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JUAN PABLO II

Homilía durante la misa de beatificación del padre Tansi, en Onitsha,

Domingo, 22 de marzo 1998

«En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo» (2 Co 5, 19).

Queridos hermanos y hermanas:

1. Dios me ha concedido, por segunda vez, la alegría de venir a Onitsha para celebrar el santo sacrificio de la misa con vosotros. Hace dieciséis años me acogisteis en esta hermosa tierra y experimenté el calor y el fervor de un pueblo lleno de fe, hombres y mujeres reconciliados con Dios y deseosos de difundir la buena nueva de la salvación tanto entre las personas cercanas como entre las lejanas.

San Pablo habla de la nueva creación en Cristo (cf. 2 Co 5, 17) y prosigue: «Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. (...) En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Co 5, 19-20). El Apóstol alude aquí a la historia de todo hombre y de toda mujer: Dios, en su Hijo unigénito Jesucristo, nos ha reconciliado consigo.

Esta misma verdad se presenta de manera aún más nítida en el evangelio de hoy. San Lucas nos habla de un joven que abandona la casa de su padre, sufre las consecuencias negativas de esta acción y luego encuentra el camino de la reconciliación. El joven vuelve a su padre y le dice: «Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 18-19). El padre acoge de nuevo a su hijo con los brazos abiertos y se alegra porque ha vuelto. El padre de la parábola representa a nuestro Padre celestial, que desea reconciliar a todos consigo en Cristo. Esta es la reconciliación que la Iglesia proclama.

Los obispos de toda África, reunidos en una asamblea especial del Sínodo para afrontar los problemas de este continente, dijeron que la Iglesia en África, gracias al testimonio de sus hijos e hijas, se ha convertido en lugar de auténtica reconciliación (cf. Ecclesia in Africa, 79). Reconciliándose primero entre sí, los miembros de la Iglesia llevarán a la sociedad el perdón y la reconciliación de Cristo, nuestra paz (cf. Ef 2, 14). «En caso contrario —dijeron los obispos—, el mundo parecería cada vez más un campo de batalla, donde sólo cuentan los intereses egoístas y donde reina la ley de la fuerza» (Ecclesia in Africa, 79).

Hoy deseo proclamar la importancia de la reconciliación: reconciliación con Dios y reconciliación de las personas entre sí. Esa es la misión de la Iglesia en esta tierra de Nigeria, en este continente africano y entre todos los pueblos y las naciones del mundo. «Somos, pues, embajadores de Cristo. (...) En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Co 5, 20). Por este motivo, los católicos de Nigeria deben ser testigos verdaderos y auténticos de la fe en todos los aspectos de la vida, tanto en el ámbito público como en el privado.

2. Hoy uno de los hijos de Nigeria, el padre Cipriano Miguel Iwene Tansi, ha sido proclamado beato precisamente en la tierra en que predicó la buena nueva de la salvación y trató de reconciliar a sus compatriotas con Dios y entre sí. De hecho, la catedral en la que el padre Tansi fue ordenado y las parroquias en las que desempeñó su ministerio sacerdotal no se encuentran lejos de Oba, lugar en donde estamos reunidos. Algunas personas a las que él anunció el Evangelio y administró los sacramentos están hoy aquí con nosotros, incluyendo al cardenal Francis Arinze, que fue bautizado por el padre Tansi y recibió la educación primaria en una de sus escuelas.

Dentro de la gran alegría de este acontecimiento, saludo a todos los que participan en esta liturgia, y especialmente al arzobispo Albert Obiefuna, pastor de esta Iglesia local de Onitsha, y a todos los obispos de Nigeria y de los países vecinos. Con particular afecto saludo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas, y a todos los fieles laicos. Doy las gracias a los miembros de las demás comunidades eclesiales cristianas, de la comunidad musulmana y de las demás tradiciones religiosas, que se han unido a nosotros hoy, así como a las diferentes autoridades estatales y locales presentes en nuestra celebración. En especial, pido a Dios que recompense a los que han trabajado tanto, dedicando con generosidad su tiempo, su talento y sus recursos, para que pudiera tener lugar esta beatificación en tierra nigeriana. Os invito a todos a proclamar con el salmista: «Mi alma se gloría en el Señor; ensalcemos juntos su nombre» (Sal 34, 3).

