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IV CENTENARIO DE LAS CONGREGACIONES MARIANAS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Jueves 12 de septiembre de 1963

 

Queridísimos hijos e hijas:

Nos sentimos gozosos de estar entre vosotros esta mañana, de ofrecer la santa misa por vosotros y con vosotros, y de asociarnos al homenaje solemne que las Congregaciones Marianas quieren rendir a la Santísima Virgen con ocasión del IV Centenario de la Fundación de la Congregación “prima primaria”, aquí mismo, en el lugar donde esta piadosa Asociación nació, donde ella ha formado en la piedad y en la vida cristiana a tantas generaciones de la juventud romana y desde donde ha irradiado al mundo entero la luz de sus constituciones, de sus ejemplos, de sus experiencias, que vienen a coronar el testimonio de las más altas virtudes y de la fidelidad más sincera a Cristo y a su Iglesia.

Este encuentro suscita en nuestro espíritu un doble recuerdo, el de nuestra pertenencia, durante los años lejanos de nuestra adolescencia y de nuestra juventud, a la Congregación Mariana de los padres jesuitas que dirigían entonces el colegio Arici, en Brescia, y que merecen siempre nuestro afectuoso y devoto reconocimiento.

Tenemos, además, la hermosa ocasión de saludar a toda esta magnífica asamblea que nos rodea y que se ha reunido bajo el nombre augusto y familiar de la Virgen María. ¡Qué alegría para nosotros ver a tantos hombres y mujeres celebrar la gloria de la Madre de Dios, qué dulce emoción para Nos escuchar vuestras voces resonantes fundiéndose en una misma oración, en un mismo cántico a la Reina de los cielos! Es éste un motivo de admiración y de reflexión para Nos que no ignoramos los problemas de vida que se plantean a las generaciones actuales, de saber que la vuestra se polariza en torno de la bienaventurada Virgen que nos ha dado a Cristo, y hace de la devoción a los misterios y a las virtudes de Jesús y de María el fundamento magnífico de su espiritualidad. Nos no podemos ocultaros nuestra situación de ser testigo de ello y hemos de saludar en vosotros a todas las Congregaciones Marianas a las que pertenecéis y a las que representáis.

Queremos, ante todo, detener un instante nuestra atención y la vuestra sobre la eficacia pedagógica de la piedad mariana en la obra, tan delicada y tan difícil, de la formación del hombre moderno en la vida cristiana.

Y a este propósito nos parece que es preciso, ante todo, subrayar la riqueza religiosa que el culto a María, si es auténtico y sincero, como el vuestro, imprime en el alma del hombre, en relación con las grandes experiencias, ante los problemas y las crisis que la vida nos reserva. ¿Acaso la devoción a la Virgen no sumerge al ser humano en el acto de fe sobre el cual reposa todo el edificio espiritual de la vida cristiana, es decir, el conocimiento exacto y concreto de las verdades religiosas fundamentales del Evangelio y del catecismo, la voluntad alimentada por el amor filial que una tal Madre despierta fácilmente en los corazones, y todo el cortejo de los más sencillos sentimientos, los más dulces, los más puros y los más bellos que el misterio de la Encarnación nos autoriza a trasladar de la esfera humana a la esfera religiosa?

¿Y acaso la doctrina, es decir, la realidad religiosa fundamental de la piedad mariana no es la más ortodoxa y la más fecunda de la espiritualidad católica cuando nos pone en contacto del pensamiento divino con relación a María, elegida para ser la Madre de Nuestro Salvador Jesucristo?

De esta riqueza religiosa del culto mariano brota una fuente inagotable y magnífica de valores morales que puede dar al hombre de hoy fuerza y experiencia capaces de aportar una plenitud incomparable a su existencia.

¿Qué es lo que los hombres, y sobre todo los jóvenes, buscan en la vida?

Buscan la belleza; ahora bien, María es la cima de la belleza. Las obras maestras del arte no son nunca bellezas parciales, sino una síntesis de lo bello; María es la criatura más transparente de la divina presencia trinitaria: “Lo que los cielos no pudieron contener, Tú lo encerraste en tu seno”. Presencia humana también: María es la nueva Eva en quien se encuentra el destino de todos los mortales.

