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JUAN XXIII

MENSAJE URBI ET ORBI

Domingo de Resurrección, 22 de abril de 1962*

 

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

La gran bendición que anunciamos en la Vigilia Pascual ayer por la tarde, nos disponemos a extenderla ahora a lodos vosotros, cuantos os encontráis bajo las bóvedas de la Basílica Vaticana y cuantos estáis esparcirlos por el mundo.

Damos gracias ante todo al Señor porque, a veinte siglos de la primera alborada de la Resurrección, nos hace testigos de la realización sorprendente y simultánea de la promesa bíblica: "En toda la tierra se ha extendido su clamor, y hasta el fin del orbe han llegado sus palabras" (Sal 18, 5).

Es el anuncio del más grande prodigio de la Historia vertido a todas las lenguas y palpitante dentro de todos los corazones: "Cristo ha resucitado verdaderamente, aleluya".

Gratitud universal al Omnipotente

Es un nuevo motivo de acción de gracias a Dios, por parte de cada uno de nosotros, el podernos poner en contacto rápidamente, a través de las ondas, ahora con toda facilidad, con todos cuantos son nuestros hermanos en la intimidad de la fe y en la caridad de Cristo nuestro Señor, llamados todos por su gracia, y en virtud de su Pasión y Muerte, a gozar de la participación de sus merecimientos y de los bienes del espíritu, que son de gran estima sobre la tierra y que dan seguridad en el recto camino hacia la eternidad.

Acabamos de renovar místicamente el gran sacrificio del Calvario y de celebrar la gran victoria de la Resurrección del Crucificado.

El solemne rito se ha realizado junto a la tumba de aquel Simón hijo de Juan, que fue uno de los primeros en ver a Cristo vencedor de los sufrimientos y de la muerte; de ese Cristo que por su sacrificio hoy es universalmente saludado como Redentor y Salvador de la humanidad de todos los siglos.

El jueves pasado —Jueves Santo— fue un motivo de verdadero gozo para nuestro espíritu —deseamos decirlo con el corazón aún conmovido— la ceremonia conmemorativa, realizada en Letrán, de la institución divina del sacerdocio en su doble orden presbiteral y episcopal.

Allí, en la Sacrosanta Basílica, que eleva hacia el cielo el nombre de los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista, transmitimos la gracia del episcopado a Nuestros doce cardenales diáconos, como alta y significativa indicación de su servicio en torno al Papa, y de la cooperación directa, que todos los cardenales le rinden.

Hoy —el día de la Pascua— deseamos asociar en torno al Príncipe de los Apóstoles, a título de noble honor y complemento, la memoria de todos los demás apóstoles formados por Cristo para la conquista espiritual del mundo, y repetir con ellos la misma afirmación jubilosa cuyo eco se esparció, y aún resuena vibrante en los siglos: "Nuestro Señor Jesucristo resucitó, aleluya".

Esta afirmación es el augurio más precioso que pueda significar alegría, bendición y paz en los siglos. En este sentido después de dos mil años, desde todos los puntos de la tierra, se repite a la llegada de la Pascua. "Cristo resucitó"; la muerte ha sido vencida, el pecado ha sido derrotado, se han abierto las vías de la justicia sobre la tierra.

Por parte de Dios Creador del Universo y Redentor por Cristo Jesús, Verbo divino hecho hombre, fue proclamado en el mundo la libre entrada de la paz.

Dios Omnipotente y misericordioso no ha dejado nada olvidado, y nada le falta a la humanidad para ser consciente de sus altos destinos y para permanecer serena en las vicisitudes de la historia.

Respuesta necesaria a la justicia de Dios

Venerables hermanos y queridos hijos. El hombre, ya sabéis cómo, antes de la Encarnación del Hijo de Dios se rebeló infelizmente; después de veinte siglos, cuya historia es conocida, y en la realidad actual, el constatar la ingratitud humana nos hace pensar en el misterio de la iniquidad. A la justicia de Dios, que Cristo trajo sobre la tierra, por desgracia los hombres no han correspondido siempre ni corresponden plenamente; y esta falta de correspondencia es motivo de las más graves inquietudes para los pueblos y las naciones, y para el futuro del mundo.

En Letrán, el jueves pasado, en el momento más emocionante de la oración íntima, poco antes de la comunión, se repitió tres veces con trepidante ansiedad: "Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros".

Esta imploración que es el reconocimiento de nuestras miserias individuales y personales, de las miserias del mundo entero, termina hoy, en la liturgia, con la súplica final de la paz: "Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz".

