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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 2 de septiembre de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

Con las breves palabras que dirigimos a nuestros visitantes de las audiencias generales, queremos ayudarles a comprender y a valorar ciertas imprecisas impresiones, a veces conmovedoras, que bullen en su espíritu, la audiencia se hace meditación, se convierte en una lección, una luz que el recuerdo de esa misma audiencia debe proyectar sobre el sendero de la vida; resulta así benéfica.

Hoy creemos adivinar que una de las impresiones interiores de nuestros visitantes es parecida a la del que sube a una colina, sobre un observatorio, y se da cuenta que su visión es más extensa, que abarca todo el paisaje. Visitar al Papa es como subir a la altura desde donde él contempla y observa el mundo. Es decir, estando cerca del Papa es fácil advertir su posición y función en la Iglesia y en el mundo, y es fácil comprender la extensión y profundidad de los problemas que se centran en torno a él.

Dejando a un lado la consideración de las relaciones religiosas del Papa con el Señor y con el mundo de las realidades sobrenaturales, al que está ligado por su ministerio, la consideración de las relaciones ideales y concretas que ligan al Papa con el mundo, tanto católico, como profano, parece grande y digna de reflexión.

Pues desde este punto de mira quedan patentes, la inmensa organización jerárquica de la Iglesia, la multitud de fieles, las misiones lejanas, la ingente variedad de las instituciones, que tienen vida en la Iglesia, las diócesis, las parroquias, las familias religiosas, las asociaciones, las iniciativas de oración, de caridad y apostolado. Desde este observatorio se ve cercana e impresionante la visión de la catolicidad, de la universalidad de la Iglesia.

Y la impresión resulta más viva y emocionante al pensar que en esta magna y compleja familia, que es la Iglesia, cada uno de vosotros tiene un puesto. Nadie es extraño. Todo el que sea hijo fiel de la Iglesia puede decir: esta es mi Iglesia, esta es mi patria espiritual. Igual que al examinar un mapa cada uno va buscando el punto de su ciudad o de su país, así ante el cuadro de la Iglesia universal, presentado a los ojos del espíritu durante la audiencia del Papa, todos están invitados a descubrir su inserción en el Cuerpo místico de Cristo, en la Iglesia, para quedar invadidos de un singular y embriagante sentimiento de comunión, solidaridad y hermandad.

Este sentimiento de participación en la Iglesia, en su grandeza, en su complejidad, es una de las experiencias espirituales más hermosas y benéficas de la visita al Papa, es la experiencia de habitar en la “ciudad de Dios”, de pertenecer al pueblo de Dios, de ser una sola cosa con la “santa Iglesia esparcida por todo el mundo”.

Es un momento de luz que puede iluminar muchos aspectos de la vida diaria, para un católico la vida ordinaria debe estar embebida y nutrida de grandes pensamientos: la unión espiritual con todos los hermanos en la fe del mundo; haciendo sentir como nuestros intereses los problemas de las misiones y de las condiciones religiosas y humanas de las distintas naciones de la tierra; haciéndonos gozar de la prosperidad espiritual y moral de una u otra región, haciéndonos sufrir los sufrimientos de la Iglesia en todas las partes donde está oprimida y perseguida. Se realizan las palabras de San Pablo: “No haya desunión en el cuerpo (de Cristo), cuiden unos por otros sus miembros. Pues si un miembro sufre, sufren con él todos los demás miembros; y si un miembro goza gozan a una todos los miembros” (1 Cor 12, 25-26).

Ved, pues, lo que pasa al venir a visitar al Papa, se intuyen sus pensamientos, sus alegrías y sus dolores; son los pensamientos, alegrías y dolores de la Iglesia universal. La adhesión a la paternidad, centro de la Iglesia, se realiza con la adhesión a la fraternidad constitutiva de la Iglesia; escuchar el corazón, quiere decir sentir el palpitar de la circulación de la sangre; celebrar la unidad de la Iglesia quiere decir entrar en comunión con la catolicidad de la Iglesia. Este es un ejercicio espiritual característico de las audiencias.

Vosotros habéis venido a leer en nuestro corazón nuestras intenciones, nuestras penas, nuestras esperanzas. Os asociamos gustoso a nuestros sentimientos, que no pueden ser, lo comprendéis, más que grandes y graves, y siempre buscando al diálogo con Cristo. De esta forma partiréis de aquí imbuidos por altos y magníficos pensamientos, la vida esforzada y prodigiosa de toda la Iglesia, la caridad en sus dimensiones universales, que purifican el alma de pensamientos mezquinos y egoístas y hacen circular el amor de Dios en la Humanidad.

