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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de octubre de 1963

 

Queridos hijos e hijas:

Os recibimos con gran consuelo: la visión que nos presentáis de vuestra fe en Cristo, de vuestra devoción a la Iglesia, de vuestro empeño por una vida buena y cristiana, es el regalo que más ansiamos, el más grato, el más consolador. Os agradecemos este testimonio vuestro de fidelidad cristiana, como la cosa más bella para vosotros y la más preciosa para Nos. Quizá vosotros no pensabais, al venir a Roma y visitar al Papa, realizar un acto tan elevado y significativo, tan característico para un católico: el de rendir testimonio a vuestra religión, a vuestra piedad, a vuestra concepción cristiana de la vida, Vosotros sabéis que el “testimonio” es uno de los principales deberes del verdadero cristiano, y al venir aquí, como peregrinos, como fieles, como hijos, a visitar al Vicario de Cristo, rendís testimonio a vuestras conciencias en primer lugar, interiormente, y exteriormente a los tiempos y al mundo en que vivimos.

Os lo agradecemos. Y queremos confortar vuestro testimonio que, por sincero, puede casi confundirse con el nuestro, que a su vez profesamos y ofrecemos. Nos, en primer lugar, y por nuestro ministerio apostólico, damos voluntario y abierto testimonio de Cristo. La palabra, que Cristo mismo dijo a sus apóstoles, en el momento de dejarlos antes de la Ascensión, fue ésta: “Seréis mis testigos... hasta los confines del mundo” (Hch 1, 8). Esta palabra dura todavía, y aquí resuena, aquí se está cumpliendo.

Porque, queridos hijos; ¿qué significa todo esto que aquí veis, sino un testimonio de Cristo? Quisiéramos que vuestros ojos fueran capaces de leer este testimonio en todo aquello que la Roma católica os ofrece a la mirada: testimonio son sus monumentos sagrados, testimonio esta solemne basílica, testimonio son las catacumbas, la historia religiosa de esta ciudad, testimonio es sobre todo Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, que con el martirio —quiere significar precisamente testimonio— la ha profesado, y casi la ha impreso en el suelo de Roma; testimonio es el papado, es la Iglesia que de Pedro procede, y que no tiene otro fin sino proclamar, es decir: testimoniar la fe cristiana.

También quisiéramos que vuestra visita a Roma y al Papa hablase, con cien voces, a vuestras almas, de este testimonio de fe cristiana, de forma que vosotros, al volver a vuestras casas y a vuestras ocupaciones llevéis en vuestros corazones la luz, la fuerza, la alegría de nuestro credo católico. Lo recitaremos a una, al final de la audiencia, y entonces os daremos de corazón nuestra bendición apostólica.

 



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