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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LANUEVA EMBAJADORA DE BRASIL ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 11 de octubre de 2004

 

Excelencia:

1. Me alegra darle la bienvenida aquí, en el Vaticano, con ocasión de la presentación de las cartas que la acreditan como embajadora extraordinaria y plenipotenciaria de la República federativa de Brasil ante la Santa Sede.

Esta feliz circunstancia me brinda la oportunidad de verificar una vez más los sentimientos de cercanía espiritual que el pueblo brasileño alberga hacia el Sucesor de Pedro; al mismo tiempo, me permite reiterar la expresión de mi sincero afecto y mi gran estima por su noble nación.

Le agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. En especial, agradezco los cordiales pensamientos y el saludo que el presidente de la República, señor Luiz Inácio Lula da Silva ha querido enviarme. Ruego a su excelencia que tenga la bondad de transmitirle mi saludo, mis mejores deseos de felicidad y la certeza de mi oración por su país y su pueblo.

2. Ciertamente, los objetivos de la Iglesia, en su misión exclusivamente religiosa y espiritual, y del Estado, que busca el bien común de cada hombre, son distintos. Sin embargo, coinciden en un punto de convergencia: el hombre y el bien de la patria. Como afirmé en otra ocasión, "el entendimiento respetuoso, la mutua preocupación por la independencia y el principio de servir al hombre del mejor modo posible, en una concepción cristiana, constituirán factores de concordia, con los que saldrá beneficiado el mismo pueblo" (Discurso al presidente de Brasil, 14 de octubre de 1991, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 1991, p. 5). Brasil es un país que conserva, en su gran mayoría, la fe cristiana legada, desde los orígenes de su pueblo, por la evangelización llevada a cabo por sus descubridores hace más de cinco siglos.

De esta forma, me complace considerar la convergencia de principios, tanto de la Sede apostólica como de su Gobierno, en lo que atañe a las amenazas contra la paz mundial, cuando esta se ve afectada por la ausencia de una visión cristiana del respeto al prójimo en su dignidad humana. Por eso, pido a Dios que los brasileños sigan fomentando y divulgando los valores de la fe, sobre todo cuando se trata de reconocer de manera explícita la santidad de la vida familiar y la salvaguarda de los niños por nacer, desde el momento de su concepción.

3. La pobreza constituye un problema que influye en la existencia de una parte notable de sus ciudadanos. El esfuerzo por atender las necesidades de los menos favorecidos debe tenerse como una prioridad fundamental. Veo con satisfacción que su Gobierno considera esto como un objetivo, hacia el cual procura que confluyan los mejores esfuerzos y recursos. En este sentido, acogiendo el llamamiento del señor presidente de la República federativa de Brasil, el señor cardenal secretario de Estado participó en la Conferencia sobre la eliminación del hambre y de la pobreza, que tuvo lugar en el palacio de las Naciones Unidas, brindando el apoyo incondicional de la Santa Sede a esa iniciativa, por ser un signo de viva esperanza para todas las poblaciones afectadas por el azote del hambre.

Por otro lado, para un país que pasa por una fase de desarrollo sostenido, la reciente noticia de que el Gobierno brasileño tomó la iniciativa de cancelar la deuda externa de algunos países permitió vislumbrar una demostración concreta de solidaridad y de estímulo para poblaciones que viven al margen del desarrollo mundial. Esa iniciativa demuestra que todas las naciones implicadas en esta empresa deben ser conscientes de que sólo una acción valiente, y dispuesta al sacrificio por el bien común de todos, permitirá contribuir a la redención de los países más pobres.

4. Por tanto, compartiendo las esperanzas de todos los brasileños, deseo asegurarle la decidida voluntad de la Iglesia de colaborar, en el marco de su misión específica, con todas las iniciativas encaminadas a servir a la causa de "todo el hombre y de todos los hombres". Así, proseguirá en su empeño de promover la conciencia de que los valores de la paz, la libertad, la solidaridad y la defensa de los más necesitados deben inspirar la vida privada y pública. La fe y la adhesión a Jesucristo obligan a los fieles católicos, también en Brasil, a ser instrumentos de reconciliación y de fraternidad, en la verdad, en la justicia y en el amor.

Señora embajadora, antes de concluir este encuentro, le reitero mi ruego de que transmita al señor presidente de la República mis mejores deseos de felicidad y paz. Y quiero decirle a su excelencia que puede contar con la estima, la buena acogida y el apoyo de esta Sede apostólica en el cumplimiento de su misión, que le deseo feliz y fecunda en frutos y alegrías.

Mi pensamiento, en este momento, va a todos los brasileños y a los que los gobiernan. A todos deseo felicidad, en creciente progreso y armonía. Estoy seguro de que su excelencia se hará intérprete de estos sentimientos y esperanzas míos ante el más alto mandatario de la nación.

Por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro para su persona, para su mandato y para sus familiares, así como para todos los amados brasileños, abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.

 


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.46, p.6.

 



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