Para que sea profunda, operante y gozosa esta lección de caridad de la audiencia pontificia, os daremos ahora nuestra bendición apostólica.

* * *

(A un grupo de seminaristas)

La audiencia de hoy está animada por la presencia de más de quinientos seminaristas de toda Italia, concentrados en Rocca di Papa para el X Cursillo de Estudios Misioneros, organizado por la Unión Misionera Pontificia del Clero, en el décimo aniversario de la iniciación de estos cursillos. Nos sentimos felices al saludarlos, palpitante y gozosa esperanza de la Iglesia, que maduran su vocación sacerdotal con la conciencia de la responsabilidad, que el problema misionero plantea en la formación primero y durante el ministerio después, de todo sacerdote, verdaderamente consciente de su misión redentora.

Nos dirigimos, pues, a vosotros con la efusión de nuestro afecto paternal, sois los retoños más queridos de la Iglesia que os mira con orgullo y emoción por la contribución que espera de vosotros, por la continuidad de su acción en el mundo; de vosotros está pendiente la esperanza de las almas, que aguardan a los ministros de Cristo, dispensadores de los misterios de Dios (1 Cor 4, 1), destinados a colmar su sed de eternidad.

Nos consuela profundamente pensar que, en el ascenso hacia el altar del Sacrificio Eucarístico, meta radiante de todos vuestros pensamientos, de vuestros sacrificios, queréis ensanchar el corazón con la inmensa amplitud de los horizontes misioneros; que deseáis encontrar en la inmensa extensión de las mieses doradas (cfr. Jn 4, 35) el aliento para una generosidad más exquisita, para una entrega más fervorosa al futuro ministerio, con todos los sacrificios que llevará a vuestra joven vida dedicada al Señor; Nos gusta imaginar que en medio de vosotros, como en los seminarios de toda Italia, serán cada vez más numerosos aquellos que, fieles a la voz de Dios que llama, se orientan hacia la apasionante perspectiva de una sólida vocación misionera.

Estos días recordáis los diez años de actividad de los cursillos de estudios misioneros, que con providencial intuición inició la Unión Misionera del Clero, marcando con su estimulante presencia un paso al frente decisivo para la formación misionera de los seminaristas de Italia. Con gran complacencia hemos sabido la vitalidad de vuestros círculos misioneros, la amplitud de sus temas, el interés que despiertan en vuestras inteligencias, juveniles, abiertas y sensibles a la acción de la Iglesia en el mundo, y no es un consuelo pequeño sobre todo en las especiales circunstancias de este momento histórico, en que el Concilio Ecuménico plantea con nueva urgencia ante la conciencia de la familia católica, y en primer lugar de los sacerdotes, el deber de estar preparados con la oración y con el estudio, para mantener con todos los hermanos, en especial con los más alejados, el diálogo múltiple, paciente, confiado, que abiertamente hemos mencionado en nuestra encíclica Ecclesiam suam.

Nos congratulamos por este empeño con el director nacional de la Unión, el venerable hermano Hugo Poletti, que dignamente ha recibido la herencia del llorado monseñor Silvio Beltrani, y con sus magníficos colaboradores; con los celosos superiores de vuestros seminarios, que con mano maestra os guían en vuestra preparación sacerdotal y misionera, y con vosotros, clérigos y seminaristas, que en los años más hermosos de vuestra juventud sabéis demostrar con prontitud y correspondencia vuestra voluntad de “sentir con la Iglesia” y sintonizar vuestro espíritu con el ansia apostólica, que invade todo el Cuerpo Místico de Cristo. Seguid estudiando con pasión los problemas misioneros, según los programas culturales que se os proponen cada año; dad aliento misionero a los preciosos años de vuestra formación seminarista, y recordad que la fecundidad de vuestro ministerio futuro, cualquiera que sea la dirección de vuestra vida consagrada, dependerá ciertamente de la llama de ideal misionero, que mantengáis viva en vosotros, y sepáis encender en las almas a vosotros confiadas, con los recursos que el celo sacerdotal os sugiera con la ayuda de Dios.

Os alentamos de corazón y estamos junto a vosotros con la oración y con el afecto paternal para que Dios, autor de todas las gracias, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, Él mismo os lleve a la perfección, y os haga estables, fuertes y maduros. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos (1 P 5, 10-11),

Que nuestra bendición apostólica confirme nuestros fervientes votos, obteniendo a la Dirección Nacional de la Unión Misionera del Clero, a cada uno de vosotros, queridos seminaristas, a vuestros superiores y profesores, y a vuestros lejanos padres toda clase de bienes celestiales.



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