Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN EL VII CONGRESO NACIONAL
DE LA ASOCIACIÓN ITALIANA DE MAESTROS CATÓLICOS
*

Sábado 22 de septiembre de 1962

 

Queridos hijos e hijas:

Vuestra vibrante presencia renueva en nuestro ánimo el recuerdo del encuentro que tuvimos con vosotros el 5 de septiembre de 1959, y nos proporciona la misma satisfacción y el mismo consuelo.

Estáis de nuevo en Roma para celebrar el VII Congreso de vuestra Asociación, estudiando un tema de viva actualidad: “La escuela dentro del desarrollo democrático del país”. Gozamos de todo corazón por esta vuestra actividad; pero especialmente nos conforta vuestro testimonio cristiano en la escuela y para la escuela, ideal programa y gloria de la Asociación Italiana de Maestros Católicos. Hay en vosotros un fervor y un dinamismo juvenil —en verdad, lo hemos percibido— que merecen el aplauso de la familia, de la nación y de la Iglesia.

En favor de las almas de los predilectos de Redentor

Podéis comprender por qué el saludo que os dirigimos está lleno de afecto paternal. Pues deseamos acogeros como sois y os proclamáis: cristianos conscientes y convencidos, investidos de una misión providencial, que sabéis cumplir con entrega apostólica, que llega a veces al heroísmo.

El servicio que ofrecéis a las almas de los predilectos de Cristo, de los pequeños, que exigen delicadeza y caridad, es vuestro honor y tendrá su justa recompensa ante Dios y ante los hombres.

Refiriéndonos a la dignidad de vuestra vocación, os presentamos tres ideas, como corona de vuestros propósitos de estos días y como confirmación de la plena conciencia de vuestra responsabilidad: servicio de amor, espíritu sobrenatural, esfuerzo continuo por estar al día.

L

Deber sagrado: empeño de honor

1) Servicio de amor. Cada uno de vosotros siente el deber de tender a la perfección. Vuestra voluntad ansía la preparación didáctica más completa, para poder realizar con absoluta dignidad y pleno entusiasmo las tareas propias de cada día.

Es un deber sagrado, lo dice el honor del nombre que lleváis, la vocación de cada uno, que se ha convertido en condición indispensable de vida espiritual, económica y social.

La literatura de todos los tiempos ha sido generosa en elogios para con los maestros; el arte ha sublimado su figura sencilla y majestuosa. Todos los hombres —el Papa que os habla lo dice con viva ternura— conservan en su corazón sentimientos de inefable gratitud
 y reverencia para sus maestros y maestras que encontraron en su camino de niños; para aquellos con los que compartieron la grave tarea de la educación de los hijos; y, finalmente, para los maestros que fueron preciosos colaboradores del sagrado ministerio de los sacerdotes.

Estos son los frutos que vuestro servicio sabe madurar con admirable delicadeza y que perduran durante toda la vida.

Animaos, pues, con la idea de que vuestro trabaja no es de poca monta, no es incomprendido. Hay que enumerarlo entre los servicios más altos que el hombre ofrece a sus hermanos, según el Libro Sagrado: Aviva el odio y escucha las palabras de los sabios; y medita en su doctrina. Será maravilloso si la conservas en tu corazón y la haces brotar de tus labios (cf. Prov 22, 17-18).

Confianza en la gracia.

2) Espíritu sobrenatural. Propósito firme que queremos hacer arraigar, como lo hemos hecho en otras circunstancias, y cuya urgencia hacemos notar especialmente a los maestros católicos. Pues estamos seguros que beneficiará a los alumnos, a las familias y a los mismos colegios.

Por el espíritu sobrenatural se reconoce al creyente que quiere edificar no sobre la arena movediza, sino sobre la roca granítica, que desafía a las tempestades y permanece hasta la vida eterna (cf. Mt 7, 24-27).

Espíritu sobrenatural significa confianza en la gracia; recurso continuo y convencido a la oración; esfuerzo constante en trabajar, sin ostentaciones, por el nombre de Cristo, que tiene predilección por los niños.

Puede acontecer que alguno, por temor a ofender la sensibilidad de ciertas personas, se contente con dar una enseñanza honesta y sabia, pero fría y casi laica. No hay que temer. Vosotros no lleváis en el ánimo el hacer un proselitismo contraproducente, ni forzar, como se dice, el sentimiento religioso de los pequeños. Se trata de que viváis según la luz y el imperativo de los principios del Evangelio; de testimoniar ante el mundo, con la serenidad encantadora de un corazón recto, la seguridad y armonía de la fe; y ofrecer un ejemplo de pensamiento y de vida.

Lo cristiano no se opone a ninguna de las legítimas aspiraciones del hombre; respeta la libertad individual, las inclinaciones, los gustos; y sabe también esperar con paciencia.

