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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS POLACOS

Jueves 4 de noviembre de 2004

 

Doy mi más cordial bienvenida a todos:  a los peregrinos de la archidiócesis de Gdansk, de la diócesis de Tarnów, de mi ciudad natal Wadowice y de otras partes. Doy las gracias al arzobispo Tadeusz Goclowski por las felicitaciones y las expresiones de benevolencia que me ha dirigido en nombre de todos los que están reunidos aquí. Os agradezco de modo particular las oraciones que eleváis a Dios por las intenciones relacionadas con mi servicio a la Sede de San Pedro.

Nos reúne aquí el recuerdo de san Carlos Borromeo. Ayer se cumplieron 420 años de su muerte. Fue un celoso obispo, reformador de la Iglesia después del concilio de Trento, un gran bienhechor de los pobres. Su piedad se fundaba en el amor a la cruz de Cristo y al misterio de su muerte y resurrección. Este amor se expresaba en el cuidado de la celebración devota de la santa misa y en la adoración de Cristo presente en la Eucaristía.

Lo recuerdo al inicio del Año de la Eucaristía, para que el ejemplo de san Carlos nos impulse a todos a vivir este tiempo particular. Que él suscite en nosotros un amor ardiente al Salvador, que ha querido permanecer con nosotros bajo las especies del pan y del vino.

Os agradezco una vez más vuestra visita. Llevad mi saludo a vuestras diócesis, a las parroquias y a los hogares. Dios os bendiga. ¡Alabado sea Jesucristo!



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