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ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LOS OBISPOS ESPAÑOLES
QUE ASISTEN AL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II


Jueves 12 de noviembre de 1963

 

La alegría intensa que inunda nuestra alma al recibir a los diversos episcopados del mundo católico en estos días, adquiere hoy un tono de particular emoción al encontrarnos con vosotros, venerables hermanos de España. Vuestra presencia aquí trae para nuestra humilde persona, y Nos queremos que de ella vaya a Cristo Nuestro Señor, el hondo y sincero amor de una nación tan benemérita de la Iglesia como es la vuestra.

El arraigo profundo y la reciedumbre de la fe católica en el alma del pueblo español; la herencia multisecular de arte religioso, de saber teológico-jurídico; el fervor con que sacerdotes, religiosos y aun seglares recogen la antorcha misional de Francisco Javier y Pedro Claver, o prestan su ayuda a las diócesis latinoamericanas con próvidas iniciativas cargadas ya de frutos; la constelación de santos, que van de Isidoro a Teresa, a Antonio María Claret; el continuo surgir de Institutos y familias religiosas, con vena nunca agotada de vocaciones en seminarios y noviciados: todo esto, y más, es paisaje que pertenece a vuestra historia y es también horizonte actual del panorama de la Iglesia en España.

Y todo esto también es lo que, ante todo, evoca y suscita en nuestro espíritu vuestra visita.

Bien habéis dicho, señor cardenal, que todos vuestros diocesanos están pendientes del acontecimiento que hoy conmueve a la Iglesia, y que es el que os a congregado, cabe la tumba de Pedro: el Concilio. Nos consuela saber que en España se sigue con veneración esta ecuménica asamblea, que por ella se reza, que por su feliz éxito se ofrecen constantes sacrificios. El Concilio es, antes que nada, un acontecimiento religioso, grande en su valor espiritual, el cual debe ser mirado con ojos de fe y adquiere inestimable dignidad y eficacia por el fermento sobrenatural que en él late y sobre él trabaja.

La importancia y gravedad de la hora actual está pidiendo, como tal vez pocas veces, a las almas consagradas vida interior y generosidad de entrega: es siempre éste el camino más certero para reconducir a Cristo las dimensiones todas de la actividad humana hasta conseguir que el mundo entero, en particular el del trabajo y el de la cultura, se sienta amado por la Iglesia y quiera unirse a ella en nueva y fecunda amistad. En definitiva, es la caridad de Cristo y el amor a nuestro tiempo lo que reclama nuestro interés y nuestro servicio, mantenidos por la esperanza de que en nombre del Salvador se puede construir una sociedad más justa, más próspera y mejor.

¡Cómo resuena a este respecto —cercana todavía a nosotros— la voz de nuestro venerado predecesor! Con su magisterio, teñido de bondad, y en especial con la encíclica Mater et magistra marcó una impronta profunda en nuestra época, abrió un surco de incalculable hondura en la Historia al poner ante los ojos de los hombres de hoy páginas de la sociología cristiana, que siempre moderna es también siempre válida para acoger y resolver las cuestiones aún abiertas y agobiantes de la convivencia humana.

Gracias de todo corazón, amadísimos hijos y venerables hermanos, por vuestra visita y por vuestro testimonio de adhesión. A vuestra amabilidad confiamos nuestro mensaje de cordial recuerdo para el querido y dignísimo cardenal arzobispo de Toledo. Cuando volváis a vuestras diócesis transmitir a vuestro clero, cuyo celo, cuyas iniciativas pastorales, cuyo anhelo de constante superación no ignoramos, transmitidle nuestro aliento, nuestra bendición. Decid al pueblo español cuánto lo amamos, con cuánta benevolencia lo bendecimos.

 



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