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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL PRIMER CONGRESO INTERNACIONAL
SOBRE LAS VOCACIONES RELIGIOSAS
*

Sala de las Bendiciones
Sábado 16 d diciembre de 1961

 

Queridos hijos:

La reunión de hoy y la complacencia que suscita en Nuestro corazón, Nos dispensa de todo preámbulo. Digamos solamente —y esto basta para testimoniares la intensidad de Nuestro afecto—que hemos seguido en oración la preparación y la realización de este Primer Congreso Internacional sobre las Vocaciones Religiosas.

Deseamos, por tanto, dar las gracias a la Sagrada Congregación de Religiosos, y sobre todo a su dignísimo señor Cardenal prefecto, por haber querido realizar una empresa de tanta envergadura, que la competencia de numerosos maestros ha coronado con el éxito.

Sublimidad de la vocación sacerdotal y religiosa

El Congreso ha tratado un problema delicado y urgente: las vocaciones al estado de perfección en el mundo de hoy. La simple enunciación del tema abre horizontes amplísimos, en los cuales la alegría y la esperanza alternan con la aprehensión y la incertidumbre. De una parte, la diversa composición de las familias religiosas, que atraen con la fascinación de sus innumerables formas de vida a escuadras siempre nuevas de almas juveniles. Por otra parte, existen los obstáculos que el espíritu mundano opone a la formación de vocaciones, con los corrientes atractivos de la triple concupiscencia (1 Io., 2,16), directamente contraria a los votos de la perfección religiosa. Baste señalar una difusa mentalidad que se sirve del periódico y de las técnicas audiovisuales para llegar a manchar el santuario mismo de las familias.

Este estado de cosas, que no es de hoy, sino que hoy se advierte más por su difusión y peligrosidad, trae nuevos problemas y dificultades a los directores de almas y a cuantos se preocupan por suscitar, dirigir y defender las vocaciones.

Por esta razón, saludamos con particular aplauso y animación la empresa de la Sagrada Congregación de Religiosos. El problema de las vocaciones eclesiásticas y religiosas es una preocupación diaria del Papa que os habla, es el anhelo de su oración, la aspiración ardiente de su alma. Es la intención luminosa que tenemos en el cuarto misterio gozoso de nuestro rosario, al contemplar a María que presenta al Padre Celestial al Sacerdote Eterno de la Nueva Ley y, como manifestamos al comienzo del mes de octubre, en aquel misterio «es bello observar las prometedoras esperanzas del perenne florecimiento de las vocaciones sacerdotales...; jóvenes alumnos de los seminarios, de las casas religiosas, de los estudiantados misioneros..., cuya expansión, a pesar de las dificultades y contrariedades de la hora presente... no cesa de ser un espectáculo consolador que arranca palabras de admiración y alegría».

La preparación de las vocaciones para las diversas tareas de la vida sacerdotal y religiosa Nos ha sugerido ya paternales indicaciones en el discurso a los rectores de los seminarios mayores y menores de Italia, el 29 de julio de este año. Consideramos entonces en sí misma esta tarea de gran responsabilidad, tratando de la formación de los jóvenes seminaristas para la vida sacerdotal, de su formación para la santidad de vida y de su preparación intelectual.

Hoy Nuestra voz paterna subraya la belleza de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Las congregaciones religiosas femeninas, aquí representadas, amplían los horizontes de esta reunión. Es un batallón innumerable, que da ejemplo de su vida escondida con Cristo en Dios (Col., 3,3), ejemplo de abnegación, de servicio cumplido con gran celo, siguiendo las indicaciones de la voluntad de Dios. Ellas ofrecen al mundo que sabe aún apreciarlo el espectáculo de la perfecta virginidad de corazón y de la generosidad llevada hasta el mayor sacrificio. Es la gozosa respuesta de tan valerosas hijas de la ciudad y del campo, provenientes en su mayor parte de las asociaciones católicas, que atraídas por un ideal de mayor perfección, quieren vivir únicamente para Dios y para los hermanos.