¡Oh, paz, paz de Navidad y de Pascua! ¡Suspiro de todos los siglos y de todas las naciones; suspiro de este nuestro tiempo de incertidumbres, de temores y de amenazas recíprocas!

Vosotros comprendéis, queridos hijos, cómo las preocupaciones pastorales del humilde sucesor de San Pedro se extienden como dulce expresión de paternidad sobre cuantos creen en Cristo y en su Evangelio, e igualmente sobre todos los demás que —aún ignorando la obra de la Redención— pertenecen a Cristo e inconscientemente suspiran por Él.

Sí, queridos hijos, la oración emocionada y trepidante de la hora presente, el augurio pascual es invocación, suspiro y gemido de paz.

El respeto que tenemos a las conciencias de cada uno y a todas las energías puestas en procurar el bien universal, lo hemos manifestado en estos años en términos mesurados, no sin dejar transparentar, sin embargo, la angustia acerca del problema de la paz amenazada, de la paz por la que todos los pueblos en realidad claman y por cuya posible pérdida todos tiemblan.

El progreso científico y técnico que levanta movimientos de admiración universal, y del que el apostolado cristiano pretende y sabe valerse en multitud de aplicaciones, ha aumentado, por otra parte, los motivos no ciertamente imaginarios de perturbación mundial.

Cada nación, grande o pequeña, considerando su situación, aún simplemente dentro de los confines de sus internas reglamentaciones, tienen motivo para temer.

Fundamentos y características de la verdadera paz

Queridos hijos. Solamente el esfuerzo armónico de todos puede disipar este temor por la conservación de la paz en donde existe; y, donde falta, la atención decidida, a remover los peligros o amenazas que vagan en contra de sus fundamentos.

Los fundamentos de la paz no son otra cosa que la verdad, la justicia, el verdadero amor y la disposición generosa a dar y darse en favor de los hermanos.

En este sentido Cristo nos enseñó con su palabra, nos dio ejemplo con su vida. En El se puede aprender el ejercicio de este amor y de esta efusión de paz.

El recurso a cualquier otra consideración y la confianza exclusiva puesta en las negociaciones y providencias meramente humanas, aún rectas, hay que considerarlas poco eficaces.

No hay otra cosa más que la paz de Cristo que valga para preservar y salvar al mundo; porque ésta se apoya en las verdades eternas, y tiene por objeto al hombre viva en el tiempo, y encaminado hacia la eternidad.

Sí, el don de la Pascua, el don de este año y el de siempre, lo proclamamos ante el cielo y ante la tierra: es la paz. La paz de Pascua es la paz de Navidad. Agradeced el augurio cuantos estáis aquí presentes y cuantos estáis a la escucha, hijos de todos los pueblos de la tierra. Os lo ofrecemos como exultante expresión de la maternidad de la Iglesia, con el anhelo de que ninguno quiera sustraerse a su encanto y a los deberes que impone. Y ahora deseamos llamaros y saludaros por el nombre, y con el augurio que os es familiar, con relación a la lengua y al pueblo al que cada uno pertenece:

Felicitación del Padre a toda la familia humana.

Italiano: Buona Pasqua!

Francés: Bonnes et joyeuses Päques! Joyeuses et saintes Päques!

Inglés: A happy and blessed Easler to you all.

Holandés: Zalig en Gelukkig Paadfeest.

Portugués: Uma Páscoa muito feliz!

Español: ¡Santas y Felices Pascuas!

Alemán: Frohe, gesegnete Ostern!

Árabe: Al-Massih Kam; Hákkap Kam.

Griego: Khristós anésti!

Polaco: Wesologo Alleluja.

Ruso: Christòs voskrèse.

Ucraniano: Chrystòs voskrés; Voistynu voskrès! Vesélych svjàt!

Eslavo: Christòs voskrèse; Voìstinu voskrèse!

Húngaro: Boldog husvéti ünnepeket.

Etíope: Buruk Fásika.

Descienda sobre todos Nuestros hijos la Santa Bendición en la forma más solemne establecida por la Iglesia, acogiendo los sentimientos que palpitan en vuestros corazones y que se hacen más vivos en las actuales solemnes conmemoraciones de la liturgia católica. Acoged esta bendición; llevadla a vuestras familias, a vuestros hogares y extenderla allí especialmente, donde haya sufrimiento, desgracias y también esperanza y confianza.

Señale ésta verdaderamente la vuelta de Cristo triunfante, portador por todas partes, de paz, serenidad y amor fraterno.

 


* AAS 54 (1962) 282; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, p.224-229.

 



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