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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA XXX ASAMBLEA GENERAL
DEL CENTRO CATÓLICO INTERNACIONAL PARA LA UNESCO

Viernes 10 de mayo de 2002

 

Señor cardenal; 
señor presidente;
queridos amigos del Centro católico internacional para la Unesco: 

1. Me alegra acogeros esta mañana, para expresaros mi gratitud y reafirmaros mi confianza con ocasión de vuestra XXX asamblea general, que tiene por tema:  "El diálogo intercultural e interreligioso:  una oportunidad para la humanidad". Agradezco al presidente, señor Bernard Lacan, sus amables palabras. Saludo a los miembros del Centro católico, en particular al señor Gilles Deliance, su director, y os expreso a todos mi gratitud por la actividad que desempeñáis al servicio de la cultura. Me alegra que esté presente con vosotros el observador permanente de la Santa Sede ante la Unesco, monseñor Lorenzo Frana, al que agradezco el trabajo que ha realizado durante muchos años en esta Organización de las Naciones Unidas.

Este año se celebra el quincuagésimo aniversario del nombramiento del primer observador permanente de la Santa Sede ante la Unesco, en la persona de monseñor Roncalli, el beato Papa Juan XXIII. Desde entonces la Santa Sede sigue con atención las actividades de la Unesco en los campos fundamentales de la educación, las ciencias, las ciencias humanas, la comunicación y la información, todos ellos aspectos de la cultura, "realidad fundamental que nos une y que está en la base del establecimiento y de las finalidades de la Unesco" (Discurso a la Unesco, París, 2 de junio de 1980, n. 8:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 11).

2. Vuestro centro facilita el trabajo y la cooperación de las Organizaciones católicas internacionales que participan en las grandes actividades de la Unesco vinculadas a la educación y a la formación. Os animo, en la misión que os compete, a difundir, a través de vuestras iniciativas y vuestras publicaciones, el saber y el arte específicos, ofreciendo a nuestros contemporáneos la posibilidad de afrontar los grandes desafíos culturales de nuestro tiempo, dándoles respuestas dignas de la persona humana.

Los grandes campos de la educación y la cultura, de la comunicación y la ciencia conllevan una dimensión ética fundamental. Para darles respuestas adecuadas, es conveniente adquirir un justo conocimiento científico, realizar una reflexión profunda y proponer la luz del humanismo cristiano y de los valores morales universales. La familia debe ser objeto de una atención particular, dado que a ella, en primer lugar, le corresponde la misión de educar a los jóvenes.

3. Os aliento a proseguir sin cesar vuestro trabajo, para que se entable un diálogo fecundo entre el mensaje de Cristo y las culturas. Os agradezco el servicio que prestáis en la formación de expertos católicos, preocupándoos de prepararlos seriamente y arraigarlos en la fe, capacitándolos para dar al mundo un testimonio creíble, alimentado por la palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. Es de desear que vuestras investigaciones sobre los temas científicos, culturales y educativos, realizadas a la luz del Evangelio, se pongan a disposición de los católicos que trabajan en esos campos, y esto de manera habitual y accesible, según las posibilidades que brindan los medios modernos.

Habéis elegido Roma para celebrar vuestros encuentros, manifestando así vuestra adhesión al Sucesor de Pedro y a la Santa Sede. Aprecio este gesto y os agradezco la misión eclesial que realizáis de modo generoso y atento ante la Unesco, al servicio de todos los hombres.

A cada uno y a cada una de vosotros, así como a todos vuestros seres queridos, imparto de buen grado la bendición apostólica.

 



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