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SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

JUAN XXIII

ÁNGELUS*
 
Martes 25 de diciembre de 1962

 

Queridísimos hijos en Cristo:

Tened muy fijas  las palabras del Angelus Domini. ¡Qué invocación! Es el preludio litúrgico de la vigilia y de la noche de Navidad, preludio de este hermoso día y de los que seguirán. Recoge y encierra la primera enseñanza del Hijo de Dios hecho hombre: humildad y obediencia. Es, por tanto, una ferviente y nueva invitación a su imitación.

El reciente radiomensaje y las alocuciones al Sagrado Colegio y al Cuerpo Diplomático han querido expresar, una vez más, el sentido del deber, que a todos urge, de no quedarse en la alegre contemplación del gozo de la Navidad, de ir más allá, con ánimo generoso, hasta llegar a sus aplicaciones prácticas, personales y sociales.

La bendición de este día luminoso, dies sanctificatus illuxit nobis, anima a la entrega pronta y generosa de los corazones; anima a responder a la instancia, aunque sea débil, de la conciencia de cada uno.

Sí, sí. De nada sirven ni el estudio filosófico, ni la puesta al día de los sistemas, si el corazón no está abierto a la luz y a la gracia celestial.

La verdad de las Bienaventuranzas proclamada sobre el monte vuelve con eco particularmente vibrante en Navidad, y se impone a la atención de todos.

El que ha nacido en Belén es humilde y manso de corazón; pobre e inocente; es el promotor de la paz y por ella se dispone ya al sacrificio supremo.

Este es el camino trazado por Cristo; y esta es la ruta de todo hombre que acoge el mensaje divino con pronta adhesión, con derroche de esfuerzos y generosidad personal.

En Belén, queridos hijos, está el comienzo del nuevo rumbo de la historia, en pro de la mayor extensión de la civilización de cada pueblo; pero este rumbo está confiado a la responsabilidad de cada uno de nosotros.

De hecho, por ley natural de solidaridad y por la doctrina del Cuerpo Místico, la libertad y la justicia dependen de todos nosotros, en conjunto y como individuos.

En Belén encontramos el ánimo para las aplicaciones de la vida social: desaparición del egoísmo, inteligente conocimiento de las necesidades ajenas, la ley del perdón, la ley del perdón ampliamente aplicada, y el triunfo de la perfecta fraternidad,

“Pueblos venid, y adorad al Señor, porque hoy una gran luz ha iluminado a la tierra. Aleluya”.

Una vez más: ¡Buenas y santas Navidades!

 


*  AAS 55 (1963) 48; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. V, pp. 66-67.

 

 



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