3. La vida y el testimonio del padre Tansi son fuente de inspiración para todos en Nigeria, el país que tanto amó. Fue sobre todo un hombre de Dios: las largas horas que pasaba ante el Santísimo Sacramento llenaban su corazón de amor generoso y valiente. Los que lo conocieron atestiguan su gran amor a Dios. A los que se encontraron con él les impresionó su bondad personal. Fue también un hombre del pueblo: siempre puso a los demás antes que a sí mismo y prestó atención particular a las necesidades pastorales de las familias. Puso gran empeño en que los novios se prepararan bien para el sacramento del matrimonio y predicó la importancia de la castidad. Se esforzó, de todos los modos posibles, por promover la dignidad de la mujer. En especial, se esmeraba por la educación de los jóvenes. Incluso cuando su obispo, mons. Heerey, lo envió a la abadía cisterciense de Monte San Bernardo, en Inglaterra, para seguir su vocación monástica, con la esperanza de poder llevar a África la vida contemplativa, no olvidó nunca a su pueblo. Siempre elevaba oraciones y ofrecía sacrificios por su continua santificación.

El padre Tansi sabía que en todo ser humano hay algo del hijo pródigo. Sabía que todos los hombres y mujeres sufren la tentación de alejarse de Dios para llevar una vida independiente y egoísta. Sabía, asimismo, que quedarían decepcionados por la vaciedad de ese espejismo que los había fascinado y que, al final, encontrarían en el fondo de su corazón el camino de regreso a la casa del Padre (cf. Reconciliatio et paenitentia, 5). Alentaba a las personas a confesar sus pecados y a recibir el perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación. Les suplicaba que se perdonaran unos a otros, como Dios nos perdona, y que transmitieran el don de la reconciliación, haciéndolo realidad en todos los ámbitos de la vida nigeriana. El padre Tansi trataba de imitar al padre de la parábola: siempre estaba disponible para quienes buscaban la reconciliación. Difundía la alegría de la comunión con Dios, recuperada. Exhortaba a las personas a acoger la paz de Cristo y las animaba a alimentar su vida de gracia con la palabra de Dios y con la sagrada Comunión.

4. «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo» (2 Co 5, 19).

Cuando hablamos del mundo reconciliado con Dios, no sólo nos referimos a las personas, sino también a todas las comunidades: familias, clanes, tribus, naciones y Estados. En su providencia, Dios ha sellado con la humanidad alianza tras alianza: la alianza con nuestros primeros padres en el jardín del Edén; la alianza con Noé después del diluvio; la alianza con Abraham. La lectura de hoy tomada del libro de Josué nos recuerda la alianza establecida con Israel, cuando Moisés liberó a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Y ahora Dios ha sellado la alianza final y definitiva con toda la humanidad en Jesucristo, que reconcilió a los hombres y mujeres, así como a todas las naciones, con Dios por su pasión, muerte y resurrección.

Cristo, por tanto, es parte de la historia de las naciones. Es parte de la historia de vuestra nación en este continente africano. Hace más de cien años, los misioneros llegaron a vuestra patria proclamando el evangelio de la reconciliación, la buena nueva de la salvación. Vuestros antepasados comenzaron a conocer el misterio de la redención del mundo y llegaron a compartir la nueva alianza en Cristo. De este modo, la fe cristiana arraigó firmemente en esta tierra y sigue creciendo y produciendo muchos frutos.

