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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO COLEGIO BEDA
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Jueves 20 de octubre de 1960

 

El día de hoy, en que visitamos con alegría vuestro Pontificio Colegio y el Estudiantado internacional de Trapenses, nos proporciona el gozo de hallarnos con íntima efusión de afecto entre los llamados a una vida de oración y apostolado, aunque con diversas aplicaciones en servicio generoso de la Iglesia de Dios.

Tales encuentros vienen casi inmediatamente después de los recientes con los seminaristas de Roma en Roccantica y con los religiosos benedictinos de Subiaco, como solemne demostración ante el mundo entero de la solicitud, llena de complacencia paternal, que mantenemos por las esperanzas de la Iglesia, representadas por el clero diocesano secular y regular; por vuestras vidas que caminan fervorosamente hacia las inquietantes metas futuras.

¡Queridos hijos! Hemos venido, pues, con honda satisfacción a la nueva sede del Pontificio Colegio Beda, a donde os habéis trasladado recientemente, dejando el antiguo edificio de la calle de San Nicolás de Toletino, que ya no respondía plenamente al fin propuesto. Pero, ¡qué significativo es este paso de la antigua calle del centro de Roma a las proximidades del sepulcro de San Pablo! Cuantas veces poséis vuestra mirada sobre la majestuosa Basílica pensaréis en el Apóstol de los gentiles, en su vocación a la que respondió tan ardientemente, en su deseo de sólo vivir y de morir para Cristo: Gratia autem Dei sum id quod sum, et gratia eius in me vacua non fuit, sed abundantius illis omnibus laboravi: non ego autem, sed gratia Dei mecum (Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí, pues he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo) (1 Cor. 15, 10). La proximidad del glorioso sepulcro del atleta de Cristo será para vosotros un constante estímulo para considerar a la luz de Dios el don de la vocación y corresponder a ella con una generosidad pronta y total.

¡Oh, cuánto hemos de agradecer al Señor esta señal palpable de su presencia en el mundo! Su voz llama. En el alma del joven no hay segundas intenciones ni tradiciones familiares que transmitir ni miras ambiciosas ni ventajas terrenas, sino sólo la gloria de Dios, la santificación de su nombre, el advenimiento de su reino, el cumplimiento de su voluntad en perfecta correspondencia con las peticiones del Pater Noster. ¡De qué luz, grandeza y encanto está revestida la persona de los llamados!

Es, pues, tan digna de generosidad absoluta, a ejemplo de San Pablo Apóstol, quien, sorprendido de Dios, dejó al punto todo para entregarse a su nueva misión. Esta exige en todos una correspondencia plena, hecha de entrega total, de desprendimiento absoluto de los bienes, de las preeminentes preocupaciones de carácter terreno, de los mismos parientes, para correr como gigantes por el camino elegido, para revestirse de la voluntad y sentimientos del Sacerdote eterno: Vivo autem, iam non ego, vivit vero in me Christus... qui dilexit me, et tradidit semetipsum pro me, Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí, el cual me amó y se entregó por mí (Gal. 2, 20).

La respuesta a la invitación divina —vosotros, queridos hijos, lo demostráis— puede darse en todas las edades. Para alguno será su vida entera entregada al Señor desde la infancia, como ocurrió con el venerable Doctor de vuestra patria, Beda el Venerable, del que toma su nombre este colegio; para otros puede ser la iluminación súbita en la plena madurez de los mejores años como en un místico camino de Damasco. Los años no cuentan para Dios, sino la intensidad del amor con que se corresponde y sirve.

Bajo esta luz adquiere una significación especial la importancia de vuestro Colegio, que acoge y prepara para el sacerdocio a aquellos que han sentido la vocación en edad madura y provecta. Esto es, pues, por lo característico y único en su género, una grande y pública afirmación del gran bien de la vocación, y por esto es por lo que nos ha agradado tanto pasar hoy por aquí, para expresaros nuestra complacencia llena de estímulos y buenos auspicios.

Pero hay también otra razón que ha influido especialmente en nuestra estima por este Colegio y es el vivo testimonio de esta generosa prontitud en la correspondencia a la vocación, especialmente por parte de los hijos de Inglaterra, a la que se dirige nuestro pensamiento paternal.

Como nuestro Predecesor San Gregorio Magno, que desde su juventud —según nos cuenta amablemente el propio San Beda el Venerable (Historia eccl. gentis Angl. II, I; Migne P. L., 95, 81)— sintió vivo afecto por aquellos antiguos hijos de vuestra tierra, así también queremos deciros que no es menos fuerte la benevolencia que sentimos por vuestra nación, en especial por la vida católica que se desarrolla en ella.

Pues es siempre grato el recuerdo de los encuentros con los Obispos de Inglaterra —ahora unidos en el abrazo y efusión de esperanza y de mutua caridad con el Padre Común—, así como con las ilustres personalidades civiles y grupos especiales de peregrinos y de visitantes; encuentros éstos que han dejado en nuestro corazón fuertes y dulces emociones.

¡Queridos hijos! Cada pueblo tiene un tesoro de tradiciones y de virtudes nativas, que puede y debe elevarse y transformarse en medio de apostolado precioso y utilísimo, y extenderse para edificación de todos. Las dotes de la nación inglesa son conocidas en todo el mundo; por tanto, vosotros, escogidos entre los vuestros por vocación divina, tendréis la posibilidad de comunicar a la acción sacerdotal que estáis llamados a desarrollar aquellos rasgos de humanidad, de señorío, de ponderación, que son propios de vuestro país y que distinguen a las hermosas figuras sacerdotales, que salieron de este colegio en el pasado, en su fecunda y distinguida actividad al servicio de la Iglesia para bien de vuestros compatriotas. ¡Ojalá que esta acción se extienda como irradiación benéfica sobre todos los que aman y buscan la verdad y sea una atracción irresistible para vuestro apostolado!

Pedimos por vosotros, queridos hijos, por vuestra preparación al Sacerdocio, y estamos seguros de que vuestro Colegio, en el nombre y protección del Apóstol de los gentiles y de San Beda el Venerable, será para vosotros la forja ardiente de vuestro futuro ministerio en un fuego siempre creciente de caridad y de oración, de recogimiento y de estudio, de serenidad y alegría, bajo la bendita sonrisa del Padre que está en los cielos.

Y ahora, queridos hijos, unas palabras en inglés para manifestaros sencilla y directamente nuestro deseo de que terminéis con éxito los estudios que habéis comenzado en esta ciudad de Roma, centro luminoso del Catolicismo, y acabéis una perfecta formación sacerdotal en conformidad y unión de los dones de la naturaleza y de la gracia, de manera que vuestro celo sirva de alegría para la Iglesia universal.

Nos complacemos en añadir a estos votos nuestra paternal Bendición Apostólica, que impartimos de corazón a nuestros Venerables Hermanos y queridos hijos aquí presentes, al Rector y profesores del Colegio, a cada uno de vosotros y a vuestras familias en vuestro país, como prenda de la constante protección y benevolencia divinas.


* AAS 52 (1960) 893-895;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 505-508.

 

 



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