La belleza es expresión transparente; todas las artes han tratado de expresar y lo han expresado en las obras maestras de todos los siglos. La belleza es un don reposado: María en medio de las tormentas de la vida sosiega todas las inquietudes de la carne, del espíritu y de la vida social.

Buscan la grandeza: su ley es engrandecerse, su fiebre es sobrepasar todo límite. Pues bien, María ha sobrepasado todos los limites ordinarios, pero en el sentido de la grandeza, y por ello fue la única criatura humana que pudo decir: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48).

Buscan la alegría: “tu nacimiento, oh María, ha sido para el mundo entero una ocasión de gozo”, el tránsito de una “economía” más bien de maldición a una “economía” de bendición, de un mundo en que las faltas suceden a las faltas, a un mundo en que se respira con plenitud la libertad de los hijos de adopción.

Buscan el amor, es decir, una comunión total entre dos seres, según el plan creador de Dios que destina la mujer a dar la vida y a ser la compañera del hombre, jefe del hogar. María que en Caná quiso que nada faltase en la exaltación del amor muestra a los hombres dónde pueden contemplar el más alto ideal femenino: en la virginidad y en la maternidad impregnadas de su belleza y de la plenitud de la gracia.

María es, pues, para todos, la fuente de la verdadera belleza, de la verdadera grandeza, del verdadero gozo y del verdadero amor. ¿Pero dónde encontraréis a María? Desde luego que no en las exageraciones, ni en el sentimentalismo ni en los abusos de deducciones en la búsqueda del énfasis de la hipérbole ni en las novedades. Como recordaba el Papa Juan XXIII, nuestro predecesor de dulce memoria:

“Todos los católicos son, por consiguiente, los hijos de Nuestra Señora y su piedad hacia María se debe reflejar en esa comunidad perteneciente a la familia de los hijos de Dios, expresándose siempre por las manifestaciones habituales del culto secular consagrado por la Iglesia de Jesucristo a la Madre del Salvador. Así, pues, queridos hijos, huid de todo lo que singulariza, buscad, por el contrario, la devoción mariana más asegurada por la tradición, tal como nos fue transmitida desde los orígenes a través de las fórmulas de oración de las generaciones sucesivas de cristianos de Oriente y Occidente. Una piedad así hacia la Santísima Virgen es el signo de un corazón realmente católico” (Radiomensaje al Congreso Mariano de Lisieux, AAS 1961, págs. 501-506).

Queridos hijos e hijas: es en la historia de salvación, en el Evangelio donde encontraréis a María, así como en los tesoros de la Liturgia que transmiten el gran patrimonio del pensamiento y de la oración de la Iglesia. La encontraréis también en las humildes tradiciones familiares de las familias cristianas, en particular en el rosario. La encontraréis también en vuestro esfuerzo diario para ver siempre, en cada mujer, a la Santa Virgen María, y por tanto, lejos de la obsesión humana y exasperada de los sentidos, la más alta colaboración al plan de Dios.

La más bella tarea de las Congregaciones Marianas será establecer esta relación esencial y transformadora con la realidad diaria del hombre moderno. Vosotros encontraréis, en definitiva, a María, si tenéis el escrupuloso anhelo de situarla en el conjunto del misterio cristiano; porque el culto de María no es un fin en sí mismo sino el camino maestro que os conduce a Cristo y por El a la gloria de Dios y, al amor de la Iglesia.

He aquí, queridos hijos e hijas, los votos que formulamos de todo corazón, por vosotros mismos y por todas las Congregaciones Marianas que representáis.
Sed fieles devotos de María, que hará de vosotros buenos hijos de la Iglesia y verdaderos apóstoles de Cristo.

Con esta intención invocamos sobre vosotros, de todo corazón, la abundancia de las divinas gracias, en prenda de las cuales os daremos seguidamente nuestra paternal y afectuosa bendición apostólica.

 


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