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ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
AL FINAL DE UN CONCIERTO EN LA SALA PABLO VI


Martes 26 de noviembre de 2002

 

Señoras y señores;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Nos han ofrecido un singular concierto, que une en síntesis armoniosa música, espiritualidad y amor a la montaña. Saludo y doy las gracias a los promotores, a los organizadores y a los que han contribuido a la realización de este solemne acontecimiento, que asume singular relieve en el Año internacional de la montaña.

Saludo al ministro de Asuntos regionales, hon. Enrico La Loggia, y a las demás autoridades aquí reunidas, así como a los representantes de la Unión nacional de ayuntamientos, comunidades y entidades montañeses, que han querido festejar el 50° aniversario de fundación de su asociación ofreciendo al Papa, también él amante de la montaña, este gratísimo don. Saludo a los presentes y a los que se han unido a nosotros a través de la televisión, particularmente a los habitantes de las montañas.

Expreso mi gratitud a la orquesta sinfónica húngara de Pécs, con el maestro concertador Stefano Pellegrino Amato; al coro de la región Friuli-Venecia Julia con su director; a los realizadores del proyecto televisivo; a los dirigentes y operadores de la Radiotelevisión italiana (RAI), que han llevado a cabo la conexión vía satélite desde la cima del monte Lussari y del Gran Sasso.

2. Con gran emoción he seguido la ejecución de las espléndidas composiciones musicales de Raff y Brahms, acompañadas por las imágenes de imponentes picachos y de amenas localidades de la península italiana. Así hemos podido realizar juntos un interesante itinerario artístico que, a través de la escucha de la música y la contemplación de magníficos panoramas, nos ha invitado a elevar un cántico de alabanza al Creador por las maravillas de la naturaleza, obra de sus manos.

La ardua majestuosidad de las cumbres estimula a poner de manifiesto los valores de tenacidad y humildad, indispensables para afrontar la vida de cada día y escalar con ardor la alta montaña de la santidad.

3. Esta tarde, de alguna manera, se han dado un abrazo simbólico la montaña y la ciudad, las bellezas naturales, el talento del hombre y el misterio de Dios. El silencio de las cumbres nevadas se ha encontrado con la vivacidad de las metrópolis frenéticas. "Que los montes traigan la paz —canta el salmista— y los collados, justicia" (Sal 71, 3). Del monte donde habita el Señor es de donde vienen la justicia y la paz, condiciones indispensables para transformar el mundo en patria acogedora para todo ser humano.

Que esta interesante manifestación contribuya a realizar ese proyecto de solidaridad y amor.
Con este deseo, de corazón os bendigo a todos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Muchas gracias.



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