Que vuestra conducta, vuestras palabras, vuestros contactos, infundan esta certeza también en quienes, por heredados prejuicios o por temor irracional, quisieran cerrar los ojos y el corazón al influjo de la Iglesia, pensando defender así su propia autonomía de pensamiento y de acción. Sabed demostrar, con la irradiante delicadeza de una práctica convencida, que el cristianismo es defensor del hombre integral, elevado a una dignidad incomparable por la Encarnación del Verbo: que la Iglesia exalta el pensamiento ilustrado por las supremas certezas, disponiéndolo para nuevas conquistas.

Convenceos de tal forma de esta verdad, que la viváis en todo tiempo y circunstancia. Entonces vuestra pacífica escuadra de creyentes conseguirá difundir en la escuela el fermento cristiano, contribuyendo decididamente al desarrollo homogéneo y completo, que es el centro de vuestras preocupaciones.

Oportuna y prudente adaptación

3) Preocupación constante por estar al día. Algunos métodos pedagógicos que, juzgados en su tiempo y al servicio de los hombres de otras épocas, dieron copiosos frutos, y que fueron y son estimados, requerirán oportunas y prudentes adaptaciones. Haced vuestro con seguridad lo que dentro del admirable marco de la concepción cristiana del hombre puede servir mejor al cumplimiento de vuestra misión, fruto de estudio, de reflexión y de experiencias; hacedlo vuestro en el nombre de Dios.

Es evidente que de las raíces de los principios inconcusos pueden florecer normas y providencias más actuales, de acuerdo con las exigencias de la época histórica en la que hay que trabajar.

Estas nuevas aplicaciones, lejos de disminuir, acrecientan la responsabilidad de los maestros y la contribución del sacrificio personal. Pues se exige un mayor dominio y control de sí mismo, una paciencia más iluminada y alegre, una continua presencia de espíritu, y prontitud para comprender, responder y enderezar.

Atesorad cuanto la ascética cristiana desde hace siglos contiene y enseña sobre el espíritu de adaptación.

 

Hacia la escuela del “unus Magister”

 

Sed, por vuestra parte, discípulos del “unus Magister” (cf. Mt, 23, 8), para poder colaborar en los designios de la Providencia.

Sed imparciales, con extrema delicadeza y con espíritu de ecuanimidad, que os llevará a preferir a los menos inteligentes y con menores recursos económicos.

Es ésta una inclinación a la que el hombre se puede dedicar sin peligro: basta que se guarde de la demagogia y del orgullo de sentirse sublime; es la predilección por las almas que Cristo mismo prefería: los pobres, los pecadores, los enfermos, los niños.

No os desaniméis jamás. El niño vivaracho, tal vez irrespetuoso, o cerrado y travieso, de hoy, sentirá en los años más lejanos el calor de vuestra alma, y sabrá comprender con inagotable reconocimiento cuanto habéis hecho por él al abrirle los caminos de la vida social.

Atended, con oración y amor, a las criaturas que se os han confiado. Son capullos prometedores, que habrán de florecer un día en el puesto y en la hora que la voluntad de Dios ha asignado a cada uno. Sabed respetar el misterio de la gracia celestial que trabaja en el silencio de los corazones tiernos y moldeables, de los que es lícito esperar toda clase de promesas. No os alarméis si vuestra educación no consigue un efecto inmediato. Verdaderos discípulos de Cristo, levantad también vosotros los ojos y mirad hacia horizontes más vastos a los que aportáis cada año, quizá sin comprenderlo a fondo, nuevas luces, nuevos esplendores.

Aún una palabra, queridos hijos e hijas. Conocemos las dificultades y las pruebas a que está expuesto vuestro trabajo en la escuela, y también como miembros de la Asociación de Maestros Católicos. Las conocemos, y sentimos por ello viva preocupación. Pero ya sabéis que las dificultades son el fundamento de la fuerza, hacen madurar nuevos éxitos y afianzan íntimamente los ánimos.

Todo esto os impone el deber de estar unidos, de considerar la Asociación como un instrumento válido para llevar la presencia cristiana a la escuela y al país. Estando acordes y unidos podréis conseguir las metas organizativas, culturales y apostólicas a que tiende vuestro trabajo.

Si la Asociación, en todos sus cuadros, está abierta y unida, podrá cooperar a la edificación cristiana de la escuela y a su elevación espiritual.

Estos son los deseos de nuestro corazón, nuestro paternal augurio. Y para que no os falle nunca el ardor de los santos propósitos, invocamos constantemente para vosotros la ayuda omnipotente del Divino Maestro, y como prenda de sus favores os concedemos la confortadora Bendición Apostólica, a vosotros, a vuestras familias, a vuestros queridos alumnos y a vuestra Asociación, a sus organismos centrales y periféricos, para que en todos reine el gozo del trabajo realizado por la gloria de Dios. Amén.

 


*  AAS 54 (1962) 711; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 534-539.

 

 

Copyright © Libreria Editrice Vaticana

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana