fue también la ocasión para adquirir una conciencia cada vez más profunda de Iglesia, en la reciprocidad de la comunión y en el apoyo fraterno entre los que se reconocen en Cristo como partícipes en una misma y gran familia. De ahí surgió un renovado impulso de testimonio, para infundir en el trabajo universitario diario el dinamismo de una presencia significativa, generosa y auténtica.

Os habéis reunido de nuevo para este encuentro, acogiendo la invitación a "remar mar adentro", que dirigí como horizonte de esperanza y acción a toda la Iglesia, y por tanto también a vosotros, para que reflexionéis en las implicaciones concretas que la perspectiva del nuevo humanismo abre a la vida de vuestras universidades.

2. Vivimos en tiempos de grandes transformaciones; incluso instituciones antiguas y venerables, como muchas de las universidades italianas, están llamadas a renovarse. En este proceso se entrecruzan múltiples factores, a veces verdaderamente nobles y dignos; otras veces, por el contrario, más instrumentales, con el peligro de reducir el saber a un medio de afirmación de sí, en detrimento de la profesionalidad docente, con un aprendizaje de tipo utilitario y pragmático.

El docente es un maestro. No transmite el saber como si fuera un objeto de uso y consumo, sino que establece ante todo una relación sapiencial que, aun cuando, por el número demasiado elevado de estudiantes, no pueda llegar al encuentro personal, se convierte en palabra viva antes que en transmisión de nociones. El docente instruye, en el significado originario del término, es decir, da una aportación fundamental a la estructuración de la personalidad; educa, según la antigua imagen socrática, ayudando a descubrir y activar las capacidades y los dones de cada uno; forma, según la comprensión humanística, que no reduce este término a la consecución, por lo demás necesaria, de una competencia profesional, sino que la encuadra en una construcción sólida y en una correlación transparente de significados de vida.

3. Estáis llamados a la enseñanza. Es una vocación, una vocación cristiana. Algunas veces se la percibe ya desde muy joven como proyecto propio; otras, se revela a través de los acontecimientos, aparentemente casuales, pero en realidad providenciales, que caracterizan la biografía de cada uno. A la cátedra Dios os ha llamado por vuestro nombre para prestar un servicio insustituible a la verdad del hombre.

Este es el corazón del nuevo humanismo. Se concreta en la capacidad de mostrar que la palabra de la fe es realmente una fuerza que ilumina la conciencia, la libera de toda esclavitud y la capacita para el bien. Las generaciones jóvenes esperan de vosotros nuevas síntesis del saber, no de tipo enciclopédico, sino humanístico. Es necesario vencer la dispersión que desorienta y delinear perfiles abiertos, capaces de motivar el compromiso de la investigación y la comunicación del saber y, al mismo tiempo, formar personas que no acaben por usar contra el hombre las inmensas y tremendas posibilidades que el progreso científico y tecnológico ha logrado en nuestro tiempo.

Como sucedió al inicio de la humanidad, también hoy, cuando el hombre quiere disponer a su arbitrio de los frutos del árbol del conocimiento, termina por convertirse en un triste agente de miedos, enfrentamientos y muerte.

4. La reforma actual de la escuela y la universidad en Italia interpela a la pastoral eclesial, tanto para superar formas de estancamiento en el diálogo cultural como para promover de modo nuevo el encuentro entre las inteligencias humanas, estimulando la búsqueda de la verdad, la elaboración científica y la transmisión cultural. Se debería redescubrir también hoy una renovada tensión hacia la unidad del saber —el propio de la uni-versitas— con valentía innovadora al diseñar los ordenamientos de los estudios conforme a un proyecto cultural y formativo de elevado perfil, al servicio del hombre, de todo el hombre.

En esta obra la Iglesia —que presta gran atención a la universidad, porque de ella ha recibido mucho y también espera mucho— tiene algo que dar. Ante todo, recordando sin cesar que "el corazón de cada cultura está constituido por su acercamiento al más grande de los misterios:  el misterio de Dios" (Discurso de Juan Pablo II a las Naciones Unidas con ocasión del 50° aniversario de su fundación, 5 de octubre de 1995, n. 9). Además, recordando que sólo en esta verticalidad absoluta —de quien cree y, por eso, trata siempre de profundizar la verdad encontrada, pero también de quien busca y, por tanto, está en el camino de la fe— la cultura y el saber se iluminan de verdad y se ofrecen al hombre como don de vida.

5. El humanismo cristiano no es abstracto. La libertad de investigación, tan valiosa, no puede significar neutralidad indiferente ante la verdad. La universidad está llamada a ser cada vez más laboratorio donde se cultiva y desarrolla un humanismo universal, abierto a la dimensión espiritual de la verdad.

La diaconía de la verdad representa una tarea histórica para la universidad. Evoca la dimensión contemplativa del saber que diseña el rasgo humanístico de toda disciplina en las diversas áreas afrontadas por vuestro congreso. De esta actitud interior deriva la capacidad de escrutar el sentido de los acontecimientos y valorar los descubrimientos más sorprendentes. La diaconía de la verdad es el sello de la inteligencia libre y abierta. Sólo encarnando estas convicciones en su vida diaria el profesor universitario se convierte en portador de esperanza para la vida persona y social. Los cristianos están llamados a dar testimonio de la dignidad de la razón humana, de sus exigencias y de su capacidad de investigar y conocer la verdad, superando de ese modo el escepticismo epistemológico, las reducciones ideológicas del racionalismo y las corrientes nihilistas del pensamiento débil.

La fe es capaz de generar cultura; no teme la confrontación cultural abierta y franca; su certeza no se asemeja de ningún modo a la rigidez ideológica basada en prejuicios; es luz clara de verdad, que no se contrapone a las riquezas del ingenio, sino sólo a las tinieblas del error. La fe cristiana ilumina y aclara la existencia en cada uno de sus ámbitos. El cristiano, animado por esta riqueza interior, la difunde con valentía y la testimonia con coherencia.

6. La cultura no se puede reducir a los ámbitos de la utilización instrumental:  en el centro está y debe permanecer el hombre, con su dignidad y su apertura al Absoluto. La obra delicada y compleja de "evangelización de la cultura" y de "inculturación de la fe" no se contenta con simples ajustes, sino que exige una fiel reflexión y una nueva expresión creativa del instrumento metodológico que la Iglesia italiana ha querido escoger en estos últimos tiempos:  "el proyecto cultural orientado en sentido cristiano", que nace de la conciencia de que "la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe (...). Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida" (Juan Pablo II, Carta al cardenal secretario de Estado, Agostino Casaroli, para la institución del Consejo pontificio para la cultura, 20 de mayo de 1982:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

A esta exigencia profunda responde el ejercicio de la caridad intelectual. Este es el compromiso específico que los universitarios católicos están llamados a asumir con la convicción de que la fuerza del Evangelio es capaz de una profunda renovación.

Que el Logos de Dios se encuentre con el logos humano y se transforme en dia-logos:  esta es la expectativa y el deseo de la Iglesia para la universidad y el mundo de la cultura.

Ojalá que el nuevo humanismo sea para vosotros perspectiva, proyecto y compromiso. Si es así, se convertirá en una vocación a la santidad para cuantos trabajan en la universidad. A este alto grado estáis llamados al inicio del nuevo milenio.

Como confirmación de estos deseos míos para vuestro encuentro, sobre cuyos trabajos invoco abundantes luces celestiales, os envío a cada uno y a vuestras respectivas familias una especial bendición apostólica.

Vaticano, 4 de octubre de 2001

JUAN PABLO II



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