Múltiples formas de la entrega total a Dios

Este es el encanto de la vocación religiosa, que Nos, con corazón ferviente y confiado, alabamos ante las familias cristianas, en cuyo ambiente de virtud, iluminadas por la gracia divina, brotan los retoños de las generaciones futuras, las novellae olivarum (Ps., 127, 3) de la juventud del mañana y particularmente los jóvenes y las jóvenes, más sensibles a las exigencias de la difusión del reino de Dios y preocupados por la propia perfección y la salvación de las almas. A ellas recordamos que la voz de Cristo resuena todavía en el mundo, que atrae con fuerza suave a los que quieren ser con la oración, con el servicio apostólico y el sufrimiento, conquistadores de almas. Jesús les invita a seguirlo: "Si vis perfectus esse, vade, vende quae habes et da pauperibus,et habebis thesaurum in caelo, et veni, sequere me" (Mat. 19, 21).

Es perderse para encontrarse; entregarse a Aquel que sabe dar el céntuplo aquí en la tierra y la vida eterna en el siglo futuro (Marc., 10,30), fuerzas al alma y al cuerpo, talento y posibilidades para la llegada de su reino.

Las innumerables familias religiosas, dispersas por el mundo para ejercitar la oración y el apostolado, ofrecen a la juventud la plenitud de un ideal, por el cual merece la pena vivir y morir, en ellas la Iglesia presenta a las almas generosas diversas formas de entera consagración a Dios, desde la antigua clausura monástica y contemplativa, a las Ordenes y Congregaciones de vida activa, que continúan en el tiempo un particular aspecto de la misión del Señor.

El seguir esta voz que llama quiere decir encontrar la propia vida, dedicándola a Cristo y al Evangelio (Marc., 8, 35). La misma forma contemplativa, que un mal entendido activismo no comprende en toda su belleza, está enderezada especialmente al apostolado por medio de la oración y contemplación, según las palabras de Nuestro predecesor Pío XI: "Multo plus ad Ecclesiae incrementa et humani generis salutem conferre eos, qui assiduo precum macerationumque officio funguntur, quam qui dominicum agrum, laborando excolunt; divinarum enim gratiarum copiam nisi in agrum irrigandum illi a caelo deducerent, iam evangelici operarii sane tenuiores e labore suo fructus perciperent" (Bula Umbratilem; AAS XVI, 1924, p. 389).

Los campos de la perfección religiosa son muy amplios, porque de la búsqueda generosa de Dios solamente, de la fidelidad a su gracia y del continuo trabajo por la perfección de Dios, se desprende el impulso por la generosidad en el apostolado. He aquí, por tanto, las regiones amarillentas por la mies, donde son necesarias las manus apostolicae, las manus adiutrices; he aquí el apostolado misionero, que pide numerosas vocaciones formadas en las crecientes exigencias de la difusión del Evangelio en el mundo; la cura de almas en las grandes ciudades, en las parroquias confiadas con tan hermosos resultados a las familias religiosas; la tarea delicada de la enseñanza, con la preparación religiosa y moral, de mayor importancia que la intelectual, de la juventud, para la cual las familias se fían a los religiosos y religiosas, con una confianza que no puede quedar frustrada; ahí están las aplicaciones de la caridad en el ejercicio de las obras de misericordia, en las cuales se distinguen beneméritas Ordenes y Congregaciones perpetuando la permanencia aquí en la tierra de la caridad de Nuestro Señor, de quien se escribió que pertransiit benefaciendo et sanando omnes (Act., 10,38).

Nuevos horizontes para la mies de Cristo

Estas necesidades esperan y reclaman a los operarios de la mies; será, pues, necesario cumplir y realizar todos los esfuerzos para hacer de esta manera que la sociedad de hoy, como la de los tiempos de los grandes fundadores y reformadores, responda a la llamada del Señor. Nuevos horizontes se abren para el futuro con la celebración del Concilio Ecuménico. La historia nos enseña que a todo Concilio sigue una era de extraordinaria fecundidad espiritual, en la cual el soplo del Espíritu Santo suscita vocaciones generosas y heroicas y da a la Iglesia los hombres necesarios y convenientes. Esta perspectiva de fe y esperanza enciende en Nuestro corazón presagios esperanzadores.