El beato Cipriano Miguel Tansi es un primer ejemplo de los frutos de santidad que han crecido y madurado en la Iglesia que está en Nigeria desde que el Evangelio se comenzó a predicar en esta tierra. Recibió el don de la fe gracias a los esfuerzos de los misioneros y, asimilando el estilo de vida cristiana, lo hizo realmente africano y nigeriano. Así, también los nigerianos de hoy, jóvenes y mayores, están llamados a hacer madurar los frutos espirituales que han sido plantados entre ellos y que ahora están listos para la cosecha. A este respecto, deseo agradecer y animar a la Iglesia que está en Nigeria por su labor misionera en la misma Nigeria, en África y en otros lugares. El testimonio que el padre Tansi dio del Evangelio y de la caridad cristiana es un don espiritual que esta Iglesia local ahora brinda a la Iglesia universal.

5. Dios ha bendecido, en verdad, esta tierra con grandes recursos humanos y naturales, y todos tienen el deber de garantizar que esos recursos sean empleados para el bien de todo el pueblo. Todos los nigerianos deben esforzarse para eliminar de la sociedad todo lo que ofende la dignidad de la persona humana o lo que viola los derechos humanos. Eso significa reconciliar las divergencias, superar las rivalidades étnicas e infundir honradez, eficiencia y competencia en el arte de gobernar. Dado que vuestra nación quiere realizar una transición pacífica hacia un gobierno civil y democrático, hacen falta políticos, tanto hombres como mujeres, que amen profundamente a su pueblo y deseen servir más que ser servidos (cf. Ecclesia in Africa, 111). No puede haber lugar para la intimidación y para la opresión de los pobres y los débiles, para la exclusión arbitraria de personas y grupos de la vida política, para el abuso de la autoridad o del poder. De hecho, la clave para resolver los conflictos económicos, políticos, culturales e ideológicos, es la justicia; y la justicia sólo es completa si incluye el amor al prójimo, si conlleva una actitud de servicio humilde y generoso.

Solamente cuando consideramos a los demás como hermanos y hermanas, podemos poner en marcha el proceso de curación de las divisiones dentro de la sociedad y entre los grupos étnicos. La reconciliación es la senda que conduce a la verdadera paz y al auténtico progreso de Nigeria y de África. Esta reconciliación no es debilidad ni cobardía. Al contrario, exige valentía y a veces incluso heroísmo: es victoria sobre sí mismos más que sobre los demás. Nunca debería considerarse un deshonor, pues, en realidad, se trata del paciente y sabio arte de la paz.

6. El pasaje del libro de Josué que hemos escuchado en la primera lectura de la liturgia de hoy habla de la Pascua que los hijos de Israel celebraron después de llegar a la Tierra prometida. La celebraron con alegría porque veían con sus propios ojos que el Señor había cumplido las promesas que les había hecho. Después de errar durante cuarenta años por el desierto, habían llegado a la tierra que Dios les daba. La Pascua del Antiguo Testamento, el memorial del éxodo de Egipto, es la figura de la Pascua del Nuevo Testamento, el memorial del paso de Cristo de la muerte a la vida, que recordamos y celebramos en cada misa.

Frente al altar del sacrificio, a punto de recibir como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo, debemos convencernos de que cada uno de nosotros, según su particular estado de vida, está llamado a hacer lo mismo que hizo el padre Tansi. Habiendo sido reconciliados con Dios, debemos ser instrumentos de reconciliación, tratando a todos los hombres y mujeres como hermanos y hermanas, llamados a ser miembros de la única familia de Dios.

La reconciliación implica necesariamente la solidaridad. El efecto de la solidaridad es la paz, cuyos frutos son la alegría y la unidad en las familias, la cooperación y el desarrollo en la sociedad, la verdad y la justicia en la vida de la nación. ¡Ojalá que éste sea el futuro luminoso de Nigeria!

«El Dios de la paz esté con todos vosotros. Amén» (Rm 15, 33).

  



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