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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS INVÁLIDOS PARTICIPANTES
EN LOS JUEGOS INTERNACIONALES
*

Patio de San Dámaso
Domingo 25 de septiembre de 1960

 

Queridos hijos. Recentísimamente recibíamos en la plaza de San Pedro a los atletas llegados a Roma de todas las partes del mundo para los juegos olímpicos y Nos experimentábamos entonces una dulcísima alegría contemplando aquella vibrante juventud que iba a enfrentarse serenamente en las sanas y pacíficas competiciones del estadio.

Pero la emoción de nuestro corazón es ahora todavía más viva por el espectáculo que hoy ofrecéis a nuestros ojos. La disminución de vuestros medios físicos no ha arredrado vuestro corazón y habéis venido a tomar parte, estos últimos días, con un ánimo admirable, en toda una serie de juegos cuya realización podría haber parecido totalmente imposible.

Habéis dado de este modo un gran ejemplo que Nos gozamos en señalar, porque puede ser útil para todos: habéis demostrado lo que puede realizar un alma enérgica a pesar de los obstáculos —aparentemente insuperables— que el cuerpo le opone. Lejos de dejaros abatir por la prueba, la domináis y, con un sereno optimismo, afrontáis competiciones deportivas a primera vista reservadas a sólo hombres en pleno vigor.

Queridos hijos. Vosotros sois una demostración viva de las maravillas que puede obrar la virtud de la energía. Porque la energía es una virtud, una virtud necesaria al hombre, más necesaria todavía al cristiano, según la enseñanza del mismo Cristo: "El reino de los cielos padece violencia y los violentos son los que arrebatan" (Mt, 11, 12).

Permitidnos formular ante vosotros un voto, que desearíamos dejaros como consigna, en recuerdo de la amable visita que hoy nos hacéis: Aportad en el combate espiritual, en la lucha por la corona eterna, la misma diligencia que acabáis de derrochar en estas bellas competiciones deportivas. Perteneced a aquellos violentos que "arrebatan el reino de los cielos", por vuestra aplicación a hacer vuestro cuerpo dócil a los impulsos de espíritu, vuestra alma obediente a la inspiración de la gracia.

Queridos hijos. Al recorrer la lista de los numerosos países de donde provenís, Nos parece abarcar con una sola mirada todas vuestras patrias. Seáis bienvenidos. Somos dichosos al recibir en vuestras personas a todas las naciones por vosotros representadas, felices sobre todo encomendando a Dios a estos hijos sufridos, pero valientes y gozosos en la prueba sobre los cuales no puede faltar de inclinarse con un muy particular afecto el corazón del Padre que está en los cielos. Que Él conceda su gracia también a vuestros fieles acompañantes y a los organizadores de estos juegos. A todos os concedemos, en prenda de nuestra benevolencia, una amplia y paternal bendición Apostólica.


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 487-488.

 

 



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