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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 16 de septiembre de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

Las ideas que surgen en nuestra mente con ocasión de esta Audiencia nos las sugiere el Santo que hoy, 16 de septiembre, celebramos, San Cipriano, un obispo africano del siglo III, mártir de gran talla, escribió un célebre opúsculo titulado De unitate Ecclesiae, en el que se encuentran enseñanzas oportunas no sólo para los tiempos que siguieron a la persecución del emperador Decio, que había producido grandes divisiones en las comunidades cristianas de África, sino también para nuestros días, para el mismo Concilio que estamos celebrando. La frase que recordamos es célebre y quizá vosotros la conozcáis, pero conviene repetirla aquí y luego meditarla como una norma de vida; reza así: “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre”.

Estas palabras expresan una verdad que corresponde a un pensamiento de Dios sobre el cual se funda todo el plan de nuestra religión y de nuestra salvación, es decir, la necesidad de la Iglesia, de la institución de la cual recibimos los dones de verdad y de gracia indispensables para nuestra vida actual y futura, que hacen merecer a esta institución el nombre tierno y augusto de madre, la madre Iglesia. Ella nos engendra en la vida religiosa, que es la vida verdadera, definitiva y sobrenatural, a la que hemos sido llamados.

Esta necesidad de la Iglesia es proclamada en todas las cosas, en todos los actos que observáis en una Audiencia pontificia. ¿Qué aspecto manifiesta más claramente una Audiencia pontificia que la presencia solemne de la Iglesia en el mundo (presencia que aquí se afirma con una visibilidad y una religiosidad sin parangón), que tiende precisamente a afirmar la idea divina de la necesidad de la Iglesia misma? ¿Y no es quizá para sentir vibrar en vuestras almas esa divina exigencia convertida para vosotros en una incomparable fortuna, por lo que vosotros queréis venir a ver al Papa? En efecto, esta Audiencia despierta dos sentimientos, que podían ser expresados en términos teológicos, pero que ahora los enunciaremos llanamente, un sentimiento de inquietud, de temor, de ansia, referente al problema fundamental de la propia salvación, al problema de la propia vida, ¿dónde encontrar el sentido de nuestra existencia y cómo hallar el camino seguro para poseerlo y vivirlo? El otra sentimiento es de emoción y gozo por haber encontrado en la Iglesia de Cristo la respuesta segura y concreta a esas angustiosas preguntas, y por experimentar en cierta medida el consuelo interior de saberse hijos verdaderos y amorosos de la Iglesia y, por tanto, hijos verdaderos y amorosos de Dios.

Podemos disfrutar de la gran fortuna que supone esa misteriosa predilección del Padre celestial para nosotros, pensando que El tiene poder y bondad para hacer alcanzar la salvación también a aquellos que de buena fe no pertenecen a la Iglesia; pero debemos, al mismo tiempo, sentir la gran responsabilidad que deriva de nuestra vocación al camino de salvación, que es la Iglesia; la responsabilidad de mantener fielmente nuestros pasos por este camino, y la responsabilidad de actuar y de orar para que todos puedan llegar a este mismo camino y encontrar en él juntamente con nosotros la posibilidad, la esperanza y el gozo de la salvación.

Estos sentimientos pueden traducirse en un propósito y servir como recuerdo de esta Audiencia, como Nos mismos auguramos, bendiciéndoos a todos de corazón.

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(A los peregrinos de la diócesis de Tortona)

Debemos un saludo especial a la peregrinación de la diócesis de Tortona, aquí presente, para rendir homenaje filial a nuestra humilde persona o, mejor dicho, a nuestro ministerio apostólico; y se lo debemos porque son muchos los motivos que Nos dictan un cariño especial para la diócesis, donde el siervo de Dios don Orione puso la sede central de su gran “Pequeña Obra de la Divina Providencia” y donde su tumba parece ser la fuente de los magníficos éxitos de su obra providencial; y donde también nació y está sepultado Lorenzo Perosi, nombre inmortal en el reino de la música sagrada; donde fue obispo monseñor Egisto Melchiori, dignísima figura de pastor, y nuestro amigo y maestro; y donde ahora es obispo monseñor Francisco Rossi, consagrado por Nos y muy apreciado de nuestro corazón. Para él, para los sacerdotes y fieles de la querida diócesis, un saludo especial y una especial bendición.

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(El Congreso Internacional de la Reproducción)

El calificado grupo de participantes en el V Congreso Internacional para la Reproducción Animal merece un saludo especial que Nos alegra poder dedicarle con todo el corazón, tanto por el gran número que los distingue, como por la importancia y seriedad de los estudios a que dedican su vida.

Queridos hijos: Nos ha proporcionado un vivo consuelo saber que al término de las laboriosas jornadas de vuestro Congreso, celebrado en Trento, habéis querido concluir sus trabajos con vuestra visita al Papa. Os lo agradecemos sinceramente, y os expresamos nuestra complacencia por este gesto, que es más que un acto de cortesía y más que un motivo externo sugerido por vuestra presencia en Roma, un acto de fe, que proyecta viva luz sobre las disposiciones interiores con que realizáis vuestros estudios, tan delicados, tan interesantes, tan providencialmente orientados a la solución de urgentes necesidades del momento presente.

Que os sostenga en la fatiga diaria de la investigación y experimentación biológica el pensamiento de vuestros hermanos que sufren y aguardan una mano amiga que salga a su encuentro con la oferta positiva de soluciones útiles. Y, sobre todo, que os sostenga la gozosa certeza de la divina promesa de Cristo, que quiso tener como hecho a El todo cuanto se hiciera en favor de los más pequeños de sus hermanos.

En su nombre os expresamos nuestra complacencia, unida al aliento en pro de la fructuosa continuación de vuestras actividades. Y para que la abundancia de los dones celestiales aliente y consuele, a vosotros y a vuestros seres queridos aquí presentes, a vuestras familias lejanas, a los compañeros de trabajo y de estudio, os impartimos nuestra Bendición Apostólica, prenda y confirmación de nuestra benevolencia.



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