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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL SUPERIOR GENERAL DE LOS MARIANISTAS

 

A Nuestro querido Hijo Pablo José Hoffer,
Superior General de la Compañía de María

 

Querido Hijo:
Salud y Bendición Apostólica.

Nos, habiendo sabido que la Congregación Religiosa, de la que eres Superior, celebrará en breve su Capítulo General, con gozo y de buen grado aprovechamos la ocasión para declarar abiertamente Nuestra benevolencia y Nuestra gran estima hacia la Compañía de María, mientras presagiamos a la reunión que va a celebrarse brillantes éxitos y fecundos frutos, pues tenemos depositada gran esperanza en el Instituto Religioso fundado por Guillermo José Chaminade. En el curso de nuestra carrera, como Representante de la Santa Sede, Nos hemos tenido varias veces la ocasión de encontrar a tus religiosos y de convivir con ellos, y habiendo podido constatar su firmeza en la fe, su eximía piedad y su abnegación en las obras de apostolado, hemos quedado prendado de ellos por un sentimiento de dulce amor. Esta gran estima, profundamente gravada en Nuestro corazón, es la que inspira las exhortaciones y los votos que os auguramos ardientemente y nos complacemos en expresaros por las presentes.

Después de la Revolución, al fin del siglo XVIII, cuando la religión católica en Francia yacía en una situación y estado deplorables, vuestro Padre y Legislador, que fue como llama fulgurante y como incienso que se consume en el fuego (Eccli. L; 9), juntamente con otros hombres de gran mérito, se dio sin medida para poner remedio a tanto mal. Con los previsores consejos de su inteligencia, que se adaptaba a las necesidades de su tiempo, y con mirada penetrante preveía lo futuro, realizando eficaces innovaciones en el terreno social y escolar, sin abandonar los sólidos principios de la prudencia, contribuyó no poco, sobre todo en el sur de Francia, a reavivar la práctica del catolicismo y a devolver la esperanza a los que la habían perdido entre tanta ventolera y tempestad.

Con justo título se le considera heraldo y precursor. En efecto, viendo la escasez de sacerdotes en su región supo apreciar en su justo valor y coadyuvar de mil formas el trabajo de los seglares, de cualquier, edad y condición, colaborando con la Jerarquía Eclesiástica.

Los abundantes y preciosos frutos que maduran desde entonces por doquier para provecho y decoro de la Iglesia, proclaman cuán sólida y eficaz, y cuán conveniente sea frente a los deseos y necesidades de nuestro tiempo, la forma de piedad que él dio a conocer a sus discípulos con su ejemplo e inculcó con sus preceptos. Lo más característico de ésta es que, en el logro de la santidad, se cumple decidida y fielmente la voluntad de Dios, manifestada por su Providencia a través de signos y acontecimientos, bajo los auspicios y la dirección de la Virgen María, Madre de Dios, vía segurísima y auxilio poderoso para ir a Cristo su Hijo y para vivir en Él y con Él. Tal motivo de confianza en la nobilísima y gloriosa Virgen no puede equivocarse: la medianera de las victorias aplastó la cabeza de la serpiente enemiga y la aplasta en todo tiempo.

Haced que estos principios, pertinentes a la contemplación de las cosas divinas y a la práctica de la virtud, iluminen siempre vuestros planes de vida y dirijan vuestros actos, convencidos de que vuestro mayor título de gloria es el de ser llamados servidores de Cristo e hijos de María, y tender a ese fin y trabajo apostólicos, consumiendo vuestros talentos y fuerzas para restaurar todas las cosas en Cristo, María Dulce, tras la Virgen Capitana. Arduo es el camino de la virtud, pero la cumbre a la que conduce fulgura inundada de luz y recompensas.

El continuo crecimiento de vuestro Instituto Religioso muestra a las claras que ese frondoso árbol del jardín de la Iglesia, que sois vosotros, es regado por Dios con savia vivificadora y fecundo vigor: pues en ambas Américas, en Japón, en África, sobre todo mediante las escuelas por vosotros fundadas, os esforzáis en servir la causa del Evangelio de Cristo con esmerado celo, que deseamos sea cada vez más ardiente y más abundante en frutos.

Invocando los auxilios del cielo para una feliz realización de los votos que con corazón paternal deseamos ardientemente e implorando las luces del Espíritu Santo, te damos, a ti, querido Hijo, y al próximo Capítulo General de la Compañía de María, la Bendición Apostólica. Extendemos gustosos esta Bendición Apostólica a todos tus religiosos, a las Hijas de María Inmaculada, a vuestros Afiliados, a los alumnos de vuestros colegios y a sus padres, y aquellos, en fin, que ayudan y favorecen vuestros trabajos.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 25 de febrero de 1961, en el tercer año de nuestro Pontificado.

JUAN XXIII



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