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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES


 Jueves 13 de febrero de 2003

 

Venerados hermanos en el episcopado: 

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a este encuentro, que se realiza en el contexto del congreso espiritual de obispos amigos del Movimiento de los Focolares. Tiene como tema:  "Espiritualidad de comunión:  unidad eclesial y fraternidad universal". Os saludo a todos con afecto. Saludo, en particular, al cardenal Miloslav Vlk, arzobispo de Praga, al que agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme en nombre de los presentes, trazando un cuadro sintético de vuestros trabajos. Dirijo un cordial saludo a Chiara Lubich, fundadora del Movimiento, la cual ha intervenido en vuestro congreso.

Durante estos días de reflexión y de intercambio de testimonios y de experiencias pastorales, os habéis propuesto profundizar en la "espiritualidad de comunión", respondiendo a la invitación, contenida en la carta apostólica Novo millennio ineunte, a "promover una espiritualidad de comunión" y a "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (cf. n. 43).

Las reflexiones y el diálogo entre vosotros han contribuido a ilustrar mejor la necesidad permanente de una auténtica espiritualidad de comunión, que anime de manera cada vez más eficaz la vida y la actividad del pueblo cristiano.

2. La "espiritualidad de comunión" se articula en diversos elementos, que tienen sus raíces en el Evangelio y se enriquecen con la contribución que ofrece a toda la comunidad cristiana el Movimiento de los Focolares, comprometido a testimoniar la "espiritualidad de la unidad". Entre otros, me complace recordar aquí la unidad como "testamento" legado por Jesús a sus discípulos (cf. Jn 17), el misterio de Cristo crucificado y abandonado como "camino" para alcanzarla, la celebración de la Eucaristía como vínculo de comunión, la acción del Espíritu Santo que anima la vida del Cuerpo místico de Cristo y une a sus miembros, y la presencia de la Virgen María, Madre de la unidad, que nos conduce a todos a Cristo.

No conviene olvidar tampoco el carácter dinámico de la "espiritualidad de comunión", que deriva del vínculo existente entre el amor de Dios y el amor al prójimo. Desde esta perspectiva, es indispensable aprender el arte de "santificarse juntos", en un camino personal y comunitario. Hace falta, además, una comunión cada vez más orgánica "entre la dimensión institucional y la dimensión carismática" de la Iglesia. En efec to, se trata de dos dimensiones igualmente esenciales que "contribuyen a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo" (Mensaje al Congreso mundial de los Movimientos eclesiales, 27 de mayo de 1998, n. 5:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de junio de 1998, p. 11).

3. El compromiso en favor de la "espiritualidad de comunión" da un renovado impulso al ecumenismo, puesto que lleva a descubrir formas y modos apropiados para favorecer mejor la concreción del anhelo de unidad de todos los cristianos, que Jesús nos dejó como don y como misión en la última Cena.

Una espiritualidad de comunión abre también grandes posibilidades para el diálogo interreligioso, que, sin embargo, como recordé en la citada carta apostólica Novo millennio ineunte, no puede fundarse en el indiferentismo religioso. Tampoco se debe temer "que pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor" (n. 56).

4. Venerados y queridos hermanos, el esfuerzo por construir una "espiritualidad de comunión" requiere superar cualquier dificultad que se presente, incomprensión e incluso fracaso. Es preciso proseguir sin cesar por el camino emprendido, confiando en el apoyo de la gracia divina, para dar vida a una auténtica "unidad eclesial" y a una sólida "fraternidad universal".

Invoco para esto la protección materna de la Virgen del Santo Rosario y, a la vez que os aseguro mi afecto, confirmado por un recuerdo constante en la oración, os imparto de corazón a cada uno de vosotros aquí presentes una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a las comunidades encomendadas a vuestro cuidado pastoral, y a todos vuestros seres queridos.

 



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