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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS MIEMBROS DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE LAS CIENCIAS
*


Viernes 5 de octubre de 1962

 

Señores:

Nos es francamente grato el recibir hoy al presidente y a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias, lo mismo que a los sabios llegados del mundo entero para participar en la semana de estudios sobre “el problema del orden cósmico en el espacio interplanetario”.

El año pasado dirigimos nuestros votos a la Academia Pontificia con ocasión del veinticinco aniversario de su fundación por nuestro predecesor, el grande y docto Pío Xl. Este año tenemos el gozo de poderos desear personalmente y de todo corazón la bienvenida a nuestra mansión.

Pues en, vuestras personas, señores, permitidnos decirlo, la Iglesia acoge en su Casa a la ciencia. La ciencia que los sabios del mundo entero, unidos en pacífica investigación, se esfuerzan en hacer progresar, poniendo en común los resultados de sus trabajos.

Por esto somos gustosos en poder imponer al profesor Bengt Erik Andersson, joven e insigne fisiólogo de la Escuela Superior Real de Medicina Veterinaria de Estocolmo, la Medalla de oro que lleva el nombre augusto del fundador de nuestra Academia Pontificia.

La Iglesia alienta gustosa las investigaciones que se hacen en el mundo y que tienden a conocer mejor al hombre y al universo, siguiendo la misión encomendada por Dios a Adán en las primeras páginas del Génesis (cf. Gén 9, 7). Por esta razón felicitamos cordialmente a este joven sabio cuyos estudios son de autoridad sobre los mecanismos nerviosos del hombre, de la sed y de la temperatura corporal. Formulamos los mejores votos por la fecundidad de su carrera científica para el mayor servicio a la humanidad.

¿Cómo no resaltar también con especial satisfacción la oportunidad del tema elegido, señores, para vuestra semana de estudios: “El problema del orden cósmico en el espacio interplanetario”? Es superfluo subrayar su actualidad. Pero permitidnos al menos decir cuánto se interesa la Iglesia en los problemas que ocupan, con razón, la atención de los hombres de nuestro tiempo, y que son objeto del examen científico de los mejores especialistas. Ya sabéis cómo Nos hacemos nuestro el gozo que saluda con emoción las brillantes realizaciones de los técnicos y de los sabios de hoy, cuyas proezas permiten domeñar la naturaleza de una forma, que hace poco todavía parecía una locura a la más rica imaginación.

Lo hemos dicho recientemente:

“¡Cómo desearíamos que estas empresas tomaran la significación de homenaje a Dios, creador y legislador supremo! Que se logre que estos acontecimientos históricos, a la par que figuren en los anales de los conocimientos científicos del Cosmos, sean la expresión de un verdadero y pacífico progreso, contribuyendo a fundar sólidamente la fraternidad humana” (L’Osservatore Romano, 14 de agosto de 1962).

Gracias a Dios hemos entrado en una época en que, lo esperamos, la interrogante sobre la oposición entre las conquistas del pensamiento y las exigencias de la, fe, es menos frecuente. El primer Concilio Vaticano afirmó luminosamente, en 1869-1870, las relaciones de la razón y de la fe. Los maravillosos descubrimientos y las realizaciones del siglo veinte, lejos de poner en duda lo verdaderamente bien fundado, ayudan, por el contrario, al espíritu a mejor comprender su valor. El progreso de las ciencias, permitiendo conocer mejor la extraordinaria riqueza de la creación, enriquece singularmente la alabanza que la criatura hace elevar, en acción de gracias, hacia su Creador, que es también el redentor de nuestras almas. Y siempre el corazón humano está ávido, lo mismo que su inteligencia, de alcanzar lo absoluto y de entregarse a él.

También cómo no evocar ante vosotros, señores, en la víspera de la apertura, ahora tan próxima, del Concilio Ecuménico, esta gran Asamblea y las promesas que encierra, que están sostenidas por las oraciones de los fieles y la esperanza del mundo entero. Visión fraternal, pacífica, espiritual, de un encuentro que quiere ser todo para gloria de Dios y para el servicio del hombre, en sus más nobles aspiraciones para conocer la verdad, para esforzarse en alcanzarla, y abrazarla con amor.

Tales son, señores, las ideas que Nos sugiere la presencia de vuestra ilustre y sabia Asamblea. Dichosos de haber podido charlar con vosotros, para indicaros todo el interés que ponemos en vuestros trabajos, con toda sinceridad invocamos para vuestra semana de estudios, sobre vuestras personas y sobre vuestras familias, la abundancia de las gracias divinas, en prenda de las cuales os impartimos nuestra bendición apostólica.

 


*  AAS 54 (1962) 778; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 568-570.

 

 



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