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XII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS ENFERMOS AL FINAL DE LA MISA EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 11 de febrero de 2004
Memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Una vez más, la basílica de San Pedro ha abierto de par en par sus puertas a los enfermos:  a vosotros, que estáis aquí presentes, e idealmente a todos los enfermos del mundo. Con gran afecto os saludo, queridos hermanos. Desde esta mañana, mi oración está dedicada de modo especial a vosotros, y ahora me alegra encontrarme con vosotros. Saludo, asimismo, a vuestros familiares y amigos, así como a los voluntarios que os acompañan. Saludo a los miembros de la UNITALSI, al igual que a los responsables y a los agentes de la Obra romana de peregrinaciones, que este año celebra el 70° aniversario de su fundación. Saludo y expreso mi gratitud, de modo particular, al cardenal Camillo Ruini, que ha presidido la santa misa, a los obispos y a los sacerdotes concelebrantes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles presentes.

2. Exactamente hace veinte años, en la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, publiqué la carta apostólica Salvifici doloris sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano. Entonces elegí esta fecha pensando en el mensaje particular que desde Lourdes dirigió la Virgen a los enfermos y a todos los que sufren.

También hoy nuestra mirada se vuelve hacia la venerada imagen de María que se encuentra en la gruta de Massabielle. A sus pies están escritas las palabras:  "Yo soy la Inmaculada Concepción". Esas palabras tienen en este año una resonancia especial aquí, en la basílica vaticana, donde, hace ciento cincuenta años, el beato Papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Y precisamente en la Inmaculada Concepción, verdad que nos introduce en el centro  del  misterio  de  la creación y de la redención, se ha inspirado mi Mensaje para esta Jornada mundial del enfermo.

3. Contemplando a María, nuestro corazón se abre a la esperanza, porque vemos las maravillas que Dios realiza cuando con humildad estamos dispuestos a cumplir su voluntad. La Inmaculada es signo estupendo de la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el pecado, de la salvación sobre cualquier enfermedad del cuerpo y del espíritu. Es signo de consuelo y de esperanza segura (cf. Lumen gentium, 68). Lo que admiramos ya cumplido en ella es prenda de lo que Dios quiere dar a cada criatura humana:  plenitud de vida, de alegría y de paz.

Quiera Dios que la contemplación de este inefable misterio os fortalezca a vosotros, queridos enfermos; ilumine vuestro trabajo, queridos médicos, enfermeros y profesionales de la salud; y sostenga vuestras valiosas actividades, queridos voluntarios, que estáis llamados a reconocer y a servir a Jesús en cualquier persona necesitada. Que sobre todos vele maternalmente la Virgen de Lourdes. ¡Gracias por las oraciones y los sacrificios que generosamente ofrecéis también por mí! Os aseguro mi constante recuerdo, y con afecto os bendigo a todos.

 



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