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AUDIENCIA GENERAL

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN XXIII
EN LA BENDICIÓN DEL NUEVO ÓRGANO DE LA BASÍLICA VATICANA
*

Miércoles 26 de septiembre de 1962

 

Venerables hermanos y queridos hijos: En el fervor de esta vigilia conciliar decía bien el rito litúrgico, solemne y majestuoso que acabamos de realizar: la bendición del nuevo órgano de la Basílica Vaticana. Con esto queda indicado cuánto nos interesa todo lo que se refiere al esplendor y al decoro del máximo templo de la cristiandad; y cuánta complacencia engendra en nuestro ánimo esta última expresión de belleza y de arte que lo enriquece.

La bendición de un órgano es acontecimiento sagrado y memorable, que suscita suave y místico gozo en el pueblo cristiano. Tratándose hoy de la Basílica de San Pedro adquiere un significado nuevo y profundo.

Pues aquí, dentro de los augustos muros del templo venerando, en donde convergen la piedad y la admiración de los fieles esparcidos por el mundo, donde visiblemente se advierte el pulso de la Iglesia y donde se encuentran incomparables expresiones del genio, aquí, decimos, es natural que la música —la más espiritual de las bellas artes— aporte su contribución para elevar a los hombres hasta el trono del Altísimo y les sugiera sentimientos de adoración, de gozo, de gratitud.

“Laudate Dominum in sanctis eius”. Alabad al Señor en su santuario. A estos umbrales del pueblo cristiano es conducido por los acordes del órgano. Pues Él es el rey de los instrumentos sagrados musicales y como tal pertenece de una manera especial al templo, estando únicamente destinado a las alabanzas del Señor. Durante los sagrados ritos es el intérprete de los sentimientos de la comunidad, de las más nobles y santas emociones. A través de sus armonías penetran más fácilmente en la intimidad del alma las místicas secuencias de la acción sagrada: admiración y anhelo por la virtud, propósitos de purificación y de penitencia, deseo de una más ínfima comunicación con Dios, empeño en la lucha contra el mal, gusto anticipado de la bienaventuranza celestial. El alma se empapa con las místicas influencias de la Gracia. ¡Qué bellamente evocaba estos efectos San Agustín en su libro de las Confesiones!: “¡Cuántas lágrimas derramé al sentir embargar mi corazón por las suaves melodías de los himnos y de los cánticos que resonaban en tu Iglesia! Estas salmodias entraban por mis oídos y la verdad invadía mi corazón, encendía la llama del afecto y lloraba de consuelo” (Libro IX, c. 6).

Aquí está la principal y más relevante significación del rito de hoy, que adquiere más alto valor en el especial momento en que se desarrolla: en la emocionante vigilia del Concilio Ecuménico.

Queremos ver en esta coincidencia una delicadeza de la Divina Providencia.

Con la voz más potente de su órgano nos parece, pues, que la Basílica Vaticana ofrece un símbolo y un preludio de la renovación de vida cristiana que se espera de la Asamblea ecuménica que se celebrará en este templo. La voz dulce y penetrante del órgano puede muy bien simbolizar el soplo vivificador del espíritu del Señor que llena el mundo: “Spiritus Domini replevit orben terrarum, et hoc quod continet, omnia scientiam habet vocis" (Sap 1, 7), Su voz contribuirá, sin duda, a hacer sentir a los padres del Concilio la solemnidad del acontecimiento histórico; hará sentir a los fieles como un estallido de vida nueva que se difunde por toda la Iglesia, y levantará del corazón de todos los fieles oraciones más fervientes a Dios para que su Divino Espíritu —lo repetimos siempre gustosos— renueve “en nuestro tiempo los prodigios de un nuevo Pentecostés” (Oración por el Concilio Ecuménico).

San Agustín nos sugiere otro pensamiento, que expresa la admirable función del órgano en el templo de Dios y de una manera especial en San Pedro.

El Santo Doctor observa que el acorde justo y regulado de los sonidos musicales diferentes es la imagen de la ciudad bien gobernada, donde reinan el orden y la paz, por la armónica unión de los elementos diversos (De Civitate Dei, Libro XVII). ¿Cómo no ver en esta unidad en la variedad, que el órgano simboliza, la imagen misma de la Iglesia con sus atributos fundamentales, sinfonía viviente, imagen de la celestial Jerusalén y eco de las divinas armonías? Pero bajo las bóvedas de este templo donde los fieles, a pesar de la diversidad de estirpes, lenguas, naciones, se sienten unidos como nunca, como miembros de una misma familia, la voz del nuevo órgano, fundiendo en un solo coro las voces de todos, no sólo será símbolo sino expresión viva de la unidad de la Iglesia. En este templo mejor que en otras partes y —podríamos decir— más completamente encuentra terreno apto para su función de guiar y amalgamar en una sola alma a todos los fieles que en la plenitud de los corazones elevados a Dios lo invocan “una voce dicentes: sanctus” (diciendo a una: santo). Contemplaremos sobre todo este espectáculo los próximos días cuando los pastores del pueblo cristiano aquí reunidos para el Concilio Ecuménico, se presenten armoniosamente fundidos para expresar la unidad de la fe en toda su belleza. El órgano, uniendo con sus armonios las voces de todos, invitará entonces al pueblo cristiano a formar, con sus obispos y con los sacerdotes, un solo coro armonioso. Las cuerdas de la cítara serán diferentes, pero una sola sinfonía. De esta forma la Iglesia, aún peregrina sobre la tierra, aparecerá unida a la teoría interminable de los bienaventurados del cielo que rodean al Cordero Inmaculado.

Admirable espectáculo, anticipo y preparación de la liturgia celestial, en la que nuestra alma quedará plenamente saciada.

Con el deseo de que estos nuestros votos sean colmados de la gracia celestial, y encuentren respuesta fiel en los corazones, paternalmente derramamos sobre vosotros, venerables hermanos y queridos hijos, y sobre todos los que han contribuido a esta realización, el consuelo de la bendición apostólica.

 


*  Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 548-551.

 

 



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