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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
EN LA CLAUSURA DE LA V SESIÓN DE LA COMISIÓN CENTRAL
*

Martes 3 de abril de 1962

 

Señores cardenales y queridísimos prelados.
Hermanos e hijos nuestros.

Las ideas para este discurso de clausura de la V Sesión de la Comisión Central nos vienen sugeridas por la Liturgia de la Cuarta semana de Cuaresma, que comienza con el "Laetare" de la misa, lo mismo que la tercera domínica de adviento comenzaba festivamente con el "Gaudete", anuncio de los gozos de Belén. ¡Qué dulzura en este festivo tránsito de la Navidad a la Pascua!

Nuestras ocupaciones, gravadas por el continuo trabajo de las audiencias, no nos han permitido seguir felizmente el noble, intenso y común estudio para preparar lo que será sustancia viva de precisión doctrinal y preciadas reglamentaciones en torno al pensamiento y a la vida de la Iglesia católica, según las circunstancias de la convivencia religiosa de todos sus hijos.

Con varios de vosotros hemos podido charlar y comprender con edificación la continuidad de la animada, pero tranquila y respetuosa, discusión sobre puntos doctrinales y prácticos, que vistos desde muchas partes del mundo, y con diversa mentalidad y experiencia, ofrecen aspectos múltiples de apreciación. La discusión serena conduce a conclusiones satisfactorias; así, pues, una vez abierto el inminente Concilio, la espera no será fatigosa, sirio bien y universalmente acogida.

Tres han sido los temas que habéis examinado y discutido sobre las bases de las relaciones que los presidentes de cada Comisión interesada han expuesto con anterioridad: la Sagrada liturgia, la Prensa y los Espectáculos.

Temas que respectan a problemas que han sido tenidos siempre presentes por la Iglesia y su magisterio, y temas que respectan a problemas nuevos, determinados por los medios de comunicación, algunos de los cuales muy recientes y de extrema importancia para la formación de la opinión pública.

La Iglesia no impide el desarrollo técnico y las conquistas de la ciencia; al contrario, lo favorece e indica las vías para que de cada nueva invención y descubrimiento se saquen ventajas, no solamente de orden material, sino también espiritual, para el desarrollo de la cultura y del mismo bienestar, pero jamás en detrimento de los valores espirituales y morales.

La Sagrada liturgia en los tiempos recientes se ha estudiado más que en los últimos siglos. No podemos que alentar el trabajo de cuantos, en perfecta armonía con las directrices de la Iglesia —reléanse la Mediator Dei y otros documentos pontificios— tienden a devolver a la liturgia su esplendor para que sea alma viva y palpitante de la devoción de los fieles y de la misma práctica de la vida cristiana.

Los problemas de las misiones son preocupación nuestra diaria, especialmente en lo que respecta a las vocaciones al sacerdocio y al desarrollo de los seminarios e institutos religiosos. Nos es motivo de profundo dolor del que sólo nos consuela la oración, la situación dolorosa en que se encuentran misiones católicas, hasta ayer florecientes, de países en los que movimientos sociales y políticos ha destruido casi todo signo de vida.

Los problemas de la prensa y espectáculos proporcionan preocupaciones, pero también esperanzas. La influencia, especialmente sobre los jóvenes, de los citados medios de comunicación social es universalmente conocida, y exige vigilancia por parle de la familia y de las autoridades constituidas, sensibilidad moral de los que tienen en sus manos tales medios, cautela para emplearlos y, finalmente, conciencia sencilla e inquebrantable en los padres y educadores.

Nuestra intención no es repetir cuanto nuestros predecesores han enseñado sobre este problema: bastará solamente recordar las dos encíclicas Vigilanti cura y Miranda prorsus; y permítasenos también mencionar los discursos que en diversas ocasiones hemos dirigido a los periodistas.

El Concilio, estudiando estos diversos problemas y otros muchos que ya han sido examinados o que lo serán en las próximas sesiones, no sólo será una obra de extenso profundizar en lo que de alguna manera interesa a la vida y a la misión de la Iglesia, sino que trazará también las líneas directrices que servirán para una acción pastoral más penetrante y para una invitación más persuasiva a los hombres de nuestro tiempo, distraídos o preocupados más en otras cosas.

Podemos también con razón alegrarnos por el feliz resultado de los estudios realizados y por las conclusiones, ya bien previsibles y satisfactorias, y dar gracias al Espíritu Santo por haber acompañado los trabajos con su gracia, y que promete aún más en la continuación después de las fiestas pascuales.

Sea entretanto una nueva ocasión para vosotros, señores cardenales y queridísimos prelados, de llevar a los diversos países a los que cada uno de vosotros pertenecéis el augurio celestial de la pascua cristiana. Este augurio lo expresaban los Papas antiguos, anticipándolo un poco, con la bendición de la Rosa de oro, la tercera dominica de cuaresma, llevada del palacio apostólico del Luterano a la basílica estacional de la Santa Cruz, imitando con esto un rito de Bizancio en aquella misma dominica de cuaresma en honor de la Santa Cruz, a la que se tributaba un homenaje de flores.

La Rosa de oro del Papa quiere ser este año el símbolo de la gran bendición que él imparte como augurio Pascual a todos los seguidores de Cristo esparcidos por el mundo, creyentes sinceros y confiados en la virtud de su Cruz.

Permitidnos saludar a esta mística Rosa de nuestro augurio Pascual con las mismas palabras usadas por el Papa Inocencio III —uno de los Pontífices insignes de la Iglesia— presentando a los fieles de la basílica sessoriana de la Santa Cruz de Jerusalén: "La función de hoy —así hablaba Inocencio III— está completamente llena de alegría y rebosa gozo... Esto está también figurado en las propiedades de esta flor que presentamos a vuestros ojos: la caridad, en el color; la bondad, alegría en el perfume; la saciedad, en el gusto. Pues la rosa, más que todas las flores, alegra con su color, reconforta con su perfume y nos llena con su sabor" (PL 127, 393).

Sí, deseamos repetirlo: que sea para vosotros y para la Iglesia católica y el mundo entero, en esta solemne ante vigilia esplendorosa y misteriosa da XXI Concilio Ecuménico, el festivo augurio pascual de vuestro humilde Papa; como la rosa, sí, como la Rosa de oro del Papa Inocencio, ardiente de caridad, perfume delicioso de suaves virtudes cristianas y entusiasmado aliento por la vida y la santificación, y para bendición universal.

 


* AAS 54 (1962) 219; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 199-203.

 

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