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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE  PABLO VI
A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA DE ORATORIOS Y CÍRCULOS JUVENILES
A LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL
DE LOS MOVIMIENTOS JUVENILES CATÓLICOS PARROQUIALES
Y A LOS REDACTORES DE «LA REVISTA DEL CATECISMO»


Jueves 23 de enero de 1964

 

Acogemos con gran placer esta audiencia; y aunque no tenernos ahora tiempo para comentar las palabras con que se nos presentan y atraen nuestro recuerdo instituciones de gran interés, saludamos con paternal cordialidad a esta asamblea, compuesta por grupos distintos, pero homogéneos, por las personas y finalidades que son objeto de sus trabajos.

Os agradecemos vuestra visita y damos las gracias al señor cardenal Lercaro por haberla promovido y preparado con tanto celo e interés. Pero especialmente os agradecemos vuestra actividad, el amor que lleváis a la juventud y la asistencia que le prodigáis, los programas a que dedicáis vuestros esfuerzos y vuestros estudios, la sensibilidad y el interés que demostráis hacia las modernas exigencias de la juventud, la primacía que concedéis a la instrucción y a la vida religiosa, el servicio que rendís a la sociedad y a la Iglesia y, finalmente, el honor que tributáis a Dios mediante el cultivo de los ideales y actividades que comprometen vuestros espíritus.

Nuestro agradecimiento os habla de la importancia que atribuimos a la acción pedagógico-pastoral que representáis y promovéis; los oratorios y círculos juveniles, tanto masculinos como femeninos, en Italia, los “patronages” en Francia y en Bélgica, las “Katholische Jungmanner Gemeinschaften” en Alemania y en Suiza, y las “Calholic Young Men's Societes” en los países de habla inglesa; actividad encaminada a la asistencia y a la formación moral y religiosa de la juventud de una localidad, y de ordinario de una determinada comunidad parroquial.

Son tantas las instituciones que se ocupan de la juventud, que parece difícil, a primera vista, reservar a estas instituciones, que vosotros dirigís, un nombre, un puesto, una función; la familia y la escuela, especialmente, tienen tal precedencia, tal dignidad, tal autoridad en el campo de la educación de la adolescencia y de la juventud, que no dejan espacio —al parecer— a otras instituciones dedicadas a la edad juvenil; y sumándose las iniciativas y asociaciones especiales para niños y jóvenes —en los sectores de las diversiones, del deporte y en las actividades religiosa y católica de las mismas— que se disputan el honor y la capacidad de atraerse a la juventud, se diría superflua y casi embarazosa la empresa que quisiera competir en la misión de atraerse y formar a esta misma juventud.

Pero la tradición histórica, por un lado, y la realidad social actual, por otro, nos demuestran que es providencial, más aún, podríamos decir que necesaria, la institución de los oratorios. San Felipe y San Juan Bosco, para atenernos solamente a dos nombres de incontrastable autoridad, nos demuestran lo sabia, lo benéfica que es la inserción de su actividad educativa en el contexto de las instituciones que se dedican a la juventud; no han invadido un campo ajeno: se han ocupado de un campo que estaba sin cultivar y que otros no podían cultivar.

El oratorio, corno el “patronage” u otras análogas instituciones, ha demostrado, y hoy demuestra más que nunca, que hay una obra egregiamente complementaria, tanto de la familia como de la escuela, y es una obra fundamental para esa familia y esa escuela que guía al hombre en la vida religiosa colectiva y que se llama parroquia.

No es a vosotros, expertos en la materia, a quienes tenemos que describir y justificar este fenómeno, pues sabéis muy bien que vuestra acción en favor de las almas juveniles es, generalmente, indispensable; de ordinario, se puede decir, el muchacho no encuentra psicológicamente, ni con frecuencia puede efectivamente encontrar, en la familia la asistencia religiosa y moral que vosotros le prodigáis; ni la escuela, aunque sea buena, puede llegar a esos temas y a esos métodos de alto valor ético y espiritual, que, por otra parte, caracterizan la educación oratoriana, creadora de una óptima y eficaz iniciación en la verdadera vida.

El oratorio y, como decíamos, las demás obras similares, es la palestra de las fuerzas morales y religiosas, empeñadas con directa y sabia intencionalidad y con el mayor grado de rendimiento; es la escuela de la bondad y de la piedad; es el laboratorio de las conciencias juveniles; es el entrenamiento en los grandes deberes de la vida; es la ocasión para las buenas amistades, que darán luego a la vida social su más ajustada y sólida cohesión; es, en verdad, un vivero de hombres sanos, honestos, inteligentes y activos; es un magnífico fenómeno popular.

Vosotros conocéis muy bien, decíamos, estos aspectos y estos méritos de vuestras instituciones juveniles; y también lo beneméritas que son por su apertura a toda la juventud de un ambiente determinado; y que, por ello, pretenden acoger a la “masa” juvenil en su totalidad; y son recomendables, por su carácter popular, donde es fácil descubrir algunas profundas afinidades entre la educación democrática y la práctica de la caridad para con el prójimo. También conocéis el trabajo pedagógico que se puede desarrollar en la gran grey oratoriana, tanto elevando a la juventud al nivel común de formación, como haciéndola experimentar procesos electivos y selectivos, que pueden hacer del oratorio un cuerpo con muchos órganos diferentes, y convertir a alguno de sus sectores en remansos de cultura de las demás asociaciones especializadas, que

exigen y dan a sus adeptos una especial formación especiales calificaciones.

