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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A UNA PEREGRINACIÓN PORTUGUESA
DURANTE LA AUDIENCIA GENERAL*


Miércoles 24 de octubre de 1962

 

Queridos hijos de Portugal:

Vuestra peregrinación Nos alegra y conforta y —como podáis comprobar— es acogida con gran gozo. Vuestra presencia Nos lleva con el pensamiento al 13 de mayo de 1956. La amable invitación del obispo de Leiria Nos condujo entonces a Fátima pura una de aquellas manifestaciones populares que son encanto de los ojos y edificación del espíritu. Recordamos con espíritu conmovido la inmensa multitud de fieles reunidos en la Cova da Iria con ocasión del XXV aniversario de la consagración de Portugal al Corazón Inmaculado de María. Fue aquella nuestra primera visita a vuestra tierra hospitalaria, nuestro primer contacto con aquellos buenos pueblos y personas en los que germinan con profundas raíces la genuina fidelidad a la vida cristiana y a la Iglesia.

Durante la misa cantada dirigimos la palabra a los congregados, comenzando con un reconocimiento cordial que Nos complace recordar hoy: "Conocía Portugal —dijimos hace ahora seis años— como tierra gloriosa de navegantes, de conquistadores, de misioneros, de santos excepcionales. No pensaba en otra cosa. Ahora se me revela como tierra misteriosa abierta a un nuevo apostolado que me deja estupefacto por el gran arraigo que en él se contiene de los principios eternos del Evangelio anunciado por Cristo verbo et exemplo (con la palabra y el ejemplo) a todo el mundo, pero confiados con clara y muy especial atención a los pequeños, a los inocentes, a los pobres" (Angel G. Card. Roncalli, escritos y discursos, II, págs. 422-423).

Si, queridos hijos; los pequeños, los inocentes, los pobres; y añadamos con justo título los enfermos y los que sufren, son el objeto de las divinas predilecciones y complacencias.

El presente encuentro tiene también algo de singular; es, en efecto, la primera vez que recibimos en el Vaticano a una representación tan nutrida de fieles de Portugal. Dejadnos, pues, pensar que vuestra visita viene a devolver la que Nos hicimos a vuestra nación; es la flor de piedad y de afecto que queremos recoger de vuestras manos.

Llevaréis con vosotros el recuerdo de la permanencia romana en los días en que se celebra el Concilio. Los obispos de todo el mundo, sucesores de los Apóstoles, han venido junio al sepulcro glorioso de Pedro donde refulge su Cátedra de verdad infalible y gobierna su humilde sucesor, para tratar conjuntamente con él las graves cuestiones que afectan a la responsabilidad del ministerio pastoral. Roma no había tenido todavía la dicha de estrechar entre sus vetustos muros una acogida tan cualificada y numerosa de los pastores de las diócesis de todo el mundo. El encontraros aquí, aunque sea por poco tiempo, no puede menos de dejar un recuerdo imborrable en vuestro corazón.

Vivid, pues, a la luz de estas jornadas de fe y de caridad. La Iglesia santa de Dios, que quiere ser luz de las gentes, tiene su palabra que decir a los hombres de la época presente. Con humilde firmeza, ella por la voz de sus pastores unidos con Pedro, recuerda a los Pueblos la preeminencia de las cosas del espíritu; invoca la institución de un orden civil y doméstico más equitativo y más noble en el que todos los hijos de Dios, redimidos por la sangre de Cristo, puedan vivir en el amor reciproco, en el respeto de los mutuos derechos y deberes. La Iglesia llama sobre todo a sus hijos a un reflorecimiento ejemplar de virtudes, a la práctica constante de las obras de misericordia y al ejercicio voluntarioso del buen ejemplo y del apostolado. Es esta la nueva Pentecostés que invocamos ardientemente del Espíritu Santo como fruto del Concilio Ecuménico Vaticano II. Y es consolador pensar en las multitudes de fieles que en todo el mundo acogerán como inspiración celeste la invitación a aquella reforma interior que es condición insustituible de verdadero y provechoso progreso cristiano.

He aquí, queridos hijos, los votos paternos que os ofrecemos avalorándolos con el humilde don de nuestra intensa plegaria. Retornad a vuestras casas, entre los vuestros, diciéndoles que el Papa está muy cerca de todos; decidles que sus ojos escrutan los horizontes lejanos con ansia de padre. El Papa está especialmente junto a los pequeños, a los enfermos, a los que se ven probados por sufrimientos y privaciones, y para todos ellos alberga tiernísima benevolencia de la que quiere ser prenda la bendición apostólica que de corazónn derramamos sobre vosotros, vuestros seres queridos lejanos y sobre toda la amada nación de Portugal.


*  Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 611-613.



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