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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS
DEL PONTIFICIO COLEGIO PORTUGUÉS


Sábado 11 de enero de 2003

 

Señor cardenal patriarca;
queridos sacerdotes del Pontificio Colegio Portugués;
amados hermanos y hermanas:

Con gran alegría os doy la bienvenida a la casa de Pedro, recordando la visita que hice a la vuestra hace dieciocho años. Os saludo a cada uno, incluyendo en mi saludo a vuestras familias y vuestros países de origen, que llevo en mi corazón.

En la persona del señor cardenal, que me ha presentado amablemente la familia del Colegio y que, en calidad de presidente, representa a la Conferencia episcopal portuguesa, quiero congratularme por su compromiso, y por la solicitud y la confianza invertidas en los cien años de vida de esta institución. Aprovecho la ocasión para agradecer a los responsables los servicios prestados a la casa, así como la formación, la diligencia y la competencia que demuestran; y a los alumnos, la seriedad y el entusiasmo puestos en corresponder a las expectativas de sus respectivas diócesis.

Por mi parte, me uno de buen grado a vuestra alabanza a Dios por los cien años de esta institución, y renuevo la esperanza que depositaron en ella mis predecesores, comenzando por el Papa León XIII que, con el breve Rei catholicae apud lusitanos, del 20 de octubre de 1900, instituyó el Pontificio Colegio Portugués, dándole también una residencia y una dirección estable, con el fin de "proporcionar —se lee en el documento— a los que se dedican al sacerdocio una educación más esmerada, puesto que con este único beneficio se suministran a la Iglesia (portuguesa) casi todas las ayudas que precisa".

En una Iglesia local es muy útil que algunos miembros del clero profundicen su conocimiento del mensaje cristiano en el marco de los estudios universitarios. Conozco el gran empeño con que los obispos portugueses han procurado ofrecer medios de formación cualificada a sus sacerdotes, en particular con la institución y la ampliación incesante de la Universidad católica en el país, pero corresponde al espíritu de las mismas instituciones universitarias hacer que una parte de sus estudiantes frecuente centros académicos en el extranjero a fin de adquirir otra visión y una formación complementaria. De ahí la gran utilidad que ha tenido y seguirá teniendo el Colegio portugués para acoger dignamente a los sacerdotes, a los que se da la oportunidad de proseguir su formación teológico-pastoral, aprovechando todos los recursos que les ofrece la ciudad eterna.

A título de homenaje, ¡cómo no recordar que, a lo largo de los primeros cien años, han pasado por el Colegio 867 alumnos, la mayoría de ellos sacerdotes que han sido pastores iluminados y celosos —entre ellos se cuentan tres cardenales y 64 obispos—, a cuya formación esta institución ha dado una contribución de primera calidad! Roma ha ayudado a consolidar en ellos una mentalidad universal y católica de acuerdo con las líneas esenciales de la acción por realizar, cuando más tarde, impregnados de un auténtico espíritu apostólico, han puesto al servicio de la evangelización el saber acumulado, valiéndose muchas veces del conocimiento directo de las personas y las situaciones que su estancia en Roma les había proporcionado. Una lección que nos deja este centenario es la gran fecundidad espiritual que existe desde la fundación de esta institución portuguesa aquí, en el corazón mismo de la catolicidad, ofreciendo excepcionales oportunidades no sólo para el trabajo académico, sino también para la experiencia personal.

El Colegio, que recuerda en muchos aspectos el cenáculo de Jerusalén, ha entrado ya en su segundo siglo de existencia. Sobre cuantos forman su familia imploro la venida del Espíritu Santo con sus dones. Como ha dicho el señor cardenal, hoy se acoge en él a sacerdotes de diferentes países y lenguas, transformándose en un lugar privilegiado de encuentro sacerdotal y en un vínculo promotor de unidad entre distintas Iglesias locales. Al final del gran jubileo del año 2000, invité a todo el pueblo de Dios a "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión; este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millennio ineunte, 43).

Como recuerdo de nuestro encuentro, os expreso un deseo:  que todos den su contribución para profundizar y consolidar la unidad de la Iglesia, de la que Roma es signo y centro puesto a su servicio.

Como sabéis, una comunidad cristiana vive del esfuerzo de comunicación y cooperación de cada uno de sus miembros, obedeciendo al amor que proviene de la santísima Trinidad, cuyas Personas subsisten en la comunicación y el intercambio recíprocos e incesantes de ser y vida. Esta comunicación trinitaria es el modelo que debe reflejarse en el ser y el servicio sacerdotal, que "tiene una radical forma comunitaria y sólo puede ser ejercido como una obra colectiva" (Pastores dabo vobis, 17), en comunión jerárquica con el propio obispo y en relación con los demás presbíteros y con los fieles laicos.

Amados hermanos y hermanas, estos son algunos de los sentimientos que me inspira el centenario de vuestro y nuestro Colegio. Seguid progresando, sin cesar, en la formación cristiana y sacerdotal, apostólica y cultural, que la Iglesia espera de vosotros; amad apasionadamente el Evangelio y a los hombres a los  que  sois  enviados, según  el ejemplo y la medida del Corazón de Cristo (cf. Jr 3, 15), al que está dedicao solemnemente el Colegio por el acto de consagración que las sucesivas generaciones de superiores y alumnos han renovado, encontrando en él serenidad, inspiración y santidad.

Así, esta institución ha de seguir siendo, como en el pasado, vivero de apóstoles, punto de unión de la Roma católica con vuestros países, y testimonio vivo de la dedicación y la fidelidad de estos a la Sede de Pedro. Con estos deseos de un futuro para el Colegio portugués, imparto de corazón a los superiores y alumnos, a los bienhechores y colaboradores, presentes y ausentes, mi bendición apostólica.

 



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