El oratorio, es decir, la obra que recoge y asiste a toda la población juvenil de una determinada comunidad, no se opone a que existan en su seno, o a su lado, otras asociaciones especiales, como la Acción Católica, sino que les prepara el campo donde pueden reclutar sus adeptos, adiestrados ya con una formación de base, y donde pueden ejercer algunas de sus principales actividades y transfundirles la viva animación que las caracteriza. El oratorio es para todos; la asociación católica es para los más generosos; el oratorio crea y ofrece el gran campo de la vida juvenil comunitaria, la asociación escoge y cultiva allí el grupo apto para una formación especial; el oratorio se mide en especial por las estadísticas de cantidad, la asociación con las de calidad; el uno y la otra son complementarios y se integran mutuamente.

No gastemos más palabras en ocuparnos de la apología de las amadas y providenciales instituciones a las que prestáis el corazón y la acción. Que os baste saber cuánto las apreciamos y cuánto las alentamos.

Precisaremos solamente algunos votos, que de sobra sabemos corresponden a aquellos que vosotros tenéis en vuestra mente.

El primer voto sea por la conservación, por la eficacia y el incremento de nuestros oratorios, de nuestros “Patros”, de nuestras “Oeuvres de jeneusse”, de nuestras “Jungmanner Verbande” y de nuestros “Catholic Youth Clubs”. Esperamos que nuestras comunidades locales, y especialmente las parroquiales, sentirán siempre el deber, la necesidad y las ventajas de dar vida a obras similares; e igualmente esperamos que el desarrollo de la asistencia a la juventud, promovida por la sociedad civil, no dañe, sino que ayude a estas instituciones, las cuales, por ser, como se acostumbra a decir, confesionales, no han de ser olvidadas u obstaculizadas, sino, más bien valoradas en su esfuerzo por una más completa asistencia a la juventud.

Un segundo voto es que estas instituciones nuestras mantengan su carácter originario y magnífico: religioso y familiar. Somos los primeros en augurar que tengan toda clase de incrementos interiores y exteriores, para que puedan atraer, interesar y formar a la juventud; que perfeccionen su estilo pedagógico y desarrollen su organización, embelleciendo sus sedes, ofreciendo diversiones, deportes, obras recreativas y turísticas, así como el mejor adiestramiento profesional y cultural posible, etc.; pero creemos que no obtendrían ningún progreso si no contasen siempre como fin principal la catequesis, la instrucción religiosa, la cultura católica, la formación en la oración y en la vida cristiana; como también creemos que será su mérito incontrastable saber rodear siempre al joven de una atmósfera de bondad, de confianza, de afecto, de amistad, de diálogo individual, de sencilla alegría, pura y sana, no sofística o equívoca; familiar, en una palabra, verdaderamente característica de esa pedagogía que pone en directo y abierto contacto al educador con el alumno, y hace del maestro un padre y un amigo; y que tan estupendamente califica la tradicional fisonomía del oratorio, autorizándolo a apropiarse de las palabras del apóstol Pablo: “Aunque hayáis tenido miles de preceptores..., no habéis tenido muchos padres; por medio del Evangelio yo os he engendrado en Cristo Jesús” (1 Cor 4, 15).

Diremos, para concluir, que miramos favorablemente el proyecto de dar un vínculo organizativo, tamo nacional como internacional, a las obras educativo-recreativas de la juventud, poniendo al frente a la autoridad eclesiástica. Este propósito de perfeccionamiento externo no se sobrepondrá a la asidua y principal preocupación por la eficacia educativa interior, ni privará de su autonomía a las diversas instituciones, que la Iglesia reconoce, sino que habrá de contribuir a acrecentar su espíritu católico y su solidaridad cristiana a circular, en beneficio común, sus informaciones y sus experiencias particulares, y a reforzar su existencia y su defensa en el terreno práctico y jurídico en la sociedad civil donde ha de actuar.

Deseos y propósitos que creemos vuestros, y que Nos confirmamos, invocando la protección de la Virgen y de los Ángeles Custodios sobre las escuadras juveniles que son objeto de vuestra caridad. Enviamos con esta ocasión nuestro sincero y alentador saludo a todos nuestros oratorios e instituciones similares dedicadas a la juventud; a los párrocos y a los asesores eclesiásticos; a las valerosas familias religiosas, que han convertido en su programa esta forma de ministerio; a los bienhechores y colaboradores; a los padres y a los maestros que prestan su confianza a las mencionadas instituciones; y para todos nuestra especial bendición apostólica.

Votos fervientes para cada una de las organizaciones.

Digamos una palabra de aplauso y aliento para la Revista del Catecismo, aquí especialmente representada.

Y ahora queremos también dirigir en francés unas palabras muy cordiales:

— a los queridos “Patros” de Bélgica, que nos recuerdan una de las primeras magnas audiencias de nuestro pontificado;

— a los dirigentes y a los representantes de las fundaciones de dos grandes servidores de Dios en Francia durante el siglo pasado: el padre José María Timan-David y el canónigo Juan José Allemand: obras que han conquistado, una y otra, muchos méritos en el apostolado con los jóvenes;

— a los padres y a los hermanos de la Congregación. de Religiosos de San Vicente Paúl, cuyos representantes están aquí para recordarnos lo mucho y bien que trabajan,. desde 1845, en favor de la formación cristiana de la juventud, y de la juventud obrera en particular;

— finalmente, a todos los que se esfuerzan por hacer prosperar en sus respectivos países los movimientos católicos parroquiales de juventud.

A todos les decimos: continuad vuestra tarea, siempre con la aprobación de vuestros obispos, y siempre con espíritu de amor a Cristo y a la Iglesia, con espíritu de servicio y dedicación a la causa de la formación de la juventud.

Que nuestra bendición fortifique vuestras resoluciones y os consiga de Dios la ayuda y la recompensa espiritual que merece tan difícil y bella vocación.



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