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ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A UNA DELEGACIÓN DE LA DIÓCESIS FRANCESA DE SAIN-FLOUR

Sábado 10 de mayo de 2003

 

Queridos amigos: 

1. Saludo y doy una cordial bienvenida a monseñor René Séjourné, obispo de Saint-Flour, que fue un colaborador apreciado en la Secretaría de Estado, así como a la delegación de la diócesis, que ha venido para celebrar al Papa del año 1000, Silvestre II, con ocasión del milenario de su muerte.

2. Me alegra poder recordar algunos rasgos característicos de quien fue definido "el hombre más culto de su tiempo". De hecho, Gerbert d'Aurillac dominó singularmente su siglo con sus conocimientos y su erudición, con su rectitud moral y su sentido espiritual. Fue a la vez un intelectual y un hombre de acción, un diplomático y un hombre de Iglesia. Aunque las cuestiones actuales son diferentes de las que tuvo que afrontar, su actitud espiritual e intelectual sigue siendo una invitación a buscar la verdad humana, que jamás se opone a las verdades de la fe. Decía:  "Unamos siempre la ciencia y la fe".

3. Conviene destacar la dimensión europea de su ministerio, pues prestó atención a la vida de la Iglesia en las naciones que estaban naciendo entonces. Benedictino del monasterio de Saint-Géraud d'Aurillac, pertenecía a esta Orden, cuyas diferentes casas contribuyeron a forjar Europa. Fue primero arzobispo de Reims y después de Rávena. En el año 999 se convirtió en el primer Papa de origen francés, y participó activamente en ese movimiento. Por ejemplo, en el año 1000 creó en Gniezno la primera Iglesia metropolitana de Polonia, entre cuyas sufragáneas figuraba la nueva diócesis de Cracovia, de la que fui pastor. Gerbert contribuyó también al renacimiento intelectual y a la vitalidad del continente. Su ejemplo nos ayuda a comprender que Europa no puede construirse si no asume, con lucidez, sus raíces cristianas. Estas últimas constituyen una dimensión esencial de su identidad, habiendo dejado su huella en la producción cultural, artística, jurídica y filosófica del continente.

4. Mientras se realizan loables esfuerzos para dar una forma jurídica a Europa, conviene recordar este impulso inicial, dado por un francés al comienzo del segundo milenio. Con la difusión del Evangelio y su participación en la vida de las naciones, los cristianos se esfuerzan también hoy por participar en la edificación de la sociedad. A través de vosotros, aliento de buen grado al pueblo de Francia a sacar de sus raíces cristianas los elementos que necesita para su existencia  y  para una vida solidaria y fraterna con sus hermanos del continente.

5. Al final de esta audiencia, os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora y, de todo corazón, os imparto una particular bendición apostólica a vosotros, así como a vuestras familias y a todos los diocesanos de Saint-Flour.

 



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