Continúe vuestro trabajo conjunto favoreciendo por todos los medios las vocaciones religiosas, presentando su belleza y fascinación de la manera más conveniente, aprovechando los medios extraordinarios que ofrece la prensa, la radio y la televisión para la difusión de estas grandes ideas. Es preciso trabajar en colaboración, con orden, con respeto recíproco; mirando, ante todo, el bien superior de la Iglesia universal, que es la meta para todos; saber distribuir el clero y los religiosos en las primeras líneas, donde son más necesarios, superando comprensibles preocupaciones, y dedicar todo el interés a suscitar por todas partes la abundancia de vocaciones.

La actividad que se abre a la Sagrada Congregación de Religiosos y a cada una de vuestras instituciones después de este primer Congreso es múltiple y comprometedora. Estamos junto a vosotros con toda la comprensión, con la benevolencia de Nuestro corazón y con Nuestra oración.

¡Sí, manda, Jesús, operarios a tu mies que aguarda en todo el mundo a tus apóstoles y sacerdotes santos, a las misioneras heroicas, hermanas sencillas e intachables. Enciende en los corazones de los jóvenes y de las jóvenes la llama de la vocación; haz que las familias cristianas deseen distinguirse en dar a tu Iglesia los cooperadores y cooperadoras de mañana!

La angustia del Papa por las poblaciones del Congo

Queridos hijos e hijas:

Puesto que hablamos en una circunstancia tan oportuna, con motivo de vuestra procedencia de todos los países del mundo, conceded al Papa llenar vuestros corazones con un dolor que pesa sobre el suyo, para participar en el mismo dolor, a la vez que en la animación y en la confiada esperanza.

Las consideraciones que hemos hecho aquí han abierto a vuestros ojos horizontes prometedores de buen apostolado y de generosa caridad en todos los países, sin distinción alguna, y más allá de las barreras artificiosas que el cristianismo no conoce.

Las noticias que llegan al Papa no son alentadoras. Conocéis todo lo que ha sucedido desde hace quince meses y lo que en estos días se ha aumentado en la gran nación que lleva por nombre el Conga. Al comienzo de la independencia política, al ir a recoger los frutos esperados de bienestar, de prestigio, de impulso a la paz, estas tierras benditas han sido bañadas en sangre. Y el pueblo, su juventud sobre todo, ha quedado en condiciones difíciles, tales que hacen prever un futuro incierto.

Nos, que tenemos contacto diario con la Sangre de Cristo en el Misterio Eucarístico, no podemos quedar insensibles al dolor, a la ruina, a las consecuencias próximas y lejanas, de orden moral y social, producidas por un estado de cosas que Nos aflige profundamente.

Como vosotros Nos demostráis, queridos hijos e hijas, estamos ciertos de no ser mal entendidos en donde llegue Nuestra afligida palabra.

La congoja por el mal que se realiza Nos oprime el corazón. Por lo tanto, suplicantes pedimos a cuantos pueden y deben intervenir para que, con el consejo desinteresado, con la información objetiva, con la luz del derecho, cooperen a restablecer la paz en este país, a preparar días tranquilos y serenos para todos

Esta es la oración ferviente que elevamos a Dios omnipotente a través de la Madre celestial. Deseamos ver asociados a esta oración a todos vosotros aquí presentes y a cuantos de alma recta y buen corazón quieran unirse a Nos.

Estos votos paternos van acompañados de una especial bendición apostólica, que es ante todo para el señor Cardenal prefecto y para sus colaboradores en la Sagrada Congregación, para las Obras Pontificias de las vocaciones religiosas y para todos vosotros, para vuestras familias religiosas y para los hogares de donde procedéis, y, finalmente —como expresión de un augurio prometedor— para los jóvenes que en las casas de formación se preparan para consagrarse totalmente a Dios, a la Iglesia y a los hermanos.

 


* AAS 54 (1962) 32-37;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 88-94.

 

 



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