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CARTA DEL PAPA JUAN  XXIII
AL ARZOBISPO DE TOURS CON OCASIÓN DEL PRIMER CENTENARIO
DEL HALLAZGO DEL SEPULCRO DE SAN MARTÍN
*

 

A nuestro venerable hermano
Luis Ferrand, Arzobispo de Tours

Hemos sabido con viva satisfacción por vuestra reciente carta que Turena y Poitou, donde vivió y murió San Martín, el gran Apóstol de las Galias, por inspiración de un Comité Nacional presidido por M. Le Bras, Decano de la Facultad de Derecho de París, habían decidido celebrar un "año martiniano".

En efecto, alrededor del año 361, con la fundación de la Abadía de Ligugé, a las puertas de Poitiers, San Martín introdujo por primera vez el monaquismo en la Galia. Quince años más tarde, después de la crisis momentánea de su culto, provocada por la tormenta revolucionaria, en diciembre de 1860 —hace justamente un siglo— fue descubierto providencialmente y restablecido al punto con todos los honores el sepulcro del gran Obispo, sobre el cual se erigiría sin demora la actual Basílica. Esos dos grandes acontecimientos de tan gran trascendencia religiosa merecían una conmemoración y convenía que lo fuese con especial solemnidad en la diócesis de Tours.

Nos alegramos tanto más de esta iniciativa cuanto que Nos personalmente y desde hace mucho tiempo profesamos una gran devoción a San Martín. Desde nuestros tiempos de estudiante —ya joven sacerdote y luego profesor de patrística en la Lateranense— supimos conocer a ese gran Santo, cuyo culto está tan extendido en nuestra provincia natal, así como en toda Italia del Norte.

Por eso, desde los primeros meses de nuestra llegada a Francia como Nuncio Apostólico —y a pesar del estado deficiente de las comunicaciones a consecuencia de la guerra—, quisimos ir a orar a su sepulcro y venerar en Candes los lugares santificados por su muerte. En recuerdo de esta doble visita mandamos colocar en la cripta del célebre santuario turonense la inscripción que conocéis: Angellus Joseph Roncalli, Bergomas, in Galliis Nuntius Apostolicus, Sancti Martini Turonensis humilis cliens. Beate Martine, serva Gallorum clerum et plebem. Ubique protege tuos. (Angel José Roncalli, de Bérgamo, Nuncio Apostólico en Francia, devoto humilde de San Martín de Tours. ¡Bienaventurado San Martín, guarda al clero y pueblo francés y protege a los tuyos por doquier.)

Muchas veces después tuvimos la dicha de peregrinar a San Martín, especialmente en noviembre de 1947, con ocasión del jubileo episcopal de vuestro llorado Predecesor Monseñor Gaillard. Recordamos todavía la atención impresionante con que la muchedumbre, concentrada en la basílica, escuchó al humilde Nuncio Apostólico evocar ante ella a "San Martín y el futuro de Francia en la fidelidad a su tradición católica".

Esto demuestra el interés especialísimo que atribuimos a todo lo que puede acrecentar la irradiación de un Santo, cuyo humilde "devoto" queremos siempre mostrarnos. Las manifestaciones religiosas y culturales que jalonarán este "año martiniano" nos parecen muy propias para reavivar en el corazón de vuestro pueblo la devoción a su celestial Protector y el deseo de aprovechar las lecciones siempre actuales que les da.

Desde la inauguración habéis exhortado con otros oradores calificados a vuestros oyentes a celebrar en honor de San Martín un año de "renovación en la caridad". Efectivamente, no se puede conmemorar mejor a aquel cuya vida entera —desde su gesto por siempre famoso del catecúmeno que divide su manto con un pobre hasta las palabras del anciano moribundo: Non recuso laborem!— sólo fue un prolongado afán de generosidad y de entrega de sí mismo.

Durante las audiencias que concedemos a los muchos peregrinos solemos recordar, llegado el caso, la importancia para la vida cristiana de las obras de misericordia corporal y espiritual. Nos complacemos en pensar que nuestros queridos hijos de Francia las practicarán con un fervor creciente durante este año, a ejemplo del gran San Martín. Sabrán, además, cómo los invitáis, tan acertadamente, revestir su caridad de esos caracteres de organización y adaptación a las necesidades de los tiempos que distinguen tantas hermosas iniciativas nacidas en tierra francesa. Pero si San Martín fue el Obispo y celoso pastor que conviene imitar practicando la caridad, fue también y primero un monje. Podemos decir incluso que sólo fue un prodigioso hombre de acción porque ante todo fue un hombre de oración. Y en este aspecto también es grande la lección que da a los cristianos de hoy.

Sediento de soledad y de unión con Dios, este gigante del apostolado vivió en continua oración: numquam animum ab oratione laxabat, según la expresión —que repite la liturgia— de su contemporáneo y primer biógrafo Sulpicio Severo, el cual añade que, ya elevado al episcopado, el servidor de Dios "siguió siendo lo que fue anteriormente y llevó la dignidad episcopal, sin que por eso dejase el género de vida y la virtud monacal: ita implebat episcopi dignitatem, ut non tamen propositum monachi virtutemque desereret". (Migne, PL XX, 166.)

¿Acaso su principal medio de evangelizar no fue la fundación por todas partes de iglesias y monasterios? Ubi fana destruxerat, statim ibi aut ecclesias aut monasteria construebat. (Ibíd., 168.) Así es como, gracias a él, se introdujo el monaquismo en Francia.

Poner en evidencia este aspecto de la actividad del gran convertidor será recordar a los hijos de esa tierra privilegiada los inmensos beneficios que los monjes hicieron a su patria; será atraer su atención, fácilmente distraída hoy por el ritmo trepidante de la vida moderna, sobre la grandeza y belleza de la vida monástica; será invitarles a que tengan en muy alta estima esta forma de vida y, en general, la gracia de la vocación religiosa.

Por otra parte, Nos mismos hemos querido con las recientes visitas a la Abadía de Grottaferrata, al monasterio benedictino de Subiaco y a la Casa Generalicia de los Trapenses, a las puertas de Roma, dar un testimonio en cierto modo público del valor que la Iglesia da a la institución monástica. El ejemplo de San Martín, confirmado por la experiencia de siglos, demuestra que en la sociedad cristiana los claustros son valiosos factores de elevación espiritual y de la eficaz contribución que aportan al apostolado de la Iglesia.

¡Ojalá que el gran Obispo, modelo de monje y de pastor, suscite en esa tierra de Francia, tan querida para Nos, y que tan rica en generosidad se mostró siempre, un nuevo ímpetu de fervor al servicio de Dios durante todo este año! Queremos pensar también que los que hoy se benefician felizmente de la obra de evangelización, que en otro tiempo realizó San Martín, tendrán un recuerdo en sus oraciones por la patria de donde era oriundo el Santo la Panonia de entonces—hoy Hungría—, y con sentimientos fraternales recomendarán a su poderosa intercesión a los hijos atribulados de esa noble nación.

Estos son los sentimientos y votos que hemos queridos manifestaron personalmente, venerable hermano. Confiándoos el encargo de que recordéis todas nuestras intenciones ante el precioso sepulcro cuyo guardián sois, os enviamos con afecto especial, así como a todos los que tomen parte activa en la celebración de este "año martiniano", una paternalísima Bendición Apostólica.

Del Vaticano, 10 de diciembre de 1960.

 

IOANNES PP. XXIII


* AAS 53 (1961) 27-29. Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 834-838.



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